Se espera que el bloque de derechas del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, liderado por el partido Likud, obtenga 60 escaños de los 120 existentes en el Knéset israelí según las encuestas a pie de urna tras las elecciones del 22 de enero (menos de los 66 escaños de la coalición previa). Ahora toca repartirse el botín y Likud-Yisrael Beitenu (supuestamente con 31 escaños) podría verse obligado a regatear con los grupos de centro izquierda, sobre todo el nuevo Yesh Atid, para crear una coalición viable. Al contrario que en las elecciones de 2009, cuando el partido Kadima de Tzipi Livni recibió el mandato popular pero fue incapaz de formar una coalición, esperamos que Netanyahu establezca un grupo mayoritario, aunque podría verse obligado a hacer concesiones políticas por el camino: tal vez con más gasto social en el presupuesto de austeridad y un freno a su retórica sobre Irán. Los acuerdos sobre Cisjordania y las conversaciones de paz en Palestina también serán claves en la negociación. El potencial de una coalición inestable o un punto muerto político (ninguno de ellos atípico en Israel) llega en un momento de debilidad económica.