La UE está revisando la Directiva de Calidad del Aire y quiere aplicar unos criterios más exigentes que los actuales para llegar a los niveles defendidos por la Organización Mundial de la Salud. El cambio precisará una inversión de 3.400 millones de euros anuales y causará un ahorro de 40.000 millones.
La Comisión Europea trabaja en la revisión de la Directiva de Calidad del Aire, en vigor desde el año 2008. Durante la presentación de las nuevas propuestas, el comisario europeo de Medio Ambiente, Janez Potcnick, destacó que "la contaminación no sólo es insana, también es cara", en referencia a que, según los datos oficiales de la UE, la mala calidad del aire es responsable de la muerte prematura de 400.000 personas y de causar pérdidas de 23.000 millones de euros al año.
La propuesta de la Comisión supone una vuelta atrás: los actuales niveles de exigencia comunitarios son menores que los niveles considerados válidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero versiones anteriores de la regulación europea sí estaban alineadas con ellos; ahora, la Comisión propone volver a exigir los niveles recomendados por la OMS.
El cambio no es menor. Por ejemplo, en relación a la cantidad de partículas en suspensión -uno de los contaminantes más nocivos, asociados a dolencias cardiovasculares y al cáncer de pulmón-, según las exigencias de la UE, uno de cada tres ciudadanos europeos estaría expuesto a niveles mayores de los saludables, pero según los criterios de la OMS, los ciudadanos expuestos ascenderían a nueve de cada diez.
Según los cálculos de la Comisión, cumplir con los criterios de la OMS exigiría una inversión de 3.400 millones de euros anuales, a cambio de lo cual se ahorrarían 40.000 millones, también anuales, sólo en costes sanitarios, a la par que se impulsarían las industrias de tecnologías limpias y se mejoraría la protección de los ecosistemas en general.
Así pues, la Comisión tiene las cuentas claras y el balance que éstas le arrojan es claramente positivo. Sin embargo, al igual que ocurrió en el pasado, los Estados miembros no lo ven igual; agobiados por una economía endeble, no están por la labor de encarecer directamente sus tejidos productivos, aunque sea a cambio de obtener indirectamente un beneficio mayor.
De hecho, aunque la calidad del aire en Europa sea mejor que en otras regiones del planeta, como el sudeste asiático, muchos de los Veintiocho no cumplen con las suaves exigencias actuales.
España: incumplimiento sistemático en cuatro compuestos
La situación en España no difiere sustancialmente de la del resto de países europeos: las grandes aglomeraciones urbanas registran niveles superiores a los exigidos -el tráfico rodado es el mayor factor contaminante- y la tendencia de los últimos años es a mejorar, aunque haya que achacarlo al efecto de la crisis económica principalmente.
En el plano nacional, nuestras principales carencias están en cuatro compuestos, en los que incumplimos sistemáticamente: SO2 (dióxido de azufre), NO2 (dióxido de nitrógeno), O3 (ozono) y PM10 (partículas menores de 10 micras). Precisamente por este último incumplimiento, la UE nos abrió un procedimiento de infracción en 2009 que todavía está pendiente de recalar en el Tribunal de Justicia Europeo.
Según datos de la Comisión Europea de 2005, en España mueren al año prematuramente unas 20.000 personas por la mala calidad del aire, aunque otros informes más recientes, que tienen en cuenta nuevos descubrimientos científicos, duplican esa cifra. De acuerdo con los datos del Observatorio de la Sostenibilidad -cerrado el año pasado por la crisis- la contaminación nos cuesta entre el 1,7 y el 4,7 por ciento del PIB nacional.
En abril del año pasado, el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente publicó el Plan Aire, con 39 objetivos específicos y 78 medidas transversales para cumplir las exigencias europeas.