Andalucía

Enseñanas de Darwin y la etología

El ejemplo de los individuos ociosos perjudica, por imitación o rechazo, al conjunto, como demuestra la ciencia.

Relacionar a Darwin con la biología de los vertebrados es tan simplificador como reducirlo al papel de descubridor de las teorías evolucionistas, que se han contrapuesto tantas veces y durante tanto tiempo a las ideas creacionistas. Por otra parte, Darwin no fue más que un eslabón de la cadena científica que hizo bueno avant la lettre el dicho de nuestro Eugenio d'Ors de que "lo que no es tradición es plagio". En este sentido, Darwin no fue más que el continuador de una larga serie de científicos, en la que no sería exagerado situar, a pesar de las claras diferencias entre ellos, desde Aristóteles y Plinio hasta Gessner y Linneo.

En realidad, Darwin propuso una serie de tesis relacionadas, entre las que se encuentra, posiblemente en primer lugar, la variación que experimentan las especies a lo largo del tiempo, lo que le permitió hablar del origen común de muchas especies y de la selección natural que se produce como consecuencia de la mayor capacidad de supervivencia de los individuos, cuyas transformaciones hacen posible una mejor adaptación al medio.

Las aportaciones de Darwin no sólo tienen el valor que cabe atribuirles de suyo, sino que deben valorarse también por su significación en todo el desarrollo científico y su consiguiente capacidad de abrir nuevos caminos y campos de exploración a las ciencias.

Así, por ejemplo, la etología, que es la ciencia que estudia el comportamiento de los animales racionales e irracionales, experimentó un gran impulso a partir de los trabajos de otro notable científico (Konrard Lorenz), quien dedicó una parte de sus estudios al comportamiento de los animales -aves e insectos en no pocos casos-, de los que extrajo importantes conclusiones sobre la influencia de la conducta en la evolución. La honradez intelectual que presidió toda su amplia peripecia vital, incluidas las guerras mundiales, le llevó incluso a reconocer sin empacho errores de alguno de sus planteamientos iniciales, como el de diferenciar tajantemente entre las conductas innatas y las conductas aprendidas como una alternativa inexorable.

Conocedores de estas aficiones mías, unos amigos me contaron el problema que se está creando en algunas regiones de Oriente, con la previsible extinción de ciertas especies de abejas otrora razonablemente productivas, debida al comportamiento de algunos individuos escasos al principio, pero cuya conducta acarrea en poco tiempo la desaparición de numerosas colmenas en su totalidad por la capacidad de emulación que se desata en otros individuos de la misma especie.

Al parecer, esos individuos aislados comienzan mostrando un ostensible desapego a la actividad, debido seguramente a su deficiente aprendizaje y falta de actitud. Su inacción sólo se interrumpe para efectuar unos cortos pero jactanciosos vuelos de mosconeo ante los panales adversarios que, primero, los rechazan con contundencia, pero luego surgen en ellos también individuos que experimentan idéntico proceder. Tras cada vuelo, vuelven a su colmena para continuar su patente y zumbona ociosidad, dando lugar, a su vez, a dos conductas contrapuestas, aunque ambas igualmente perniciosas para el interés del conjunto.

Así, otros individuos, seguramente por imitación, se van sumando a la inactividad continuada, limitándose a hacer un par o tres de vuelos diarios con el fin exclusivo de provocar pequeñas reacciones de los enjambres adversarios sin aportar nada de sustancia al común; en cambio, la mayoría de las demás obreras, más laboriosas, intentan neutralizar los efectos de tan insólita actitud, por un lado, redoblando sus esfuerzos para mantener el nivel normal de actividad, sustituyendo así el trabajo abandonado por sus compañeras y, por otro, combatiéndolas con los escasos instrumentos a su alcance por mantenerse dentro de los límites y consideraciones derivados de su común origen y pertenencia a la misma colmena.

Estas últimas, seguramente por agotamiento y cansancio, son las primeras en ir desapareciendo, aunque lo hagan paulatinamente y, a continuación, la falta de cuidados y aprovisionamientos termina provocando el descalabro de todo el enjambre.

El relato que me hicieron no deja de tener visos de cierta inverosimilitud, pero no me he podido resistir a la tentación de reproducirlo como, por otra parte y salvadas las distancias, hubiera hecho el mismísimo Plinio en su Historia Natural.

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