Tecnología

Los secretos de la batalla de Bruselas contra Google

  • Joaquín Almunia ha sido la víctima de la feroz batalla legal

Durante más de cuatro años, independientemente del tema de su conferencia de prensa, Joaquin Almunia se enfrentaba en un momento u otro a la misma pregunta. «Señor comisario, ¿en qué punto se encuentra el expediente Google?» Una pregunta persistente, en principio examinada por los especialistas y convertida con el paso del tiempo en el caballo de batalla diplomático entre Europa y Estados Unidos.

Finalmente, el español nunca pudo dar una respuesta definitiva a esta pregunta. Su sucesora como Comisaria europea de la Competencia, Margrethe Vestager, acaba de hacerlo por él sin paños calientes: sí, las prácticas contrarias a la competencia de Google en la comparación de precios en materia de shopping en la red son condenables y podrían valerle una multa de hasta 6.000 millones de dólares.

Joaquin Almunia, por su parte, está lejos desde hace tiempo. En diciembre, se presentó por última vez en el aeropuerto de Bruselas con un billete para Madrid en el bolsillo. Quizás en ese momento, mientras su avión surcaba las nubes para devolverle a casa tras diez años como Comisario europeo, pensó en ese expediente inacabado que había envenado sus últimos años de oficial europeo.

"No me arrepiento de nada", explicaba a quien quisiera escucharle al término de su mandato. El español ha sido no obstante la víctima de una batalla feroz como rara vez antes se había librado en Bruselas.

Es preciso situarse a finales de la década anterior para conocer los preliminares de esta guerra. En esa época, el eslogan de los inicios de Google Don't be Evil parece ya un viejo recuerdo: la firma de Mountain View comienza sin embargo a asustar a todo el mundo, especialmente a Europa. Su cuota de mercado alcanza el 90% en la actividad de motor de búsqueda, mucho mayor que en Estados Unidos, donde se dibuja en torno al 65%.

En septiembre de 2009, los expertos de la Dirección general de la Competencia asisten al nacimiento de una pequeña empresa francesa completamente desconocida para el público en general, 1plusV, que hace sonar la alarma de la rebelión. Hace algunos años, la empresa había creado un sitio especializado en el ámbito jurídico para los profesionales o los estudiantes, eJustice.fr.

Ante los funcionarios europeos de la DG Comp, los dirigentes relatan las desventuras ocurridas en septiembre de 2007: un día, comprueban que su sitio ha perdido el 92% de su tráfico ¡en 24 horas! «De 15.000 páginas referenciadas, una aplastante mayoría había desaparecido del índice Google. Se había convertido en no encontrada en el motor de búsqueda al teclear "justice France" o "droit France", explica una persona cercana a la empresa. El sitio había caído en el infierno de la desreferenciación, lo peor que puede ocurrirle a un creyente en Internet, sin saber qué pecado justificaba tal castigo por parte de Google.

En la misma época, otras dos empresas se presentan ante los expertos de la Comisión, los comparadores de precio británicos Foundem y el alemán Ciao. El discurso presenta variantes, algunas recriminaciones difieren, pero los eurócratas observan la emergencia de un problema que permanecerá en el centro de la investigación llevada a cabo durante casi cinco años: la firma de Mountain View es acusada habitualmente de manipular los resultados de su motor de búsqueda anteponiendo sus propios servicios o enviando al limbo los de empresas competidoras. Es el problema de los motores de búsqueda denominados verticales en las búsquedas especializadas -en el caso de los viajes, hoteles, búsquedas de mapas o en la compra de un producto por ejemplo-.

Trato de favor sospechoso

El internauta que navega para comprar una cámara de fotos pasando por Google ve como sistemáticamente aparecen en primer lugar los servicios del motor especializado Google Shopping, que tiene derecho a bonitas fotos bien visibles en la parte superior de la página, en detrimento de la competencia como Kelkoo o Twenga, menos valoradas e incluso literalmente enviadas más allá de la primera página de resultados - tanto como decir al limbo de los justos. "Los años 2010-2011 han sido muy turbulentos para muchos actores del sector del shopping que se han viso desclasificados, y se han producido quiebras por este motivo", acusa un directivo de una empresa demandante.

El mismo tipo de quejas con los mapas, donde Google Maps se ha convertido en la referencia indiscutible. "Nuestros mapas son los mejores, hemos invertido decenas de miles de millones de dólares en ello, lo que explica que los consumidores los elijan", responde un ejecutivo de Google.

Los funcionarios de la DG Comp se dan cuenta de que la empresa americana ocupa sin duda una posición dominante - lo que en sí mismo no es reprensible - y que se aprovecha de ella para invisibilizar a la competencia. "Han mostrado un gran interés por lo que les mostrábamos", recuerda un demandante.

En febrero de 2010, las tres empresas presentan una queja y varios meses después, en noviembre, la Comisión abre oficialmente una investigación contra las prácticas de Google.

Comienza el pulso. El anuncio de esta investigación provoca un curioso alboroto mediático: Bruselas contra el gigante de Internet, ¡buen cartel! Pero los expertos de la competencia del ejecutivo europeo se dan cuenta rápidamente de que no será fácil salir victoriosos.

El caso se revela extremadamente complejo. Son arenas movedizas, donde las prácticas de los internautas cambian cada mes. Rápidamente, los eurócratas se devanan los sesos. "La idea de que exista necesariamente un abuso de posición dominante por corregir no era evidente. Esto remitía a un clásico debate en el ámbito de la competencia, entre los juristas que querían remedios duros y los economistas que pensaban que el mercado resolvería el problema y que no era preciso impedir que Google innovara", descifra un conocedor del expediente.

Resulta aún más difícil verlo claro cuando los competidores de Google no les ayudan demasiado al principio. Para que Bruselas trabaje de manera eficaz necesita también que las empresas afectadas por el problema aporten datos, la prueba del delito.

Ahora bien, con el paso de los meses, apenas una decena de otras empresas presentan a su vez una queja. Al mismo tiempo mucho y muy poco. En privado, una gran parte del mundo de la alta tecnología representado en Bruselas se queja de Google. Pero de ahí a actuar públicamente contra la firma de Mountain View? «Incluso los más grandes le tenían miedo. Una empresa como Orange se mostraba discreta en sus recriminaciones contra Android, el sistema operativo para móvil», asegura un buen conocedor del expediente. Un consultor recuerda que se frotaba las manos en la época imaginando todos los clientes que acudirían a la vista del combate contra Google. Pero se desencantó rápidamente. "Todos a los que he asesorado me han respondido: «demasiado arriesgado".

Uno de los pocos en desafiar a Google frontalmente en esa época fue Microsoft. La empresa era la propietaria de Ciao, uno de los tres primeros demandantes, y ella misma presentó a su vez una queja a principios de 2011. ¿Una revancha? En los años 2000, ella misma era objeto de una sonora investigación a causa de la posición de monopolio de Windows. La factura fue desorbitada: cerca de 2.200 millones de euros, un récord en la materia. « Microsoft ha pasado por esto y lo utiliza como un medio para intentar debilitarnos », asegura una persona cercana a Google. «Queremos reglas de juego iguales para todo el mundo», fue la respuesta de Microsoft.

Para que se entienda su punto de vista, no lo hace en silencio. Crea y financia un laboratorio de ideas (Icomp) que inunda la burbuja de Bruselas de notas de denuncia de las prácticas de Google. Organiza asimismo la coalición FairSearch, que agrupa a varios demandantes para elevar el volumen de las recriminaciones. "Hasta tal punto que se ha convertido en un problema, ya que el argumento número uno de Google consistía en decir que estamos teledirigidos por Microsoft", estima uno de los demandantes.

Bruselas se convierte en cualquier caso en el ring donde pelean el campeón americano de la alta tecnología de los años 90 y su sucesor de los años 2000. Google no va a la zaga. En marzo de 2013, Bruselas impone una nueva multa de 560 millones de euros a Microsoft, que favorece su motor de búsqueda de Internet Explorer. Muchos sospechan que Google es la entidad que delató las malas prácticas de Microsoft ante la Comisión?

Mejor negociar

Un problema complejo, pocos datos, y Microsoft que gana un poco de terreno: Joaquín Almunia no lo tiene fácil. Después de un año y medio de investigación, opta en mayo de 2012 por una original estrategia. En lugar de apostar por un enfrentamiento directo y un procedimiento contencioso que pudiera desembocar en una fuerte multa, prefiere negociar con Google remedios a los problemas detectados. "La idea era que esta vía permitiría soluciones rápidas para los consumidores, mientras que un procedimiento contencioso contra Microsoft duraría años", explica una fuente europea. La negociación puede entonces comenzar. Ésta promete ser emocionante.

Google cuenta con los medios para pagarse una armada de abogados extraordinariamente eficaces. Estos últimos se encierran durante horas con los expertos de la Comisión para finalmente renunciar a muy poco. Y cuando lo hacen, "intentan recuperar otras concesiones ya hechas anteriormente", relata un conocedor del expediente.

En el transcurso de 2013, se desvela una primera y después una segunda lista de remedios que mejoran un poco la visibilidad de los competidores de Google. Pero estos últimos ponen el grito en el cielo por la broma pesada. Rápidamente, Almunia cristaliza su rencor. Demasiado cercano a Google, critican. En esa época, el New York Times publica una entrevista del Comisario español en la que explica cómo envía regularmente textos al presidente de Google, Eric Schmidt, para debatir sobre el tema. Los opositores se mesan los cabellos al leer esto. «A pesar de las repetidas demandas, nunca he sido recibido por Almunia. En cambio, pasaba su tiempo enviando SMS a Schmidt», se rebela el directivo de una de las empresas demandantes.

«Evidentemente, Google ha negociado bien pero no puede decirse que el señor Almunia haya presentado mucha resistencia. Estaba dispuesto a aceptar compromisos que hubieran enriquecido a Google - una especie de contramulta, lo nunca visto en antimonopolio», comenta Jacques Lafitte, fundador del gabinete Avisa y demandante desde el primer momento al lado de «1plusV».

A pesar de estas críticas cada vez más duras, el comisario español sigue fiel a su estrategia. Continúa negociando y vuelve a principios de febrero de 2014 con una tercera serie de remedios. Ante los periodistas, triunfa: "Nunca una autoridad de la competencia había obtenido tales concesiones" del grupo americano. Qué importa si los demandantes no están satisfechos: cree que ha encontrado la solución y se da seis meses para concluir y cerrar el expediente. ¡Hecho!

Sin embargo estos seis meses marcarán el fracaso de su enfoque. "El problema de Almunia es que confía demasiado en su inteligencia y esto ha podido cegarle", estima un funcionario europeo de alto rango.

En la primavera de 2014 es la guerra. Arnaud Montebourg, entonces ministro de Economía francés, compara al americano con la Compañía de Indias de otro tiempo, y su homólogo alemán Sigmar Gabriel menciona una posible escisión de la firma - un deseo que será retomado varios meses después por el Parlamento Europeo. Los dos ministros escriben entonces a Joaquín Almunia para pedirle una solución más dura contra Google.

Internamente, esto comienza a sacudir a la Comisión Europea. A principios del verano, se acumulan las respuestas de los demandantes frente a las últimas propuestas de Google y denuncian, con datos que lo corroboran, sus efectos perversos. Sobre todo, Almunia es presionado por sus colegas.

Los demás comisarios deben dar su aval a los remedios propuestos por Google, y algunos pesos pesados políticos dan a entender que se negarán. Es el caso del alemán Günther Oettinger, del francés Michel Barnier, de la luxemburguesa Viviane Reding. «Estaba claro que Jean-Claude Juncker, que había sido ya nombrado presidente de la futura Comisión, aunque todavía no había asumido sus funciones, también se manifestaba en contra», afirma un oficial europeo.

El luxemburgués seguramente no ha olvidado que Axel Springer y su diario principal Bild han constituido apoyos preciosos para imponer su candidatura a este puesto, frente a una Angela Merkel que apenas quería en un principio.

A finales de julio, Joaquín Almunia comprendió que había perdido su apuesta. Su estrategia de encontrar un acuerdo amistoso con Google había fracasado. Era preciso filtrar a algunos periodistas la idea de que las propuestas del americano, que encontraba formidables hace unos meses, ya no lo eran tanto. En Bruselas todo el mundo lo ha comprendido: Google no escapará a un procedimiento contencioso y a una posible y fuerte multa.

En este contexto es preciso situar las declaraciones increíblemente agresivas de febrero pasado de Barack Obama, al explicar que Estados Unidos «había poseído Internet» y que «las respuestas europeas son en gran medida dictadas por intereses comerciales». Margrethe Vestager, la sucesora de Joaquin Almunia, está prevenida. La batalla no ha hecho más que empezar.

El buscador se convierte en el gran enemigo

El ex comisario europeo de Competencia Joaquín Almunia no ha visto que el contexto político está cambiando radicalmente en Europa. En varios países, y especialmente en Alemania, Google se convierte en el enemigo público número uno. El escándalo de las escuchas de la NSA le salpica indirectamente, y su utilización de los datos personales de los internautas es un tema que inquieta. Angela Merkel, por su parte, se pregunta en público sobre el monopolio de la firma de Mountain View. Paralelamente, el mundo económico europeo parece vencer al fin su miedo. Deutsche Telekom y Lagardère constituyen una asociación junto con otras 400 empresas, l'Open Internet Project, que presenta una queja a su vez en Bruselas. Entre los afiliados, se encuentra también Axel Springer, cuyo presidente Mathias Döpfner acaba de publicar un editorial cuyo título ha causado sensación: "Por qué tenemos miedo de Google"

© Les Echos

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