Este concepto, que apenas usa el Estado en sus textos pero sí las autonomías, queda fuera del informe para la reforma de las AAPP.
Las palabras pueden recoger en su interior cantidad de cosas, casi sin que nos demos cuenta muchas veces de todo lo que guardan, del mismo modo que no advertimos con frecuencia todo lo que esconden. Decía Borges, apoyándose en el sabio griego, que el nombre es atributo de la cosa y que en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo. No es, efectivamente, difícil representarse una sencilla vela latina, brillantemente desplegada sobre una masa de agua dos veces horizontal y plácida, con el Sol poniente dorando unas lejanas pirámides y aquí mismo, entre los juncos, un voraz cocodrilo boquiabierto. Quién no llenaría cientos de páginas, y hasta varios libros enteros, con la palabra Oriente. Pero no todas las palabras se llenan de cosas tan claras y perceptibles.
Desde hace unos años, en algunos círculos, se está haciendo frecuente el uso de la palabra "gobernanza". Es, junto con su prima la transparencia, una de las palabras de moda. Las dos son palabras biensonantes, con la claridad de sus vocales abiertas, la morbidez de su contenido y su falta, por ahora, de las pésimas connotaciones que tienen sus parientes ya lejanos y vergonzantes "gobierno", "legalidad", "competencia", etc. La gobernanza está definida por el diccionario de nuestra RAE -tan al loro- como un arte o manera de gobernar lleno de buenas intenciones (desarrollo, promoción, equilibrio) y también como acción y efecto de gobernar o gobernarse. Quién se atreve a que su acepción preferida no sea la primera.
Gobernanza es también una palabra del tercer milenio. En la versión española del repertorio de legislación europea, la primera cita de la palabra gobernanza tiene lugar en 2001, e hizo su entrada en el acervo comunitario nada menos que con un Libro Blanco de la Comisión bajo el título de "La Gobernanza Europea". La Comisión lo justifica muy al principio exponiendo la paradoja en que se encuentran los sufridos dirigentes políticos de toda Europa: por un lado, se les piden soluciones a los grandes problemas y, por otro, se desconfía de ellos y de las Instituciones o, simplemente, se les ignora. ¡Es que ya no se sabe cómo acertar!
Al parecer, en España, todavía no hay muchos motivos para recurrir a los beneficios que se prometen bajo el manto de la gobernanza, de modo que la legislación del Estado no ha hecho todavía más que unas cuantas alusiones más bien aisladas. Sin embargo, confirmando que lo moderno está en lo particular, varias autonomías ya han incorporado a sus leyes de buena administración o de "gobierno abierto", entre otros catorce o quince principios insoslayables, cuya ausencia sólo algunas mentes privilegiadas habían advertido, el principio de gobernanza.
Una de ellas dice textualmente: "gobernanza: los servidores y las servidoras públicos tienen que velar por el fortalecimiento y el fomento de la gobernanza, entendida como las normas, los procesos y los comportamientos que afectan a la calidad del ejercicio del poder o influyen en él, basados en los principios de apertura, de participación, de responsabilidad, de eficacia y de coherencia. La gobernanza se basa en una nueva forma de entender la interacción de las instancias públicas tradicionales, los entornos cívicos y económicos y la ciudadanía. Se perseguirá la coordinación y la cooperación entre las diferentes administraciones públicas y en el interior de cada una, para hacer posible el desarrollo de un gobierno multinivel".
Es de esperar que no tarde mucho el momento en que este beneficio se consiga extender a todo el Estado. Sin embargo, ya se aprecian las sempiternas tensiones contrarias al progreso: parece que el reciente informe de la CORA (Comisión para la Reforma de las Administraciones) no menciona ni una sola vez la bendita palabra. ¿Será que han visto entre las indudablemente verdosas aguas al astuto y amenazante cocodrilo?