Andalucía

"Los millennials ya no piden una universidad erudita sino flexible, dinámica y práctica"

  • Gabriel Pérez Alcalá, rector de la Universidad Loyola Andalucía
Gabriel Pérez Alcalá, rector de la Universidad Loyola Andalucía. Foto: Fernando Ruso.

Este jiennense, doctor en Ciencias Económicas y Empresariales, es desde el año 2011 el primer rector de la también primera y, hasta la fecha, única universidad privada existente en Andalucía, lo que supone toda una responsabilidad en una región en la que el retraso educativo y la crisis económica han combinado un peligroso cóctel social.

Permítame la simpleza, pero llegan los jesuitas y montan una universidad de pago en una de las regiones más pobres de Europa y en el momento de mayor crisis económica desde el crack de 1929. ¿Dónde está el secreto? ¿Qué han visto ustedes para esta inversión aquí y ahora?

Bueno, los jesuitas ya estaban aquí desde época de San Ignacio, en 1550. Han estado siempre y tienen numerosos centros educativos en la región. Pero con respecto a esta Universidad Loyola Andalucía, he de decir que nace de un proyecto anterior, que es Etea en Córdoba. En cuanto a por qué aquí y ahora? Pues precisamente porque es una de las regiones más pobres de Europa y porque es donde es más necesaria una universidad de estas características, cuya misión fundamental es ayudar a las personas y a la sociedad a la que sirve a salir de estas situaciones de postración.

Pero supongo que la institución aspira a ser rentable. ¿Cuál es la inversión para este proyecto?

Llevamos más de 30 millones invertidos en la puesta en marcha de la Universidad Loyola Andalucía y tenemos que invertir otros 40 más aproximadamente, que no sólo es en instalaciones, sino en tener a los mejores profesores. En torno al curso 2023-24, la Universidad estará en un momento estable tras una inversión global de unos 75-80 millones de euros.

Como ya estamos en época de exámenes, ¿cuál es la nota que le pone a la Universidad tras estos tres años y con 1.600 alumnos?

Es muy difícil juzgarse a uno mismo, pero creo que podíamos poner un notable alto, y estamos bastante satisfechos, aunque aspiramos a llegar al sobresaliente pronto. Supongo que algún error hemos cometido en la puesta en marcha de la universidad y hay cosas en las que aún podemos mejorar. Pero estamos muy satisfechos con los objetivos que nos pusimos de montar una universidad de calidad, donde se integrara la docencia con la investigación, volcada en nuestro entorno, pero con claro carácter internacional? Todo eso lo estamos logrando con no pocas dificultades.

Y en ese avance hacia el sobresaliente, ¿qué es lo que le falta?

Nos falta tiempo. Hay cosas que no se pueden tener sencillamente porque sólo han pasado tres años. En el sector universitario nos pasa un poco como con la agricultura, cada año sólo tenemos una cosecha, y los errores los podemos corregir cada curso. Y, además, la universidad y su personal madura con el tiempo. El personal que estamos contratando es muy joven y muchas de las actividades que ponemos en marcha necesitan su maduración. Pero ya tenemos todos los ciclos educativos funcionando. Tenemos alrededor de 14 grados y 23 itinerarios diferentes, porque muchos son dobles; también más de 14 máster de postgrado y un doctorado. Y por su puesto los departamentos de investigación están funcionado.

Loyola tiene campus en Sevilla y Córdoba, pero se habló de una posible expansión a Málaga. ¿Se va a realizar?

La universidad tiene vocación sobre todo de ser una buena universidad allá donde estemos. Inicialmente nacimos en Córdoba por esa raíz de Etea y es cierto que tenemos vocación de tener presencia en las dos ciudades más grandes al sur de España, que son Sevilla y Málaga, con más de 500.000 habitantes y áreas metropolitanas de un millón. Pero empezamos por Sevilla, junto a Córdoba, porque fue la primera propuesta que recibimos. No descartamos ir en un futuro a Málaga, pero está claro que primero debemos consolidar este proyecto, y eso es lento, por lo que no debemos engañar a nadie diciendo que en los próximos cursos estaremos allí.

¿Les está afectando la situación de Abengoa?

Sí que nos ha afectado, especialmente a nivel psicológico. Abengoa ha sido un gran apoyo en el nacimiento de la universidad. Y todo lo que ha pasado con la empresa nos ha afectado porque somos muy cercanos a la familia Benjumea y al resto de los accionistas de Abengoa, y también porque compartimos sede y campus con ellos y nos preocupa mucho el futuro de los puestos de trabajo de muchos cientos de personas con las que hemos crecido estos años. Y nos preocupa como andaluces que tenga dificultades una de las empresas más importantes de nuestra tierra. Pero desde un punto de vista económico nos ha afectado muy poco. Tenemos alquilados dos edificios que pagamos y ya está. La ayuda que nos prestaba la hemos dejado de recibir, pero ya la universidad está lo suficientemente consolidada para que la situación de Abengoa no nos afecte en nuestro desarrollo.

¿Será un fracaso de la universidad si se habla de los pijos de Loyola, en lugar de los cerebros de Loyola?

Ciertamente sería un fracaso, porque nosotros no estamos buscando una élite social, sino una élite intelectual. Somos una apuesta de la Compañía de Jesús para que toda aquella persona que cumpla una serie de requisitos intelectuales y académicos pueda acceder a nuestros centros, sin discriminación de origen social o de renta. De hecho, tenemos un Programa de Becas de Excelencia y de Renta que permite que lleguen aquellos alumnos con mayor capacidad. Me preocupa que se identifique a una universidad privada como una universidad de pijos cuando esa no es nuestra idea y creo que lo demostramos. En las mejores universidades de EEUU la mayoría de los alumnos son becados por sus altas capacidades. Y aspiramos a seguir esa línea. Nosotros tenemos una nota media de nuestros estudiantes por encima de 7 alto, y eso es lo que nos importa; no su renta.

Una de las apuestas de Loyola es por la internacionalización de sus alumnos. ¿En qué se concreta eso?

La internacionalización está en el ADN de la Compañía de Jesús desde que fue creada y también en el convencimiento de nuestra misión en el mundo. No podemos servir a las sociedad si no comprendemos las distintas culturas que la componen, y eso implica dominar una lengua que nos permita comunicarnos como el inglés y también tener la experiencia de convivir con ellas y estudiar con ellas. En el mundo hay unos 230 centros universitarios de la Compañía de Jesús y con muchas de ellas tenemos acuerdos. Yo no concibo a un profesional que salga de nuestra universidad en los próximos años sin que tenga una visión abierta al mundo.

Dígame la verdad, ¿a cuántos alumnos hay que descubrirles que hay mundo más allá de su Feria de Sevilla o sus Patios de Córdoba?

Creo que es compatible tener unas raíces y una identidad cultural clara con la modernidad de abrirse a otras culturas. Sí es cierto que encontramos alguna dificultad en el sentido de que nuestras ciudades son unas pequeñas trampas, porque en ellas la calidad de vida de la clase media profesional es buena -por clima, por tradiciones, por entorno social, por cultura?-. Es una vida agradable que nos puede llevar al inmovilismo y al conformismo. Pero debemos abrirnos al mundo mucho más. De hecho, creo que ya ocurre sin que nos demos cuenta, y celebramos a la vez Hallowen y el Día de los Difuntos, o Papa Noel y los Reyes. El mundo avanza hacia la globalización y debemos estar preparados, especialmente Andalucía, que es un lugar estratégico de encrucijada de culturas, en Europa, a sólo 14 kilómetros de África y como puerta de América.

¿Qué piden a la universidad los padres que vienen a apuntar a sus hijos y pagan una matrícula de 6.000 a 9.000 euros?

La mayoría te piden un futuro para sus hijos, lo que quiere decir un trabajo adecuado a las necesidades y vocación de sus hijos que les dé una posición social y una forma de realizarse como profesionales y personas.

¿Y qué piden sus hijos, los millennials?

Es curioso, porque mientras los padres hacen mucho hincapié en el empleo futuro, ellos piden dos cosas que expresan de forma razonable: primero, que se les ofrezcan experiencias, internacionales o de otro tipo, durante estos años, lo que supone un cambio sobre generaciones anteriores que sólo buscaban un título; y en segundo lugar piden una universidad muy práctica e innovadora, que esté a la última, que sea útil. No demandan una universidad erudita sino muy flexible y dinámica y muy concreta.

¿Se nos ha pasado la titulitis?

Creo que sí. Tener un título reconocido es bueno, pero se pide más. Y buena muestra la tenemos en el éxito de los centros de educación superior que están surgiendo sin tener necesariamente título. Hay algunas experiencias muy interesantes a estudiar.

¿Cómo es posible que con este paro en Andalucía algunos empresarios digan que no encuentran los profesionales que necesitan?

Hay un desfase entre el mercado de trabajo y la cualificación profesional de la universidad, algo que no ocurre tanto con la Formación Profesional. Esto es en gran medida porque la mayoría de la gente cree que un grado te capacita para un puesto de trabajo y no es cierto. Te capacita para muchos tipos de trabajo, pero luego necesitan la experiencia que se obtiene en la propia empresa o haciendo algún máster más práctico. Nosotros diseñamos los másters desde el mercado de trabajo y no desde la universidad.

El presidente de la CEA se queja de que los andaluces no seamos tan exigentes con nuestra Educación como lo somos con nuestra Sanidad.

Estoy de acuerdo. En general, los andaluces no tenemos claro en nuestra cabeza qué es una buena educación. Por eso me da pena que sólo seamos capaces de distinguir entre centros públicos o privados, cuando eso es lo de menos. No importa la titularidad, sino distinguir entre centros buenos y malos.

¿Hasta qué punto el atraso de la economía andaluza se debe a esta falta de una buena Educación?

Es cierto que una parte importante del retraso relativo que tiene Andalucía con respecto a otras regiones de España y de Europa tiene que ver con nuestro peor sistema educativo, y eso sólo lo corrige el tiempo y una política educativa muy clara. No hemos tenido un sistema educativo potente en nuestra región hasta la década de los 80, prácticamente. Y la red de universidades andaluzas es un éxito de nuestra autonomía, con todos sus fallos. Pero aún queda una generación o dos para dar el salto necesario.

Nuestros políticos hablan desde hace años de la necesidad del cambio de modelo productivo en Andalucía. ¿Hacia dónde debemos ir?

En primer lugar, deje que le diga que la inmensa mayoría de los políticos que hablan del cambio de modelo productivo no tienen ni idea de lo que están hablando. Porque eso implica muchas más cosas que un cambio de sectores; se trata del cambio del tamaño de las empresas, de una cuestión de competencia en los mercados, de un cambio en nuestro mercado laboral, de los modelos regulatorios, de un cambio educativo? Esto no basta con decir 'voy a poner más o menos subvenciones aquí o allá'.

¿Pero qué sectores ve con mayor futuro en Andalucía?

Tenemos tres sectores con factores competitivos clarísimos a los que prestamos poca atención. En primer lugar, Andalucía tiene la posibilidad de tener una de las industrias agroalimentarias más potentes del mundo, pero no somos conscientes de lo que tenemos y, sobre todo, de lo que podríamos tener. En segundo lugar, la energía es otro de los sectores de futuro al que hay que mimar. Y en tercer lugar, tenemos un creciente sector aeronáutico y naval que hay que potenciar. Es que Andalucía tiene todos los mimbres para hacer una gran economía industrial tras la crisis. Lo que también espero es que pronto podamos volver a mejorar la cohesión social pre-crisis y cuidar a las familias que han bajado con este crecimiento de la desigualdad.

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