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Solución 'privada' a otro problema 'público' de Bankia

Con el definitivo cierre de San Mamés (1913) -el campo del Athletic de Bilbao-, este año Mestalla (1923) -el campo del Valencia- se convertirá en el más antiguo de la Primera División. Y lo seguirá siendo por algún tiempo ya que el nuevo estadio se encuentra paralizado por la deuda del club.

Si fueron 300.000 pesetas lo que costó el terreno al lado de la acequia de Mestalla, a escasos metros del viejo terreno de Algirós, hoy son los 300 millones del nuevo campo los que ahogan al Valencia. También la megalomanía que permitió el expresidente de la Generalitat, Francisco Camps, al facilitar que el promotor Bautista Soler cogiera las riendas para dejar la deuda por encima de los 550 millones en 2009. Una locura que hoy obliga al empequeñecimiento de la sociedad, pero nunca a la desaparición. No sólo porque el problema cuando la deuda es mucha no es del que lo debe, sino de a quién se debe. En este caso Bankia, que a su larga lista de problemas suma que se puede encontrar con impagos del Valencia o de una fundación que controla el club. ¿Sería Bankia capaz de llevar a un concurso de acreedores, incluso provocar el descenso a Segunda B o hasta la quiebra de la mayor institución civil de la Comunidad Valenciana? El Valencia debe a Bankia de forma directa 200 millones y paga religiosamente los 14 millones de intereses anuales mientras la Fundación -avalada por la Generalitat- cerca de 100 entre principal y costes, y no parece tan piadosa en pagos. Bankia podría asumir una quita de las deudas, el Gobierno valenciano diluirse y los propios abonados capitalizar el club. Con una quita del 50% sería necesario convencer a 45.000 valencianistas o inversores para que pusieran 3.000 euros cada uno para hacerse con una propiedad rentable, que podría repartir un dividendo anual del 7%, el interés que hoy paga a Bankia. Se necesitaría un equipo gestor profesional y que Mestalla entienda que la Liga se empieza a ganar siendo tercero. El expresidente Manuel Llorente fue capaz de lograrlo y reducir la deuda en 500 millones, pero la afición no entendió que su coherente labor debía ser como el anuncio de Ikea: primero pones una lámpara y acabas sintiendo la necesidad de cambiar toda la casa.

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