
La crianza de un hijo es una materia para la que nadie está preparado. El camino se hace al andar, que decía el poema de Antonio Machado, y por ello los padres van aprendiendo con el paso del tiempo sobre diversas cuestiones: cómo educarles, en qué momentos hay que dejarles más espacio o, por ejemplo, cómo lidiar con su paso por la escuela.
Aunque, claro está, en el proceso se pueden seguir algunos consejos. En este sentido, Jennifer Breheny Wallace, escritora e investigadora sobre paternidad en la Universidad de Harvard, explicaba apuesta por no presionar a los hijos, especialmente en épocas de exámenes.
En una entrevista a la CNBC, Wallace explica cuáles son las preguntas que jamás se deben hacer a nuestros hijos cuando llegan del colegio: "Cuando mis hijos entran por la puerta, en lugar de preguntarles '¿Cómo te fue en el examen de español?', ahora les pregunto '¿Qué almorzaste?'".
La clave, explica Wallace, es no centrar la conversación con los niños en el asunto de sus éxitos personales para evitar frustraciones y, lo más importante de todo, no crearles una ansiedad que puede ser muy complicada de gestionar para personas que aún no tienen asumidos los mecanismos necesarios para lidiar con altos niveles de presión.
Evitar el contagio emocional
Wallace hace referencia a lo que denomina "contagio emocional" por el que los padres, de forma involuntaria, trasladan su ansiedad a sus propios hijos. Es una forma de introducir a los niños una idea negativa: que su valor en la sociedad depende solo de sus méritos.
Tras múltiples conversaciones con terapeutas y expertos en psicología infantil, Wallace recibió en numerosas ocasiones el consejo de no centrar las conversaciones en esos logros escolares. Esto, insiste la escritora, no quiere decir que los padres tengan que evitar los temas escolares y desatender la trayectoria de sus hijos en el colegio.
De acuerdo con las entrevistas realizadas por Wallace, el mensaje común de todos los expertos consultados fue que los temas de conversación estresantes deberían reducirse a una hora los fines de semana. La única excepción a esta regla se daría siempre y cuando sean los propios hijos los que sacasen el tema de conversación: en ese caso, no se les debe dejar solos. Aunque no se puede reducir a los pequeños a personas que solo valen en función de sus logros, tampoco se les puede abandonar en momentos de incertidumbre.