
No corren buenos tiempos para el diésel, y lo peor está por llegar. En España, Madrid o Barcelona ya han establecido las restricciones que vetarán este tipo de motorización de forma inminente, mientras que Francia ya ha anunciado que dejará de vender vehículos de gasolina y gasóleo en 2040, y Volvo ha proclamado 2019 como la antesala al fin del motor de combustión: desde ese año solo mantendrá los hidrocarburos en híbridos.
Esos son solo algunos de los ejemplos que vislumbran un ocaso del gasóleo al que Alemania se resiste tanto a nivel gubernamental como empresarial, desembocando en una agrupación entre ambos bandos. Sin ir más lejos, las cunas de las firmas automovilísticas de lujo germanas (Audi, BMW y Mercedes) han mostrado su apoyo a una solución que pasa por llamar a revisión voluntaria a gran parte de sus vehículos a fin de reducir sus emisiones actuales y sortear un veto del diésel similar al llevado a cabo en otros países del Viejo Continente. Por ejemplo, los Estados de Baviera, sede de Audi, o Baden-Wuerttemberg, hogar de Daimler -matriz de Mercedes y Smart, entre otras- ya han anunciado que están de acuerdo con aceptar esta medida u otras similares, de acuerdo con Bloomberg.
Por su parte, Daimler, que acaba de comunicar el reclamo de más de tres millones de vehículos, va a ser la primera marca en experimentar esta maniobra. No obstante, no será la única puesto que los fabricantes germanos llevan tiempo presionando a las autoridades para frenar la desaparición del diésel y se han ofrecido, incluso, a lidiar con los costes de las reparaciones de los más de 13 millones de vehículos que se estima cuentan con esta motorización. Asimismo, BMW y Audi aseguraron que son capaces de reducir un 50% las emisiones de sus coches que cumplen con la normativa Euro 5.
Todo por conservar un combustible que supone a día de hoy el 46% de las ventas totales y mantiene de forma indirecta un gran número de puestos de trabajo. Según se desprende de un estudio del Instituto de Investigación Económica alemán (Ifo), la prohibición de vehículos nuevos con motores diésel y de gasolina pone en peligro más de 600.000 empleos en Alemania.
Los fabricantes, además, cuentan con el apoyo público del ministro alemán de Transportes, Alexander Dobrindt, quien considera que las prohibiciones son una herramienta ineficaz para reducir la contaminación y solo "pueden ser el último recurso". En cualquier caso, las siguientes elecciones federales, en las que se elegirá en septiembre a los miembros del Bundestag, el parlamento federal de Alemania, se antojan determinantes para discernir el rumbo final que escogerá el país en este sentido.
Pero lo que sí parece claro es que esa postura en la que comulgan Estado y fabricantes se topa con una realidad que necesita de modificaciones inminentes sean cuales sean. Actualmente, ciudades como Múnich -sede de BMW- o Sttutgart no cumplen con los estándares fijados por la Unión Europea en materia de calidad del aire y sus gobiernos son conscientes de la repercusión que puede tener en la salud de sus habitantes. A pesar de ello, por el momento no se ha aprobado ninguna limitación global para todo el país, siendo únicamente Hamburgo la ciudad que cuenta con algún tipo de restricción en este sentido.