El martes tuvo una cena en Barcelona, ciudad en la que reside, y aprovechó para tomarse una copa, así que hasta la una y media no se metió en la cama. Cuatro horas y media de sueño fueron suficientes para recuperar el ritmo y el jueves Laura González-Molero -presidenta y consejera delegada de Merck España- tomó un avión para llegar puntual a su otro despacho en Madrid.
La maleta descansa detrás de su silla en una sala llena de luz y de fotos. Es una persona ordenada, "disciplinada, estricta" y quizá por eso en su mesa se agrupan carpetas de distintos colores perfectamente colocadas. "Cada color significa un código y así agrupo las distintas cosas que tengo que hacer", dice como si tuviera que disculparse por ello. Mabel -en Madrid- y Anabel -en Barcelona- son sus asistentes, esos ángeles de la guarda en los que delega muchas de sus tareas.
Le gusta llegar a las 8 de la mañana a la oficina y empezar, café en vena, la que suele ser una jornada agotadora pero en la que siempre hay hueco para hacer algo más que trabajar.
"Me lo ordeno a mí misma, porque si lo pienso siempre hay algo que hacer aquí, entonces las jornadas serían no de 14 horas, sino de 24 horas", asegura. Un paseo de media hora, la presentación de un libro, una visita a sus padres, un vino con un amigo, lo que haga falta: "Ya escribiré los correos pendientes después de cenar".
Sonrisas y 'disparos'
Laura sonríe mucho, pero entre sonrisa y sonrisa dispara determinados comentarios que rompen con esos tópicos en los que ha caído la figura de la mujer ejecutiva, esa maldita superwoman -madre, amiga y directiva siempre impecable- en la que no quiere encasillarse.
Primera bala: "Estoy harta de los estereotipos. Tus valores, tus creencias, tu estilo de liderazgo... eso es lo que imprime el carácter. ¿Por qué van a ser sólo las mujeres las que concilien?". La segunda no tarda en llegar: "Si no tengo hijos es una decisión mía, absolutamente personal. Conciliar es reivindicar el yo de cada uno".
Es hora de despachar con su secretaria pero entre nota y nota sigue disparando. "Me molesta cuando me preguntan si hubiera conseguido lo mismo teniendo hijos. Yo soy la que tomo mis propias decisiones. Y lo digo claro aunque moleste y sea políticamente incorrecto: me parece muy cobarde aquel que se refugia en su familia o en sus hijos para no hacer lo que le gusta", confiesa rotunda.
Máster en hacer maletas
Desde que accedió al máximo puesto de la farmacéutica en abril de 2007 viaja mucho, aunque ha tenido épocas en las que su puesto abarcaba la gestión de seis países -"Tengo un máster en hacer maletas"-, aunque no es de las que se queja de tanto avión. "Podría evitar algunos viajes, pero es muy importante que la gente te vea, que te conozca", cuenta.
Sale de su despacho y saluda por su nombre a la primera persona que se encuentra en su camino. "¿Desde cuándo te sientas en este sitio?", dice. "Desde hace un mes y pico", responde su empleada. "Es que hace mucho que no vengo por aquí", contesta. Aprovecha la ocasión y cuenta, como si fuera una respuesta de examen, que Merck tiene en España nueve delegaciones; en las cuatro plantas de la sede en Madrid trabajan unas 70 personas, en la planta de Tres Cantos 15 y en Barcelona unas 600.
Cree que la verdadera igualdad de oportunidades se conseguirá cuando se deje de celebrar el Día de la Mujer Trabajadora. Mientras tanto, se muestra crítica con uno de los males endémicos de este país, según su criterio. "Somos demasiado endogámicos. Siempre hablando de mi trabajo, mi sector, mi colegio, mi barrio... parece que nos da miedo lo que no controlamos. Eso sólo nos quita frescura", aclara.
Miedo al riesgo
Ese miedo a lo desconocido quizá lo sufrió ella misma en su etapa como emprendedora. Corría el año 1996 y fue la encargada de la creación y el lanzamiento de los Laboratorios Farmacéuticos Guerbet. Dos años duró la aventura y dio el salto a una multinacional del sector, Schering-Plough.
"Fue una de las épocas más duras, pero también de las más satisfactorias. Estamos en un país en el que no se valora lo suficiente a los empresarios, ese miedo a cambiar nos puede", cuenta. "Se considera que el que fracasa es un perdedor, cuando lo importante es haberlo intentado", aclara mientras una de sus colaboradoras, reloj en mano, le hace señales para indicarle que en unos minutos toca salir de la oficina. Se presenta a los medios el primer anuario de Biotecnología y González-Molero participa en ese acto. Abrigo en mano, baja en el ascensor y sale del edificio.
Mabel, su ángel de la guarda en Madrid, le sonríe y confiesa en voz baja: "Llevo muchos años con ella y no la cambio. Me ofrece una flexibilidad con la que no he contado con los hombres que he tenido como jefes. Si tengo que ir a recoger a mi hijo al colegio voy, y si tengo que hacer con él los deberes no me pone ningún problema. Eso sí, hay veces que entre tarea y tarea aprovecho para mandarle a Laura algunos correos".
Le advierte, antes de despedirse de ella, que esa tarde se ha anulado el acto que tenía previsto. "Te lo dije", le comenta González-Molero. Con suerte, el día acabará antes para las dos.