
Los multimillonarios cada vez son más ricos, eso es un hecho. La pandemia les ha ayudado a doblar su patrimonio, según los datos de Oxfam. Esto no sería un problema si, tal y como asegura el corresponsal de economía global de The New York Times y autor del best seller "Davos Man: How the Billionaires Devoured the World" no se hubiese logrado a expensas del bien de la sociedad.
Según el periodista, los ultraricos han "amañado" el juego para que solo puedan ganar ellos. Así, han doblegado a los legisladores, han pirateado el sistema antimonopolio y han subyugado a los sindicatos para que la clase trabajadora no tenga una respuesta ante las acciones de sus empresas.
Tal y como narra Goodman en su libro, estas personas se han enriquecido tanto por la globalización que se han vuelto "apatridas". Efectivamente, para él, estas personas no tienen nación y carecen de lealtad a su país. "Sus intereses y riqueza fluyen a través de las fronteras, y sus propiedades y yates están esparcidos por los continentes", escribe.
El escritor dice que estos multimillonarios han acabado con la organización laboral, convirtiendo la negociación colectiva en una "sombra de sí misma". Además de ello, Goodman apunta que cualquier logro que pueda conseguir la clase trabajadora será un regalo en sí mismo del propio empresario, ya que el empleado carece de armas para conquistar derechos.
Para el periodista, esta situación no solo afecta a los trabajadores, sino que también elimina cualquier atisbo de reparto de oportunidades. Las nuevas empresas no pueden competir contra el monopolio ejercido por estas compañías.
El problema todavía tiene solución
No obstante, Goodman ve una ventana abierta tras la puerta que se cierra. "El capitalismo sigue siendo un sistema generoso. Es lo mejor que tenemos en términos de cómo organizar una economía, pero necesita regulación, impuestos progresivos, cumplimiento antimonopolio, y los multimillonarios han defenestrado todo eso de manera muy efectiva", señala en su libro.
"Es totalmente reparable", dice. Sin embargo, para lograr este cometido, la sociedad está obligada a enfrentarse a aquellas personas que gobiernan el sistema dictatorialmente.
Para encontrar una solución, Goodman se remonta a dos fechas clave. Durante el siglo XIX, los barones estadounidenses crearon fuertes monopolios en sus respetivas industrias. Esto derivó en una enorme desigualdad, que impactó severamente en la clase trabajadora.
Sin embargo, los legisladores aplicaron firmemente sus leyes antimonopolio sobre estas compañías, lo que resulto en la división de los sectores entre varias empresas con la Ley Sherman del 2 de julio de 1890.
Por otro lado, aparece el periodo postbélico tras la Segunda Guerra Mundial. Durante esta etapa, hasta mediados de la década de 1970, el Gobierno impuso impuestos mucho más progresivos, alcanzando una tasa impositiva marginal máxima superior al 90%.
Aparecen las primeras barreras
A pesar de que las encuestas han demostrado que los ciudadanos estadounidenses desean, precisamente, esta solución, los legisladores se han negado en rotundo aumentar los impuestos, incluida la institución de un impuesto sobre las ganancias no realizadas de los multimillonarios. Mientras que los norteamericanos más ricos han cimentado todo un entramado para defender y esconder su riqueza.
Según Goodman, la sociedad quiere renovar el sistema, a pesar de conservar el capitalismo, acabar progresivamente con la desigualdad que impera. Sin embargo, los multimillonarios han subyugado a los legisladores para que regulen en favor de ellos, por lo que tarea se torna complicada.
"Es muy difícil imaginar que vamos a organizar una respuesta efectiva a problemas realmente serios como el cambio climático", así como al racismo o la falta de atención médica de las personas más pobres si el sistema no es capaz de responder a esta necesidad de cambio, concluye el periodista.