
Unicef, la agencia de Naciones Unidas para la infancia, mueve un presupuesto anual de 10.000 millones de dólares, pero las contribuciones públicas y privadas que recibe se quedan a medio camino de sus necesidades. Con la ayuda humanitaria de emergencia y la educación como pilares de acción, la organización acudió la semana pasada por primera vez al Mobile World Congress (MWC) de Barcelona, a través de su directora de partenariados, para buscar apoyos en el ámbito tecnológico con los que combatir desastres, guerras, analfabetismo y enfermedades con la ayuda de herramientas como la inteligencia artificial (IA) y aplicaciones móviles versátiles que estrechen la brecha digital que separa al mundo desarrollado de los países en desarrollo.
¿Cómo de importante es la tecnología para Unicef?
Es esencial desde varios puntos de vista. La tecnología permite llevar la educación y la atención médica a cualquier parte, y a la vez, hoy en día, si no tienes habilidades digitales no vas a ninguna parte en la vida, y los niños se enfrentan a nuevas amenazas que vienen del mundo digital contra las que están indefensos. Es un arma de doble filo.
Pero la mayoría de la tecnología no llega a los países en desarrollo...
Demasiados niños no están escolarizados, por lo que ese es el primer paso, y el segundo es que las escuelas estén conectadas a Internet. También es crucial que la tecnología se adapte para funcionar en dispositivos muy básicos, porque son los que predominan en esos países. Y para eso son útiles los partenariados, en alianza tanto con el sector público como con el privado.
Barcelona acoge el centro tecnológico de su proyecto GIGA, que en el MWC anunció que crecería.
Sí, se dedica al desarrollo de soluciones tecnológicas basadas en código abierto con el objetivo de conseguir la conectividad escolar universal para 2030. Parece algo sencillo, pero hay países que no saben ni cuántas escuelas tienen ni dónde, y las hemos de geolocalizar nosotros. Estamos usando imágenes satelitales y aprendizaje automático para hacer este mapeo, y también trabajamos con los gobiernos y con los operadores de redes móviles para pactar paquetes de servicios de conectividad que agrupen áreas urbanas y rurales de forma que el servicio sea rentable. En este proyecto tenemos tanto apoyo público como privado, y estamos dedicando cientos de millones. Desde 2019, hemos llegado a 13.400 escuelas.
¿En qué ámbitos colaboran más las empresas?
No se me ocurre ninguno en el que no colaboren. Tenemos acuerdos con todas las empresas respetables del mundo y, en general, las empresas están muy interesadas en trabajar con Unicef porque saben que somos una organización creíble y confiable. Por nuestra parte, si queremos cambiar la realidad sobre el terreno, tenemos que trabajar con las empresas, y también cambiar su manera de operar si va contra los derechos de los niños. No sólo sobre cuestiones climáticas y ecológicas, sino también sobre el impacto social y amenazas como la explotación sexual y la privacidad de los menores en la era digital.
¿Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas han ayudado a tener más empresas dispuestas a colaborar?
Absolutamente. Yo ya estuve involucrada en la elaboración de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y después en los ODS, y estoy plenamente comprometida con su cumplimiento. Pero no podemos lograr resultados sin el sector privado, porque el sector privado se ocupa de la mayor parte de la atención médica, de la educación y del desarrollo tecnológico, por ejemplo. Y la brecha digital se está agrandando. Ahora la IA puede detectar el cáncer antes que el ojo humano, pero se basa en bases de datos occidentales, porque en los países pobres hay personas que no tienen ni partida de nacimiento, y mucho menos historia médica digital. Abrir ese espacio digital para que entre el resto del mundo es crucial.
¿La pandemia también favoreció la solidaridad?
Sí, y ayudó a avanzar sobre todo en educación a distancia, pero un tercio de las plataformas y aplicaciones que se pusieron en marcha entonces en todo el mundo están ya inactivas o desactualizadas. Ha sido una oportunidad perdida, porque se podían adaptar para ser funcionales en los móviles básicos de los países en desarrollo.
En Europa también ha habido una gran movilización por la guerra de Ucrania, pero hay muchos más conflictos en el mundo...
Hemos visto, particularmente en términos de donaciones financieras, un enorme aumento en las contribuciones del sector privado en la guerra de Ucrania. Lo vemos en mucho menor medida en Gaza, que es un conflicto muy político, altamente polarizado y muy difícil de manejar, pero en 2022 dedicamos 5.000 millones de dólares a ayuda humanitaria en 442 emergencias en 128 países. Sin embargo, el 50% de la financiación de donantes se centra en sólo cinco emergencias: Afganistán, Etiopía, Siria y sus refugiados, y Ucrania y sus refugiados. Ucrania y Gaza han sido crisis repentinas, pero el 80% de las crisis en las que trabajamos son conflictos de largo plazo de los que nadie habla: Yemen, Congo, Sudán, Haití... es increíblemente difícil encontrar recursos para eso. ¿Quién habla de Burkina Faso? Allí hay 3,2 millones de niños desnutridos, y cuando no obtienes suficientes nutrientes en los primeros cinco años de vida, estás mentalmente discapacitado para el resto de tu vida.
El cambio climático tampoco ayuda...
Exacto. Hay 333 millones de niños en situación de pobreza extrema; 469 millones en zonas de conflicto, y 1.000 millones gravemente expuestos a los efectos de la crisis climática. Les afecta incluso antes de nacer, porque las olas de calor incrementan los partos prematuros. Además, en lugares como Bangladesh o Etiopía, después de desastres naturales o durante largas sequías, detectamos un aumento de matrimonios concertados infantiles porque las familias necesitan dinero.
¿Es todo cuestión de dinero?
En nuestro caso, no. Necesitamos asociarnos con gobiernos, ONG y el sector privado para cocrear soluciones. Necesitamos dinero pero no es sólo dinero. No podemos aplicar las soluciones sin el compromiso del sector privado, con su capital humano, capital intelectual, capital financiero y capital social. No queremos verlos como un cajero automático; los vemos como socios para lograr objetivos como la descarbonización y productos respetuosos con los niños. Además, herramientas como la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y las imágenes satelitales contribuyen a llegar a los niños mucho más rápido.
¿En qué sentido?
En las inundaciones de Libia o el terremoto de Marruecos, y en guerras como Ucrania y Gaza, usamos las imágenes satelitales y el aprendizaje automático para detectar la destrucción de las infraestructuras básicas y poder organizar el envío de ayuda humanitaria. Además, con los teléfonos móviles podemos rastrear hacia dónde se mueve la gente. Incluso se puede utilizar este tipo de tecnología para predecir dónde ocurrirán desastres. A menudo ya sabemos, debido a los cambios en los patrones de lluvias, hacia dónde pueden ir los rendimientos de los cultivos de alimentos básicos, dónde podría acechar una hambruna y dónde necesitamos suministros humanitarios de alimentos para evitar la desnutrición de los niños. Permite que nuestro apoyo sea más rápido y más adaptado a las necesidades reales.