
Internet es todo menos neutral. Las palabras son poderosos instrumentos de defensa de lo propio, especialmente cuando se refieren a términos como libre, abierta, universal y neutral. En el gran teatro del debate público, la carga de la prueba es especialmente pesada a la hora de calificar de lo que realmente se trata y de diferenciar la realidad y la fantasía.
El futuro de Internet está en juego, sin más. Estados Unidos está apostando por la sobrerregulación de Internet en nombre del servicio público. Podemos imaginarnos el júbilo en países como China, Rusia y muchos otros países que, pese a haber fracasado hasta ahora, intentaron someter Internet al control de sus gobiernos, estando reconocido a escala internacional, especialmente en el seno de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT).
Sin embargo, el desorden institucional está compuesto de ideas de neutralidad asimétricas en ámbitos técnicos y de negocio: deberían las operadoras telefónicas cerrar los ojos y abrir su cartera con el fin de transportar cualquier descarga, proporcionando el máximo nivel de servicio. Los argumentos de las personas optimistas son que las start-ups necesitan el mejor servicio, pero carecen de medios para pagarlo. Bajo el mismo espíritu, no se deberían permitir diferencias en cuanto al rendimiento técnico, independientemente de que los bits en cuestión sean altamente sensibles al tiempo -a una fracción de nanosegundo-, o puedan de una manera satisfactoria disfrutar del privilegio de enviarse a las antípodas en pocos segundos.
Como sucede a menudo, bajo el velo de la fantasía, de palabras superlativas como neutralidad, hay intereses más mundanos en juego: es tentador para los grandes servicios comerciales y altamente rentables, imitar a Ulises y sus compañeros, y pasar por delante del cíclope ciego -la gran operadora telefónica- disfrazados de animales complacientes, bajo pieles de cordero.
Razonando en alto, en la religión judía hay una distinción justificable establecida entre lo que es el Olam HaBa -el mundo venidero- y el Olam HaZé -nuestro mundo terrenal-. En nuestro mundo, nada es gratis, los recursos son limitados, y su asignación debe ser determinada por consideraciones económicas, dentro de un marco legal socialmente definido.
Compás y escala
Las grandes inversiones para mantener Internet en funcionamiento y hacer frente al crecimiento exponencial del tráfico en la red necesitan un compás y una escala. Operar ciegamente a lo largo del tablero es deficiente. Se han de establecer categorías, el tipo de servicio que razonablemente requieren dichas categorías ha de ser definido y la ecuación financiera y empresarial ha de ser resuelta. También deben considerarse los límites. Todo esto conlleva complejas consideraciones sobre eficiencia, pero la falta de dichas consideraciones sobre eficiencia es perjudicial para las inversiones en el futuro de la red. Debe recordarse que la competencia entre operadoras y proveedores de servicios existe y los clientes no satisfechos con su proveedor de servicios cuentan con la libertad de irse a la competencia.
Dicho esto, el debate sobre la neutralidad en los Estados Unidos se ha convertido en un parque infantil, con la introducción de definiciones y distinciones infinitamente esotéricas. Si la experiencia sirve de algo, estas definiciones tan complejas acabarán siendo difícilmente manejables y darán lugar a disputas interminables, cuyo único beneficiario no será el público en general, sino los profesionales del Derecho.
Perspectiva europea
Afortunadamente, en la Unión Europea se está desarrollando una perspectiva más positiva, con propuestas muy inteligentes y razonables por parte de la actual presidencia letona de la Unión Europea en sus conversaciones con el Parlamento Europeo y el Consejo.
Sin embargo, existe el riesgo de que dichas propuestas razonables se enfrenten a fantasías, muy vivas en algunos Estados miembro y el Parlamento Europeo. La apertura y la neutralidad pueden fácilmente convertirse en todopoderosos mitos políticos, por lo que habrá justificaciones, colgadas de visiones de cielos azules de que no se aplique ningún principio discerniente a la gestión de red.
La meta a alcanzar está perfectamente clara: combinar la apertura necesaria y la libertad de los ciudadanos y los consumidores con cierto nivel de negocio y sentido económico, en especial el uso de incentivos como la innovación e inversión para cambiar continuamente y demandar maquinaria de red.
Desgraciadamente tememos que no exista regulación alguna que sea capaz de hacer distinciones sostenibles y definir las normas y reglamentos oportunos, especialmente aquella legislación excesivamente detallada y con la intención de cubrir todos los casos posibles, entre servicios permanentemente cambiantes en un contexto de tecnologías que igualmente cambian rápidamente. Se podrá poner en práctica principios fuertes y de alto nivel, pero la competencia entre proveedores de la red siempre será la mejor situación posible para los clientes, tanto en términos de capacidades técnicas como de costes. Las disposiciones regulatorias deben hacerse sólo cuando haya ausencia de competencia -como parece que es el caso para un 70 por ciento de consumidores en los Estado Unidos-. No puede haber competencia sin una información adecuada para usuarios y clientes, ya sean grandes o pequeños. Por tanto, se podría decir que la competencia genera de manera espontánea la mejor información posible; el cliente acudiría en manada al proveedor de servicios que mejor informe. La experiencia en sectores de ofertas complejas, ya sean las telecomunicaciones o los servicios financieros, demuestra que la provisión de información espontánea puede recibir ayuda de la legislación. Sin embargo, la regulación de la oferta y de contratos ha de ser tan simple y rápida como sea posible, permitiendo que el cliente pueda evaluar.
Ante este contexto, sería una vergüenza para Europa combinar las fantasías sobre la neutralidad con la defensa de los gigantes de Internet. En su lugar, debería centrarse en el futuro de los servicios proporcionados a través de Internet, basándose en sus fortalezas competitivas, la planificación y gestión de ciudades, salud, automoción, etc., y dejar que los proveedores de redes y servicios de Internet atiendan a los clientes, innoven, inviertan y contribuyan al crecimiento sostenible del sistema.