Me viene muy bien que mi compañera de página escriba sobre una empresa cuyo negocio es hacer rentable la música a través de Internet. Digo muy bien porque aún me está costando digerir las reacciones del personal con el cierre de Megaupload.
Aunque antes, mucho antes, me costaba digerir que estemos en un país que no es que no respete sino que directamente se mofa de los que trabajan con las ideas. Aquí, que somos todos expertos tertulianos, ya sabemos que cuando vamos al cine o cuando compramos música en el fondo a lo que estamos contribuyendo es a que se forre gente tan despreciable y mediocre como Almodóvar, los Bardem -estos es que encima son unos cuantos-, Sabina y la casa de Miami de Alejandro Sanz. Claro que a las decenas de personas que trabajan para ellos y de los que depende su mileurismo... No, a esos no los vemos, que se fastidien esos rojos. Reflexiones así de profundas hemos escuchado hasta hartarnos, y eso que les he ahorrado las zafiedades y los insultos. Soy una señora.
Pues nada, no le paguen sus gastos a estos señores, pero bien que le han sufragado el casoplón, los coches y la barriga al dueño de Megaupload. Ese señor no ha escrito una canción, un guió y es bastante probable que tampoco haya leído un lbiro, pero todos estos años ha estado viviendo a costa del pirateo ajeno. Felicidades.
Yo, para continuar con esta tendencia de sólo valorar lo tangible y despreciar a los que viven del intelecto, voy a emprender una cruzada contra mis enemigos. Compraré música, pagaré por libros y por películas. A cambio, me dedicaré a comer y cenar en restaurantes y me iré sin pagar. Pasaré noches en hoteles por las que no pienso destinar un euro y llenaré mi armario de prendas que me saldrán gratis total. No estoy dispuesta a que Amancio Ortega, Isak Andic, Antonio Catalán o cualquier empresario hostelero se forre a mi costa. ¿A que es absurdo? Pues piensen un poquito, que es gratis.