La remodelación del Gobierno se da por hecha. Pese a las reiteradas negativas de Zapatero, los hechos le desmienten. El ministro de Trabajo Corbacho se marcha como número tres en las listas del PSC para las elecciones catalanas después de haber sido desautorizado en demasiadas ocasiones. Escogido para abordar la política migratoria, de repente se vio enfrentado a los problemas de un mercado laboral que no entendía. En Cataluña, podría brindar un aire más moderado a un PSC que ha adquirido unos tintes bastante nacionalistas. Y el destino de la ministra de Sanidad Jiménez pende del resultado de las primarias en Madrid. Si la huelga tiene éxito y las primarias pasan factura, Zapatero necesitará un nuevo revulsivo con el que recobrar el terreno político perdido. Y la renovación de su Ejecutivo será el instrumento elegido. Aunque la decisión obedecería a las habituales estratagemas mediáticas del presidente, nos parece una medida acertada. Este Gobierno precisa de un cambio. Además de Corbacho, Zapatero debe desprenderse de una serie de ministros quemados que no han demostrado la capacidad requerida para llevar sus carteras. Salgado, Garmendia y Corredor nunca han aportado soluciones. Deben dejar paso a una nueva hornada de ministros de un perfil más técnico y mayor peso. Sin embargo, el presidente también debería modificar el estilo con el que gobierna. Gran parte del fracaso de su gabinete radica en el hecho de que Zapatero toma las decisiones con a una camarilla en Moncloa, al margen de sus ministros. Ha de renunciar a su tacticismo y presidencialismo para adoptar medidas colegiadas y más debatidas con los expertos.
