
La presidenciable socialista favorita de los franceses, Ségolène Royal, ha emprendido esta semana una mini-gira por las capitales europeas, que la conducirá a Madrid el sábado.
Un viaje muy oportuno tras el primer traspiés de la candidata al Elíseo, que a pesar de ser reina de los sondeos, no consigue la unanimidad de sus compañeros.
El incidente ocurrió el fin de semana pasado en Bretaña en un acto público. Royal fue interrogada por una joven sobre la importancia de las diferencias entre derecha e izquierda en la campaña presidencial, y al sospechar que la pregunta no era bienintencionada, la socialista la eludió burlándose de la joven en tono condescendiente.
Los detractores de Royal quieren ver en el altercado la verdadera cara de la aspirante, que en pocos meses ha alcanzado una extraordinaria popularidad, codo con codo con el candidato de la derecha, Nicolas Sarkozy, y a buena distancia de rivales en la izquierda: los ex primeros ministros Lionel Jospin y Laurent Fabius o los ex ministros Jack Lang y Dominique Strauss-Kahn.
Su fulgurante ascensión se debe en buena medida a lo que sugería la desafortunada joven que la interrogó en Bretaña. Royal, de 52 años, presidenta de la región Poitou Charentes, compañera del primer secretario del Partido Socialista, François Hollande, y madre de sus cuatro hijos, no retrocede ante los clásicos tabúes de su formación y borra hábilmente en su discurso las diferencias entre izquierda y derecha, para atraer votantes.
En materia económica, su propósito es "reconciliar a los franceses con la empresa", mediante "un orden económico justo, un reequilibrio de la relación entre el capital y el trabajo en beneficio del trabajo y la reconstrucción de su valor". "En Francia, estamos en la Edad Media de las relaciones sociales", asegura, aunque ha renunciado a su idea de hacer obligatoria la adhesión a los sindicatos.
Pero la candidata, que espera representar a su partido en las elecciones presidenciales de la primavera de 2007, también ha puesto los pelos de punta a los guardianes de la ortodoxia socialista a la francesa, criticando la semana laboral de 35 horas con sus propuestas para restaurar la disciplina y el orden público o sus ideas sobre la distribución de las plazas escolares en la enseñanza pública, consideradas más propias de un Sarkozy.
Para quienes la apoyan, la ambivalencia de su discurso refleja su voluntad de afrontar la realidad cotidiana del pueblo francés, sin dogmatismo, lo que inevitablemente conmociona al partido pero cierra el abismo que ha dejado que se instale entre éste y los electores por razones ideológicas o electorales sobre algunos asuntos.
Así pues, Royal encarnaría la esperanza de una modernización del socialismo francés, para hacerlo menos marxista y anticapitalista y más socialdemócrata, como el de otros países europeos. El hecho de ser mujer contribuye a dar alas a esa esperanza de renovación.
La presidenta de Poitou Charente todavía tiene que superar la prueba del próximo mes de noviembre, pero el incidente de Bretaña ha demostrado que detrás de su imagen de sensata y conciliadora institutriz hay una mujer que puede pelear con uñas y dientes.