
El arte intentará salvar esta exclusiva zona balnearia de Estados Unidos de la especulación inmobiliaria. Una zona que fue, durante siglos, sólo un conjunto de graciosas localidades y un nombre, como otros muchos, en los mapas geográficos.
Pero gracias a su cercanía a Nueva York, a las nuevas metamorfosis provocadas por el bajo coste del dinero y a las cotizaciones bursátiles desordenadas y contradictorias, se están convirtiendo en una realidad poliédrica.
Siguen siendo un lugar todavía muy prestigioso, pero que cada vez atrae a nuevos ricos más que a los artistas que la convirtieron en su feudo la pasada década. Y por eso dependen cada vez más del redescubrimiento del valor redentor del arte y de la especulación de los títulos inmobiliarios.
Por ejemplo, este verano los Hamptons buscan la salvación en el universo del arte, como en la época de la Segunda Guerra Mundial y en los años inmediatamente posteriores, cuando jovencísimos pintores, escultores y diseñadores todavía desconocidos transformaban pajares, comercios y tiendas de patatas y cebollas en espacios creativos para las artes de un vanguardista y moderno Estados Unidos.
En estos momentos, la Historical Society de Bridgehampton trabaja a fondo para inaugurar el día 11 de julio una gran feria de arte moderno y contemporáneo con el objetivo de atraer inversiones de calidad, así como comprar y vender obras de arte en la que se conoce como la "estación balnearia número uno de América".
Los apasionados del arte miran a los Hamptons
En otras localidades de la zona, como East Hampton y Southampton, la temporada ya ha comenzado con el fin de semana del Memorial Day, celebrado el día 27 de mayo, cuando la policía de East Hampton pensó en ponerle las esposas a la galerista de 67 años Ruth Kalb porque servía sin licencia de bar champán y parmesano a los 300 invitados que abarrotaban su galería.
Las bromas generadas por el intento de arresto, así como las numerosas protestas y recriminaciones, llegaron rápidamente hasta los apasionados del arte de todo el mundo, desde Londres a Basilea y desde Chelsea a Pekín o a Dubai.
Pero, de cara a la inminente feria, los ecos de este caso no figuran entre las principales preocupaciones de los operadores de Southampton, East Hampton y otras encantadoras aldeas esparcidas a lo largo de la lengua de playa de Long Island, desde Oyster Bay a Montauk. Lo que realmente les preocupa es la situación de crisis económica que está atravesando el país.
Desde ahora hasta el Labor Day, el Día del Trabajo (1 de septiembre), no faltarán quienes vuelvan a evocar los tiempos en los que, como los pioneros del Lejano Oeste, Jackson Pollock con su mujer Lee Krasner y Willem De Kooning daban vida en Springs a las premisas de una colonia de artistas.
Famosos en la zona
Inmediatamente después, llegaban artistas como Larry Rivers, Robert Motherwell, Mark Rothko, Tino Nivola, Saul Steinberg, Roy Lichtenstein, Robert Rauschemberg y otros muchos.
Poco a poco, no sólo pintores y escultores, sino también músicos, coreógrafos, novelistas y poetas encontraron primeras y segundas viviendas en Water Mill, en la aldea de los balleneros de Sag Harbor y, sobre todo, en las nuevas construcciones que gradualmente iban ocupando los campos de patatas.
Parques, bosques, viñedos y campos cultivados recuerdan que hace sólo una generación los Hamptons eran pequeñas aldeas, habitadas sobre todo por agricultores, pescadores, artesanos y artistas sin blanca, que buscaban aquí luz, paz y una vida barata.
Los nuevos ricos desembarcan
Y los que hoy hacen subir los precios no son ciertamente las familias que, desde hace generaciones, disponen aquí de casas grandes y pequeñas, sino los nuevos ricos que, en EEUU, ciertamente nunca faltan.
El año 2003, por ejemplo, fue un año de vacas flacas y, sin embargo, según un estudio de Merril Lynch, el número de americanos con una renta de más de un millón de dólares aumentó un 14 por ciento.
Robert Franck, periodista de The Wall Street Journal, que estudió a fondo el papel de los super ricos en la América contemporánea, sostiene que, cuando están en juego propiedades excepcionales, estos nuevos cresos no reparan en gastos.
"Viendo la forma frenética en la que suben los precios de las propiedades, en mi libro Richistan he previsto que pronto llegarán a pagar los 100 millones de dólares por comprar una propiedad con acceso directo al mar. Incluso antes de que mi libro llegase a las librerías y hablando de una compra realizada en los Hamptons por el financiero Ron Baron, el The Wall Street Journal salió con el título "Una casa en venta por 100 millones (sin casa)", explica el escritor.
Antes de esa operación, el récord lo había logrado Ron Perelman, que había cobrado 70 millones por su propiedad en Palm Beach y otros 20 millones por otra parcela más pequeña.
¿Quién detendrá a las topadoras?
Robert Frank está convencido de que la caza de los terrenos en los que poder edificar no se detendrá, porque, sobre todo en los Hamptons, el mercado de las propiedades de lujo parece no tener techo.
"Los clientes que buscan residencias a precios de ocho o nueve cifras no se ven afectados por las reglas del mercado inmobiliario. Más aún, el de las viviendas de lujo (luxury housing) es un mercado diversificado. Con puntos de resistencia variables: la franja más baja de las propiedades, las que cuestan entre uno y cinco millones de dólares, es la más sensible".
Una novedad que está suscitando cierta alarma en los Hamptons es la tendencia a comprar incluso a precios astronómicos casas ya edificadas y derribarlas, para conseguir grandes terrenos en los que poder edificar de nuevo.
Por fortuna, hace unos años, precisamente para combatir esta praxis, Edwin M. Schwenk dimitió como director del Long Island Builders Institute (Instituto de Constructores de Long Island), para hacer un frente común con los defensores del patrimonio inmobiliario existente.