Turismo y Viajes

Las iglesias talladas de Lalibela, un mito hecho realidad

  • En este grupo de templos subterráneos excavado en la roca, el secreto mejor guardado de África, los sueños aún se hacen realidad.
Biet Ghiogis (Casa de San Jorge) es la iglesia más conocida y mejor conservada.

"Etiopía no se parece a ningún país de África, y podría decirse también que a ningún país del mundo. Es una nación que se sustenta sobre los mitos más que sobre la Historia, una nación que viaja en el tiempo a caballo de la realidad y la leyenda. Casi vale decir que Etiopía es un país suspendido sobre un sueño de la razón. En cierto sentido, su mitología vive integrada a la vida de sus ciudadanos, como sucedía en la antigua Grecia", escribe Javier Reverte en su libro 'Dios, el diablo y la aventura'. En él, este prolífico escritor de viajes narra la vida del misionero jesuita Pedro Páez, el primer europeo que alcanzó a ver las fuentes del Nilo azul en Etiopía, nacido en un pueblo castellano en el siglo XVI.

Como describe Reverte, y como debió percibir Páez, llegar a Lalibela es trasladarse al más allá. La pequeña ciudad, el secreto mejor guardado de África, se parapeta entre estrechos barrancos, escarpadas colinas y un paisaje lunar repleto de pequeños poblados circulares de paja.

Este importante centro de peregrinación del norte de Etiopía, el segundo del país, después de Axum, está situado a 2.500 metros sobre el nivel del mar. Su población pertenece casi en su totalidad a la Iglesia ortodoxa, por lo que es la única ciudad etíope donde no hay musulmanes.

Cada edificio es único en su tamaño, forma y ejecución,  están esculpidos con precisión sobre la piedra.

Lalibela, antiguamente llamada Roha, fue la capital de la dinastía Zagüe. El rey Gebra Maskal Lalibela (1172-1212), canonizado por la Iglesia etíope, cambió el nombre de este curioso rincón pétreo. El objetivo del monarca era construir una nueva Jerusalén en respuesta a la conquista de Tierra Santa por los musulmanes.

Según las Actas de Lalibela, obra publicada en el siglo XV, el santo rey subió a los cielos. Allí contempló una serie de construcciones maravillosas. Ante la alegría de Lalibela, Dios le ordenó hacer algo parecido en el lugar que Él le indicara una vez volviese a la superficie terrestre.

Dos jóvenes etíopes observan la iglesia de Biet Ghiogis  (Casa de San Jorge).

Las Actas afirman además que los ángeles se unían a los trabajadores durante el día, mientras que por la noche, cuando los hombres dormían, los seres divinos continuaban trabajando a destajo.

Lo cierto es que este conjunto de iglesias rupestres excavadas en la roca basáltica rojiza llaman la atención del más pasmado de los seres. Una intrincada red de túneles subterráneos conecta la docena de iglesias, muchas de ellas talladas a mano con herramientas rudimentarias y en un solo bloque, de arriba abajo.

De arriba abajo, de fuera adentro

"Construían de arriba abajo. Empezaban por el tejado, después tallaban las ventanas y entonces empezaban a sacar enormes bloques de piedra del interior de la futura iglesia", comenta Ermías, uno de los numerosos guías locales imprescindibles para visitar las misteriosas iglesias subterráneas, utilizadas ininterrumpidamente por los sacerdotes ortodoxos desde los siglos XII y XII.

"Cada edificio es único en su tamaño, forma y ejecución, están esculpidos con precisión sobre la piedra y algunos están fastuosamente decorados. Los arqueólogos europeos dicen que tuvieron que trabajar miles de personas, pero en un espacio tan reducido eso es imposible. Nosotros pensamos que tuvieron que ser los ángeles los que llevaron a cabo este milagro", asegura Ermías convencido.

Decenas de sacerdotes ortodoxos etíopes, cruz en mano,  cuidan de las iglesias.

Desde que las iglesias talladas en la roca de Lalibela fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978 el precio de la entrada ha ido subiendo exponencialmente, año tras año. Ahora mismo ronda los 50 euros, a lo que hay que añadir lo que negociemos pagar a nuestro guía local obligatorio.

Como por arte de magia, entre sacerdotes vestidos de un blanco impoluto con turbante y bastón, van apareciendo los dos grupos principales, separados por el canal de Yordanos, que representa el río Jordán. Algunos de los templos poseen una gigantesca estructura techada, antiestética y muy polémica, cuya finalidad es preservar estas maravillas arquitectónicas de los daños causados por la erosión.

Al norte se encuentran las iglesias de Biet Medhani Alem (Casa del Salvador del Mundo), Biet Mariam (Casa de María), Biet Mascal (Casa de la Cruz), Biet Denagel (Casa de las Vírgenes Mártires), Biet Golgotha (Casa del Gólgota) y Biet Mikael (Casa de San Miguel); al sudeste, Biet Amanuel (Casa de Emmanuel), Biet Mercoreos, Biet Abba Libanos, Biet Gabriel Rafael (Casa de Gabriel y Rafael) y Biet Lehem. Separada de las demás, al oeste, se encuentra Biet Ghiogis (Casa de San Jorge), la más conocida y mejor conservada.

Biet Medhani Alem, la más alta y extensa del grupo, es una reproducción de la catedral de Santa María de Sion de Axum, destruida en 1535 por los invasores musulmanes. Desprovista de pinturas, está dividida en cinco grandes naves. Alberga la Cruz de Lalibela y es la mayor iglesia monolítica del mundo.

A los sacerdotes ortodoxos les encanta que les hagan  fotos.

Entre las sonrisas de los sacerdotes, a los que les encanta fotografiarse con los turistas, Ermías cuenta que la Cruz de Lalibela "se cree que data del siglo XII, está hecha de oro, mide 60 centímetros y pesa unos 7 kilogramos". Fue robada en marzo de 1997 y apareció en Bélgica en 1999. Un traficante de Adís Abeba, la capital del país, la había vendido a un coleccionista belga por 25.000 dólares. La cruz regresó a Etiopía en 2001, después de que se le devolviera el dinero al coleccionista y de que no fuera denunciado.

Podríamos estar escribiendo horas y horas sobre este lugar de ensueño pero lo cierto es que no hay nada mejor que ver para creer. A unos cuantos kilómetros de Lalibela, por un camino de grava, se encuentra la iglesia de Yemrehana Krestos, del siglo XI, construida en una cueva al estilo axumita.

El monasterio de Yemrehana Krestos, a 19 kilómetros de  Lalibela, se construyó entre los siglos XI y XII.

Aquí, entre poblados indígenas y suaves colinas semidesérticas, encontramos puestos de artesanía, más baratos que en la ciudad, donde puede ser interesante comprar objetos a bajo coste, tan curiosos como un limpiaorejas de plata, espantamoscas de crin de caballo o instrumentos musicales autóctonos.

Un sacerdote ataviado con las ropas típicas ortodoxas  etíopes.

Por el camino, es recomendable parar en el mercadito rural de Bati. Los olores y la locura multicolor harán las delicias de aventureros y de turistas comunes. A pesar de creer estar en pleno sueño mitológico, el surrealismo etíope se convierte más que nunca en realidad. A los oriundos del lugar un simple peine de plástico también les parece un sueño hecho realidad. Y es que, de sueños vive el hombre.

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