Viaje del mes

Oasis, paraísos del desierto

Egipto ofrece alicientes distintos a las pirámides, las esfinges o el caudaloso Nilo. A los viajeros que prefieren la aventura les reserva la experiencia de sus oasis. Los paraísos verdes de sus desiertos que podemos recorrer en 4x4; los más atrevidos en caballo o en camello.

Con una extensión de 2.000 kilómetros cuadrados, el oasis de Bahariya es un trozo de cielo en medio de un desierto rodeado de montañas negras de cuarzo. Un paisaje chocante, producto de la erosión de las montañas y que no por casualidad se llama Desierto Negro.

El desierto negro de Bahariya.

Además de admirarlo el viajero tendrá ocasión de visitar algunas ruinas realmente impresionantes, como el templo de Alejandro Magno, levantado en arenisca, o las tumbas ptolemaicas,. Recientemente se han descubierto momias doradas, orgullo del museo Bawiti, la ciudad principal del oasis, ahora imán para el turismo.

Los habitantes de Bawiti son gente amigable y especialmente si llegas acompañado por algún otro egipcio te reciben en sus casas, en su ?sala de invitados?. Una experiencia interesante para conocer más de cerca sus costumbres y forma de vida.

Merece la pena también realizar un pequeño ascenso a las montañas de Bahariya para disfrutar de una vista aérea del oasis, de las dunas y, sobre todo, de las espectaculares puestas de sol. En las inmediaciones, el Antiguo Egipto se hace patente en varios yacimientos; también el mundo greco-romano, del que quedan vestigios como la tumba de Banentiu, con sus pinturas recreando la concepción mitológica del viaje hacia la otra vida.

Otras dos actividades son indispensables llegados a este punto. Una, regatear con los lugareños al comprar alguno de los objetos de factura local; y dos, relajarse en las reconocidas aguas termales del manantial de Bir Sigam. Se dice que son buenas para aliviar el reumatismo.

Del negro al blanco

Egipto tiene un Desierto Negro... y también un Desierto Blanco. Esta gran extensión de suave y blanca arena fina ofrece otra perspectiva de la clásica dureza del desierto. No hay otro igual en el mundo. Se caracteriza por sus sólidas formaciones rocosas de piedra calcárea totalmente blanca que, con el paso del tiempo, han ido adoptando curiosas formas. Una forma original de visitarlo será durante la noche, durmiendo en jaimas.

Entrando al Desierto Blanco.

Dejamos atrás este mar blanco de arena para poner nuestros ojos en el oasis de Farafra, otra parada fundamental para los amantes de los desiertos y de los oasis. Con él regresamos al contraste, puesto que este es un desierto de rocas negras, de una textura y dureza semejantes a las del hierro.

Farafra es el oasis más pequeño de Egipto. En él se puede visitar el curioso museo de Badr y moverse desde la única ciudad del oasis, Qasr Al-Farafra, hasta llegar al manantial termal de Bir Sitta o al lago de El-Mufid. La artesanía local es interesante y si visita el lugar entre octubre y abril -cuando las temperaturas son bajas- quizás le interese adquirir alguna de las prendas que la población confecciona con lana de camello y de oveja.

Unos agricultores trabajan en el oasis de Dakhla.

Finalizamos nuestro recorrido en el oasis más grande de Egipto, el de Dakhla, también considerado de los más bonitos. Posee más de 500 manantiales termales, entre ellos los de Bir Tarfawi y Bir Al-Gebel. Hay que destacar sus típicas viviendas de adobe y las ruinas de época medieval que se conservan en las localidades de Al-Qasr y Balat. La población principal de Dakhla es Mut, una ciudad que data de tiempos faraónicos, aunque hoy en día se ha tranformado en un moderno enclave turístico.

Más información en:
http://www.egypt.travel

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