Turismo y Viajes

Skye, la esencia de Escocia resumida en una isla

Castillo de Eilean Donan a la entrada de Skye.

Huele a humedad, a independencia contenida, a destilerías de whisky, a vaca peluda, a montañas escarpadas, a pubs rurales, a 'fish and chips', a acantilados rocosos, a castillos recónditos, a clanes familiares centenarios. Nos encontramos en Skye, la isla más poblada de las Hébridas Interiores, un remanso de paz que resume la esencia de Escocia en 1.650 kilómetros cuadrados.

Conducir desde Edimburgo hasta Skye se hace tedioso. Las carreteras son estrechas y las curvas pronunciadas. Después de más de tres horas de conducción por fin aparece el larguísimo puente arqueado que comunica tierra firme con la segunda isla más grande de Escocia, después de Lewis y Harris (Leodhas is na Hearadh).

Los pueblos cazadores-recolectores mesolíticos ya poblaban la línea costera de la zona, formada por una serie de penínsulas como Sleat, Strathaird, Minginish, Waternish y Trotternish, hace miles de años. Las reiteradas hambrunas y migraciones hicieron que Skye contara con menos de 10.000 habitantes en el censo de 1991, convirtiéndose en uno de los territorios menos poblados de Europa.

La abrupta orografía de la isla incita a la reflexión.

Entre los habitantes más habituales de la isla se encuentran los alpinistas, que desde la época Victoriana llegan hasta este indómito rincón europeo para explorar sus valles salvajes y sus montañas con forma de cuchillo. La espectacular península de Trotternish, con su costa de basalto volcánico y el Old Man Of Storr, una inmensa columna de roca con forma de hoja de sauce, de 50 metros de altura, son los dos grandes símbolos de Skye.

El castillo habitado más antiguo de Europa

Desde lo alto del Old Man of Storr casi se puede ver Portree, la localidad más grande de la isla, y uno de los puertos más pintorescos de Escocia. Encaramado entre imponentes acantilados, y famoso por sus casitas de colores, este pueblecito cuenta tan sólo con 2.000 almas. Los pesqueros amarrados frente a los numerosos restaurantes parecen haber sacado el pescado del 'fish and chips', la comida típica de la isla, hace unas pocas horas.

Una familia degustando fish & chips.

Merece la pena acercarse hasta Dunvegan, el castillo habitado de manera continuada más antiguo de Europa. Aquí, los románticos podrán mecerse en las historias ligadas a la Fairy Flag, una bandera de seda amarilla que, según la leyenda, fue donada por un hada al Clan de los MacLeod, y que desde entonces se convirtió en su baluarte de guerra. Cada vez que se izaba sobre los muros del castillo el clan vencía ataques e invasiones.

No hay que dejar de visitar la destilería de Talisker, situada a un lado del lago Harport, donde aprenderemos todos los entresijos de la producción de whisky a base de malta y agua de manantial, la bebida nacional escocesa. Otra visita imprescindible durante los días de lluvia es el Skye Museum of Island Life, situado en el interior de un grupo de 'blackhouses', las tradicionales casas escocesas con tejado de paja.

Las destilerías de wisky forman parte del paisaje escocés.

En este bonito museo costumbrista encontramos interesantes 'cottages' tradicionales donde nos cuentan lo dura que era la vida hasta hace relativamente poco tiempo en las islas. A pocos minutos a pie, cruzando prados, se encuentra la tumba de la heroína nacional, Flora MacDonald, famosa por haber ayudado al príncipe Bonnie Prince Charlie a huir de las fuerzas hanoverianas.

Formaciones naturales en las que, según la leyenda, viven las hadas.

Por último, no hay que olvidarse del faro de Nest Point, localizado en una franja de rocas y escollos recubiertos de terciopelo verde y de la zona de los montes de Cuillin y las Red Hills, colinas de suaves cimas de granito rosa donde se encuentra uno de los loch (lagos) más salvajes de Escocia, el Loch Corunisk. Ya sólo nos queda cruzar de nuevo el puente de madera para volver a la dura realidad.

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