La relación de Turquía con el FMI podría haber alcanzado un punto de inflexión, ya que el pasado 14 de mayo saldó el resto de su deuda y (al igual que otros mercados emergentes) está previsto que se convierta acreedor con una aportación de 5.000 millones de dólares. Pero mientras los pasivos de las administraciones públicas descienden hasta un encomiable 37% del GDP, la flexibilidad de la política monetaria en el G4 está provocando un rápido aumento del apalancamiento del sector privado. Resulta especialmente preocupante el fuerte aumento de los préstamos externos, sobre todo de la deuda a corto plazo, lo que supone una importante vulnerabilidad cuando los activos de riesgo caigan en desgracia, haciendo que la refinanciación de la deuda sea más costosa. Esto supondría un riesgo para la TRY, la producción y la estabilidad financiera, dentro de una situación de tipos de interés reducidos que agravaría dicho riesgo. Las medidas macroprudenciales del banco central parecen haber tenido un efecto mixto sobre los préstamos interbancarios en divisas, pero la política ha dado lugar a un incremento de las reservas de divisas (excluido el oro) del Banco Central de Turquía. Aunque no existe ningún desencadenante inmediato para una crisis, no se debe descartar la posibilidad de un colapso.
Por Maya Senussi.