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Cómo era el falerno, el vino más caro y lujoso de la Antigua Roma

  • Para los antiguos romanos, el vino marcaba la clase social
  • Roma era una sociedad profundamente sibarita
  • Beber vino se consideraba un signo de civilización
Mosaico romano con motivos vinícolas.
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Los romanos fueron un pueblo eminentemente agricultor y, para ellos, el cultivo de la vid era el más prestigioso de todos, un verdadero símbolo de su elevado nivel de civilización.

Para el año 146 a. C., la península itálica era ya la primera región productora de vino del mundo conocido. Era tal su popularidad que la extensión de latifundios dedicados a la explotación de viñas acabó por empujar a la población rural hacia las grandes ciudades. Algunos viticultores distribuían incluso su propio vino exclusivo. Para diferenciarlo del resto de competidores, grababan su sello personal (como los modernos logos) en las asas de las ánforas en las que transportaba sus caldos. Los arqueólogos han encontrado miles de ánforas romanas con sellos de este tipo (que indican su lugar de origen, contenido y otra clase de información) en vertederos de Marsella, Atenas o Alejandría.

Falermo.
Mosaico romano con motivos vinícolas.

Los romanos habían heredado el gusto por el vino de los griegos clásicos, pero elevaron el sibaritismo de estos últimos a nuevas cotas. La disparidad social de la sociedad romana, dividida entre patricios ricos y el pueblo llano, se reflejaba también en el contenido de sus copas. Beber un tipo u otro de vino determinaba la clase económica a la que uno pertenecía.

Había consenso generalizado respecto al mejor vino que una podía beber. Era el falerno, un caldo italiano de la región de Campania. Su nombre se convirtió en sinónimo de lujo y, de hecho, así ha llegado su fama hasta nosotros. Tenía que elaborarse con vides cultivadas en regiones estrictamente acotadas de las laderas del monte Falerno, una montaña situada al sur de la ciudad de Nápoles. El mejor falerno era un vino blanco, por lo común envejecido durante al menos diez años, aunque lo ideal era esperar mucho más, hasta que adquiriera un color dorado muy apreciado. Lo limitado de la zona de producción y la querencia por un largo envejecimiento hacían del falerno un vino extremadamente caro, un puro capricho para las élites.

La cosecha más famosa de falerno fue la del año 121 a.C., que pasaría a la historia con el nombre de 'falerno opimiano' en honor de Opiminio, el cónsul que ocupo el cargo ese año. Lo bebió el mismísimo Julio César en el siglo I a.C. y al emperador Calígula le sirvieron 'falerno opimiano' de ciento sesenta años de antigüedad en el 39 a.C. El poeta romano Marcial, que también vivió en el siglo I a.C., definió este vino como "inmortal".

Otros vinos romanos de prestigio eran el cécubo, el sorrentino y el setino. En el lado opuesto de la pirámide social, el pueblo llano bebía vinos de pésima calidad que a menudo se adulteraban con aditivos para disimular su sabor. La posca era una bebida para la soldadesca que se elaboraba mezclando agua con vino picado o avinagrado. Cuando un legionario romano, según nos relata el Nuevo Testamento, ofreció a Jesucristo en la cruz una esponja empapada en vinagre, seguramente fuera en realidad posca.

El último peldaño del escalafón romano del vino lo ocupaba la lora, bebida que solía servirse a los esclavos y que difícilmente podría calificarse como tal (se elaboraba mojando y prensando pieles, semillas y talos sobrantes de la elaboración del vino común).

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