
Si algún aspecto positivo se le puede otorgar a la situación económica actual, es el de haber puesto de manifiesto que la innovación no ocupaba, quiero pensar que ahora si lo hace, el lugar que le corresponde si realmente aspiramos a ocupar una posición destacada en lo que se ha venido a denominar la sociedad del conocimiento. Sociedad en la que la velocidad con la que se genera y desarrolla conocimiento, en cualquier parte del globo, conjuntamente con la celeridad a la que es puesto en el mercado en forma de tecnología, servicio o producto, nos ayuda a visualizar que la única ventaja competitiva que va a quedar como tal es la de tener la capacidad de innovar de manera sostenida.
En este escenario cada vez es más evidente la criticidad de disponer de un ecosistema de innovación que funcione como tal y no sea simplemente la agregación de diferentes elementos. No daremos el salto que necesitamos dar si los grupos de investigación de las universidades, los centros tecnológicos, los institutos científicos, las empresas, los parques tecnológicos, ... no consiguen establecer una relación que vaya más allá del proyecto para una necesidad puntual y concreta. Una de las relaciones básicas de ese ecosistema es, sin lugar a dudas, la de la universidad y la empresa.
Relación que ya tiene un recorrido y muestra de ello son las plataformas existentes en la que se formaliza esa relación. Grupos mixtos de investigación, cátedras, consorcios público-privados, living-labs, ... son mecanismos utilizados que han dado y siguen dando resultados. Sin embargo, las dinámicas exigidas para competir en la sociedad del conocimiento requiere avanzar en esta relación y conseguir que el diálogo actual, desarrollado básicamente en el mundo de la I+D, se extienda y ocupe un lugar en el espacio del desarrollo de negocio, donde actualmente parece que exista una especie de coto privado.
Talento
Parece razonable pensar que si añadimos a las capacidades de desarrollo de negocio actuales, talento para analizar nuevas oportunidades que puedan surgir de nuevas tecnologías o tener la posibilidad de integrar conocimiento existente en otros sectores de actividad al nuestro, vamos a acceder a un universo de posibilidades que va a multiplicar y desmultiplicar el proceso de innovación. Es una realidad objetiva la baja tasa de integración de doctores en la empresa y aquellos que se integran lo acaban haciendo mayoritariamente en posiciones dentro de los centros tecnológicos asociados, es decir, continúan centrados en la investigación.
No es menos cierto que el perfil de competencias de los doctorados está muy centrado en la investigación y existe un déficit en las capacidades asociadas al desarrollo de negocio, pero debemos aprovechar los doctorados industriales para transferir desde la empresa ese conocimiento y desarrollar así un perfil mucho más redondo del futuro doctor. Si nos convencemos todos, es decir, empresas, universidades y doctores, que además de los centros tecnológicos las posiciones de gerente de producto o gerente de solución son espacios naturales para ese talento, no solo conseguiremos ganar potencia y espacio en la innovación desarrollada por la empresa sino que de manera directa y fácil la universidad se verá beneficiada por la existencia de una interface capaz de descodificar las necesidades en un formato que permitirá incrementar en gran medida la eficacia y la eficiencia.
Manuel Cermerón Romero, director general de Aqualogy S&T. Patrono de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (Fundación CYD)