Es absurdo pensar que la economía se esté hundiendo otra vez en una doble recesión cuando la mayoría de los estadounidenses no han salido todavía de la primera. Seguimos en una gran montaña rusa.
Hoy hay más parados que el año pasado, si contamos a los que están demasiado desanimados incluso para salir a buscar trabajo. El número de solicitudes nuevas de prestaciones de desempleo se elevó la semana pasada a su punto más alto desde febrero. Sin contar a los trabajadores temporales del censo, en los últimos cuatro meses se crearon 55.000 puestos privados y públicos nuevos, cuando se necesitan 125.000 al mes sólo para mantener el ritmo del crecimiento de población de las personas que quieren y necesitan trabajar.
Nunca antes desde que el Gobierno empezó a medir los altibajos del ciclo económico, una recesión tan profunda había dado paso a un crecimiento laboral tan anémico. La creación de empleo se restauró más deprisa incluso en marzo de 1933, cuando la economía empezó a recuperarse, entre comillas, de las profundidades de la Gran Depresión. Por supuesto, aquel crecimiento de empleo no duró mucho porque la recuperación no lo era en realidad y la Gran Depresión continuó. Eso es, exactamente, a lo que me refiero: la Gran Recesión continúa.
Incluso los inversores están empezando a ver la realidad. En febrero, la bolsa mejoró porque los beneficios corporativos aumentaban mucho. A los inversores no les importaba que los beneficios procedieran de expedientes de regulación de empleo, ventas extranjeras y argucias como las recompras de acciones, nada de lo cual era sostenible a largo plazo. La mejora se esfumó en abril, cuando los inversores empezaron a darse cuenta de lo estrechos que eran realmente los beneficios y, ahora, la Bolsa ha vuelto a donde estaba a principios de año.
¿Qué hacer? Para empezar, no escuchen a Wall Street ni a la derecha. Olviden a los pregoneros neo-Hoover del déficit que dicen que tenemos que recortar el gasto público y el déficit futuro. No estamos en este follón ni seguimos en él por culpa del déficit presupuestario. De hecho, la única manera de reducir los déficits a largo plazo es restaurar el empleo y el crecimiento, de forma que los ingresos del Gobierno aumenten y los gastos, como el subsidio del paro, disminuyan.
No hagan caso a los detractores del Gobierno que aseguran que debemos invalidar o aplazar la próxima regulación de Wall Street y los grandes negocios. Estamos aquí porque Wall Street perdió la cabeza, la burbuja inmobiliaria estalló y la clase media no podía seguir gastando dado que sus facturas sanitarias subían y los ingresos se estancaban. La nueva regulación de Wall Street y los grandes negocios es necesaria para evitar que esto se repita.
Y tampoco crean a los defensores de la oferta que abogan por una ampliación del vencimiento de los recortes fiscales de Bush a los ricos. Los ricos ahorran, más que gastan, la mayor parte de sus rentas, por lo que ampliar su recorte fiscal no conseguirá nada. Además, devolver su índice fiscal marginal a su posición con Bill Clinton no va a hacer daño a la economía. Los años de Clinton tuvieron la economía mejor sostenida de la historia americana.
El problema fundamental es la escasez de la demanda y eso es lo que hay que solucionar.
Tres de las cuatro fuentes de la demanda han dejado de funcionar. (1) Los consumidores no pueden ni podrán comprar porque siguen aplastados bajo una deuda inmensa, no consiguen más crédito, temen perder su trabajo (o ya lo han perdido), dependen de dos salarios, uno de los cuales es a media jornada y ha disminuido, o tienen que ahorrar. (2) Las empresas ni invierten ni gastan en crear puestos de trabajo porque no ven que los consumidores estén dispuestos a comprar más. (3) Las exportaciones se han paralizado porque el dólar está tan alto que cuestan demasiado y la mayor parte del mundo sigue peleándose con la recesión, por lo que las empresas americanas pueden fabricar artículos para la exportación más baratos en el extranjero.
Eso nos deja una única fuente de la demanda: el Gobierno. Necesitamos un programa de empleo gigantesco, que contrate y ponga dinero en los bolsillos de la gente para que puedan gastarlo y, de esa manera, se cree más trabajo. Dejemos la ideología a un lado y admitamos los hechos. Si les resulta más cómodo, llámenlo la Ley del Empleo por la Defensa Nacional, el WPA, picadillo de hígado, lo que quieran. Lo importante es que ese gran ejército de parados y subempleados vuelva a trabajar otra vez.
Otra posibilidad: llenar las carteras de los consumidores suprimiendo los impuestos en la nómina en los primeros 20.000 dólares de ingresos (y compensarlo aplicándolo a los salarios de más de 250.000 dólares).
Otra posibilidad: conseguir más contratos dando a los estados y municipios préstamos sin intereses, para que puedan recontratar a todos los maestros, bomberos, policías y operarios de limpieza que han echado, y que se devolverán cuando los índices de empleo del Estado alcancen el 5 por ciento o menos.
Otra posibilidad: conseguir más crédito haciendo que la Fed recupere la facilidad cuantitativa, ampliando el suministro de dinero mediante la compra de títulos respaldados con hipotecas y de otros tipos.
Si dejamos que los pregoneros del déficit y detractores del Gobierno dominen el debate, como lo están haciendo, la gran montaña rusa seguirá con nosotros durante años. Y la Gran Depresión duró 12.