El otro día me preguntaron directamente si era posible que en España volviera a caer el PIB otro 3,5 por ciento. Me sorprendió y reaccioné indignado. ¡Qué va! Lo peor, y me temo que lo más probable que nos puede pasar, es que la actividad económica se estanque en los próximos diez años, o que se estabilice como gusta decir a la vicepresidenta Salgado como si fuera un éxito. Como mi interlocutor me parecía un tipo articulado y nada cenizo, me quedé preocupado y seguí rumiando una explicación convincente para ese escenario deprimente. Permítanme que se la cuente, porque me preocupa tanto optimismo interesado. Me recuerda demasiado a lo que vivimos tras el rescate de AIG o de Grecia. Pero seguimos en recesión sin perspectiva de futuro.
Los optimistas antropológicos miran al BCE y destacan que ha elevado al alza sus previsiones de crecimiento para Europa. Miran al FMI y subrayan que ha excluido a España de la lista de candidatos a suspensión de pagos. Miran a los mercados y se deleitan en recordar los nombres de las entidades financieras o los que han podido emitir deuda en las últimas semanas. Y miran por último al INE y ven un dato esperanzador de paro, el agosto menos malo de los últimos años, y una fuerte corrección del déficit público gracias a una espectacular subida del IVA. Conclusión, la crisis se ha acabado, España tendrá crecimiento positivo ya este año 2010.
Los más realistas miran a los mismos sitios, pero ven cosas muy distintas. Del BCE se quedan con que ha alargado indefinidamente las medidas extraordinarias de provisión de liquidez porque los bancos europeos las siguen necesitando para sobrevivir. Del FMI que coloca a España entre los países más rezagados de Europa en cuanto a crecimiento y que no descarta una nueva recesión en Estados Unidos. De este país, con la revisión a la baja de sus cifras de crecimiento y con el nuevo paquete fiscal de reducción de impuestos como síntoma de debilidad crónica. De los mercados, con que el acceso al crédito es todavía muy selectivo, se está haciendo a un diferencial de precio que sigue anclado en los 200 p.b. y con que el interbancario sigue sin funcionar. Y de las cifras españolas, con que todo es adelanto de la subida del IVA y artesanía contable y que el parón del gasto público va a pasar factura en desempleo y suspensiones de pagos en corporaciones locales. Conclusión, la crisis va para largo y todavía no sabemos cuándo volveremos a crecer y crear empleo.
Este es en síntesis el debate español. Un debate más político que académico, si me preguntan. Entre economistas es abrumadoramente mayoritaria la tesis de que el ajuste será largo porque ha caído el PIB potencial, se ha agotado un crecimiento intensivo en factor trabajo y las reformas estructurales son tímidas y totalmente insuficientes. Pero hay un escenario peor, como insistía mi interlocutor real que no inventado, un escenario a la Argentina para entendernos, en el que el Gobierno español se considera con la suficiente fuerza para desafiar a sus acreedores e incumple sus compromisos de ajuste -bien porque le entran las urgencias electorales o porque genuinamente considera que el riesgo de default ha desaparecido-. Entonces sí se desmoronará la actividad y se habrá hecho un daño irreparable a la solvencia de la economía española. Un escenario que traigo a colación no porque pretenda contribuir al síndrome postvacacional sino porque no es descartable, dadas las cosas que uno va oyendo.