Aparentemente, el acuerdo alcanzado por los líderes de la Eurozona satisface las expectativas del mercado, pero siguen existiendo importantes reservas. En primer lugar, todavía queda por finalizar la anunciada quita del 50% para los valores de deuda griega del sector privado, y cada vez es más difícil obtener una implicación significativa de dicho sector de forma voluntaria y sin permutas de cobertura por impago. Incluso con una quita del 50% para los acreedores privados, la relación entre la deuda y el PIB de Grecia será de un insostenible 120% a finales de 2020. Por ello, nuestra hipótesis de base sigue siendo una suspensión de pagos por parte de Grecia y su salida dentro de los próximos 12-18 meses. En segundo lugar, la ingeniería financiera implicada en el apalancamiento del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) no aumenta realmente la capacidad de actuación de los fondos, sino que disemina lo que queda de ellos en un mayor conjunto de bonos. Esto podría resultar efectivo para hacer frente a la falta de liquidez a corto plazo, pero a costa de aumentar la presión de las calificaciones sobre los eslabones más débiles, como es el caso de Francia. En tercer lugar, comparar los 106 billones de euros estimados para gastos de recapitalización de la banca con los cerca de 280 billones de euros que RGE calcula como necesarios nos hace presagiar nuevas tensiones para los eslabones más débiles. En cuarto lugar, se pretende que Grecia sea considerado un caso excepcional, pero los participantes en los mercados lo tomarán como modelo para todos los demás eslabones débiles, siendo Portugal en el siguiente país en el punto de mira. En quinto lugar, el BCE deberá continuar con su implicación, aun reduciendo su Programa de Mercados de Valores una vez que intervenga el FEEF.