Me gusta todo de ella. Es como ese novio que te parece perfecto en todos los sentidos, que aunque te dieran la oportunidad de diseñarlo por ordenador, no cambiarías nada, ni siquiera ese tic nervioso que tiene cuando discutes. Pero en esta ocasión no hablo de un novio ni de un familiar ni de un amigo, hablo de una ciudad, hablo de Lisboa.
Ya no sé las veces que he estado -he perdido la cuenta-, pero siempre después de cada viaje vengo con esa sensación de sorpresa, porque siempre encuentro algo nuevo y diferente.
Lisboa es una ciudad a la vuelta de la esquina que es necesario visitar. Mezcla perfecta de pasado, presente y futuro, su luz le da un aura especial a todo lo que vivas allí.
Los barrios de Chiado, Baixa, Alfama, Barrio Alto están cargados de historia y es necesario conocerlos a pie para poder disfrutar de numerosos rincones que demuestran la esencia de Lisboa, esa especie de saudade que tan bien cantan los intérpretes de fado.
La Plaza de Rossio es un lugar que rebosa vida, auténticos lisboetas se mezclan con los turistas que miran atónicos la belleza de sus edificios, entre ellos, el Teatro Nacional de Doña María II. Seguimos nuestro paseo para conocer la Baixa, calles paralelas que siguen el modelo francés y que se crearon después del terrible terremoto de 1755. Si elegimos Rua Augusta pasaremos por tiendas de sabor portugués que se mantienen ante la presencia de la marcas textiles españolas y el Museo de la Moda, creado en 1999, como una de las muchas iniciativas promovidas por Turismo de Lisboa. El final es magnífico, desembocamos en la Plaza del Comercio. Una plaza amplia que abre la ciudad al río Tajo y que reúne edificios oficiales y atractivos restaurantes.
Ha llegado el momento de coger ese tranvía mítico: El 28. Nos llevará cerca del Castelo de San Jorge donde disfrutaremos de las mejores vistas de la ciudad. Antes tenemos paradas obligatorias: en la Iglesia de San Antonio -patrón de Lisboa-, la Sé -impresionante catedral del siglo XXII- y en alguno de sus miradores como el de San Luzia. Después, le toca el turno a Alfama, el barrio de los antiguos marineros que ha sabido remodelarse sin perder su esencia.
En el centro todavía quedan cosas por visitar: el Elevador de Santa Justa, el Café A brasileira -para hacerlos la típica foto con la estatua de Pessoa-, Barrio Alto con coquetos restaurantes y galerías de arte...
Nos alejamos -esta vez con un tranvía moderno- hacia la zona de Belém donde conocemos algunos de los monumentos más impresionantes de Lisboa. El Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belém -insignia de la ciudad- y el Monumentos de los Descubridores. Es el momento de disfrutar de uno de los mayores placeres: los pasteis de Belém. Se venden en la fábrica y tienda fundada en 1837. Sin duda hay que probarlos y se pueden convertir en regalo perfecto para amigos y familiares.
Para conocer una de las zonas más moderna de la ciudad, podemos coger el metro, rápido y a buen precio usando nuestra Lisboa Card, tarjeta que nos permite tomar todos los medios de transporte y obtener descuentos en museos y monumentos. El Parque de las Naciones, antiguo recinto de la Expo del 98, reúne el Oceanario, el Pabellón Atlántico- donde se celebran eventos musicales- , el teleférico y la Torre Vasco de Gama.
Lisboa es ayer, hoy y siempre. Y yo, sea como sea -por trabajo o vacaciones, sola o acompañada- siempre vuelvo.