
Dicen los viejos montañeros que las montañas te hablan y te sienten, y quieren que tú las escuches y sepas que siempre estarán ahí. Y no hay mejor lugar para constatar la gran verdad que se esconde tras esa frase que el Himalaya, un paseo por el techo del mundo. Sin alardes ni proezas, sólo con patear los caminos que pasan junto a gigantes como el Ama D'ablam, Pumori, Lothse, Nupse, Cho Oyu o la impresionante cima del Everest, se pueden pasar de dos a tres semanas de vacaciones inolvidables, de las que llenan cuerpo y alma para siempre, aunque se vuelva a casa con algunos kilos de menos.
Nepal es el paraíso de los aficionados a la montaña y su capital, Katmandú, la base de operaciones más caótica, variopinta y exótica del mundo. Si antes o después de un trekking se tiene tiempo de pasar uno o dos días en Katmandú, perderse y evadirse por sus calles de tierra entre coches desvencijados y contaminantes, motos de todo tipo, tamaño y composición, bicicletas y gente, mucha gente, es una experiencia alucinante.
Todo se compra y se vende en Katmandú, desde ropa y equipamiento de montaña de todas las marcas, colores y calidades imaginables, hasta oro, ámbar, cuchillos Khukuri de la guardia real nepalí (auténticos o no), pasminas baratas y mandalas de mil formas y colores. Pero detrás de esa supervivencia comercial de la capital nepalí, se pueden ver detalles de una forma de vivir única, vital, con pequeños retazos de modernidad pero muy centrada en sus viejas costumbres y en la mezcla de razas y religiones que reina sobre todas las cosas en esta parte del mundo.
Aterrizar en Lukla
El periplo montañero de la zona del Everest se inicia en Lukla, un pequeño pueblo con una pista de aterrizaje cuesta arriba ganada al precipicio, que da vértigo sólo con verla. El recorrido hacia el Parque Nacional de Sagarmatha es como una 'Y', en el valle del Khumbu. Desde Lukla a Namche Bazar, donde ya nos ponemos en 3.500 metros de altitud, hay dos días de caminata suave, salvo la subida final al pueblo que, como todos, está colgado del precipicio y coronado por montañas blancas.
Namche es el centro neurálgico de toda la zona del Everest. A su alrededor se pueden hacer excursiones cortas a pueblitos como Phortse o Thami, o visitar las escuelas que fundó Edmund Hillary en Kumjung. En un alto entre Namche y Kumjung se tiene la primera vista del Everest, custodiado por el Lothse y el Nupse, una visión espectacular que se tiene siempre presente durante los siguientes seis días camino del collado de Kala Patar, a 5.800 metros, que es desde donde se puede saludar, siempre con humildad, al circo de montañas más alto del mundo.
Antes de entrar al parque nacional, es preceptivo pagar el canon a la guerrilla maoísta, pero ya no es lo que era: dos niños con metralleta cobran 10 rupias por cada día de trekking (doce céntimos de euro), negociables, y hasta te dan un recibo y una postal de su líder comunista, que pacta el nuevo Gobierno en Katmandú. Resulta incluso un motivo de atractivo turístico hacerse una foto tras los sacos de la trinchera del que vigila el paso.
A esas altitudes, es básico realizar una buena aclimatación, y nada mejor para ello que pasar un par de días en Tenboche, un templo budista espectacular, por donde pasan todas las expediciones al Everest. Atardeceres de mil colores sobre las nubes y desayunar con el bello Ama Dablam a la derecha y el Everest de frente. Junto al templo, hay cafetería, lodges, muchos rododendros y yaks sueltos en perfecta armonía con los paseantes.
El camino Este
Es el camino Este, desde Namche Bazar para llegar a Kala Patar y compartir conversaciones con montañeros y escaladores de todo el mundo, unos que van a sentir sus caminos y admirar como fluye la naturaleza a esas altitudes, y otros que se adentran en las paredes de hielo drogados por el ansia de conquistar cimas, aunque muchas veces les vaya la vida en ello por una avalancha nocturna. Las caras atónitas y perdidas de quien no volverá a ver a sus compañeros de expedición de un día para otro también se ve en el trayecto.
Los monolitos del cementerio de sherpas, pasado Periche y camino de Lobuche, a un día de llegar a las faldas mismas del Everest, recuerdan lo dura que es la vida del sherpa. Los guías porque suben como flechas por donde a los humanos sólo les está permitido andar con permiso de las montañas, y los porteadores porque se dejan la salud con sus cestos a la espalda para abastecer la red de lodges que utilizan los turistas y en la que se basa la economía de toda la zona.
Se estima que cada año suben por ese camino al Everest unas 5.000 personas, y se puede incluso tomar una cerveza por 400 rupias (cinco euros) casi en el campo base, a 5.000 metros. Y sacos de arroz, agua, tableros de madera, sillares de piedra, carne para vender en cada pueblo o cargamentos de patatas.
Todo se lo echan los porteadores a la espalda desde la avioneta de Lukla hasta donde haya que llevarlo. Las ruedas no existen porque los caminos no lo permiten. El porte suelen ser de unas 20 rupias por kilo y día (25 céntimos de euro), de forma que si se llevan unos 50 kilos, se puede sacar un jornal de poco más de doce euros diarios. El turismo llega de mediados de septiembre a mediados de diciembre, y de febrero a mayo. El resto de año la mayor parte de los habitantes de la comarca sherpa bajan a Katmandú, a sobrevivir lejos del frío y la nieve.
Y eso que la modernidad llega a todas las partes, hasta el punto de que en Tenboche, junto al templo budista, se puede consultar lo que pasa en el resto del mundo por Internet vía satélite. Sale casi a un euro y medio el minuto, pero si tenemos en cuenta donde estamos, lo caro no vale nada.
En Lobuche, justo antes de subir al campo base, junto a los camastros y las estufas de los refugios al uso, se puede incluso pasar la noche por 80 dólares en un hotel con ducha, inodoro y teléfono vía satélite, algo impensable hace muy poco tiempo.
Hacia Gokyo
Con 15 días se puede subir a Kala Patar y volver. Pero si se elige el camino Oeste desde Namche Bazar, la opción está en llegar a Gokyo y gastar media docena de días más. Un camino de dos metros de anchura nos sube por un lado del tremendísimo barranco y otro nos baja por el de enfrente. Una vez pasado ese camino, llegar a Gokyo bordeando los tres lagos que lo preceden es un verdadero placer.
La visión desde lo alto del monte (5.400 metros), con el glaciar Ngozumpa bajo el Cho-Oyu a la izquierda y el Everest de nuevo al fondo, es absolutamente conmovedora.
La visita a la tierra del mítico Everest es tal vez la menos novedosa de todos los caminos que se pueden hacer en Nepal, pero no deja indiferente a nadie. Todo es de otra dimensión, desde las montañas hasta las gentes. Lo único que hay que cuidar es que la masificación y el afán de negocio que este enclave sufre no deteriore su encanto y las generaciones futuras puedan llenar su mente y su alma en un lugar único e inigualable.