
Es un clásico de las investigaciones médicas: utilizar dosis bajas de aspirina para prevenir infartos cardíacos y cerebrales en personas sanas. Sí, han leído bien, en personas sanas, pero que tengan factores de riesgo como la diabetes, el tabaquismo, la hipertensión arterial, el colesterol elevado y/o la obesidad.
Hace un par de décadas, el principal defensor de esta idea fue uno de los cardiólogos más afamados del mundo: Eugene Braunwald. Ya por entonces, al ácido acetilsalicílico -principio activo de la aspirina -, un dilatador directo de los vasos sanguíneos, se le atribuyeron cualidades casi milagrosas para la prevención del infarto de miocardio y el ictus. Una aspirina al día, empezaron a vociferar los traductores, no autorizados, del eminente cardiólogo, es capaz de librarnos del infarto. La noticia corrió como la pólvora -aunque no existía Internet- y mucha gente, por su cuenta y riesgo, comenzó a tomarse una aspirina cada mañana como el que se toma una naranja para prevenir el constipado.
Nadie ha calculado cuántas hemorragias digestivas se habrán derivado de aquella conducta masiva, ni tampoco cuántas gastritis por consumo excesivo de aintinflamatorios no esteroideos (AINes) grupo farmacológico al que pertenece el ácido acetilsalicílico. Pero tampoco cuántos infartos se previnieron.
El secreto
Como ocurre con muchos medicamentos, Brauwald aclaró después que el secreto estaba en la dosis y que en personas sanas lo ideal era tomar 80mg/ día; es decir, menos de la mitad del que contiene una aspirina infantil española (125 mg.) y no digamos de la aspirina de adultos (500 mg.) que muchos se apresuraron a tomar.
Las aguas se sosegaron durante un tiempo y la aspirina siguió utilizándose como vasodilatador en personas que ya han sufrido un infarto o incluso en individuos que han sido operados de corazón. Y es que su acción vasodilatadora ocurre en el endotelio, que es la piel que recubre el interior de nuestras venas y arterias. Allí se establecen una serie de fuerzas positivas y negativas que hacen que tengamos mayor riesgo o no, no sólo de sufrir un problema cardíaco de envergadura, sino también de que factores de riesgo como el colesterol o la hipertensión arterial se manifiesten con mayor o menor intensidad.
Por ejemplo, en el endotelio se produce óxido nítrico, un vasodilatador tan potente como la aspirina o más que contribuye a que la sangre fluya con mayor rapidez. Otros elementos como, por ejemplo, el tromboxano A2, ejercen una acción vasoconstrictora que hace que el paso de la sangre por las venas y arterias se vuelva más lenta y que para bombearla, el corazón tenga que aumentar su ritmo cardíaco y la tensión arterial. Estos y otros elementos, además, son inflamatorios, y hacen que las bolitas de grasa o colesterol tiendan a pegarse a las paredes arteriales produciendo trombos.
Hay hábitos de vida como las grasas animales y el tabaquismo, que contribuyen no sólo a la aparición de estas paredes de grasa que impiden la circulación sanguínea, sino que contribuyen a la rigidez de todo el árbol vascular -venas y arterias-, acelerando una arteriosclerosis que se produce como consecuencia del paso del tiempo.
¿Y qué se puede hacer? Hay actitudes y hábitos de vida que generan esta protección cardíaca. Por ejemplo, no fumar evita la aparición de radicales libres y el tabaco, en los problemas de bronquios y pulmón tiene efectos cardíacos muy perniciosos por el monóxido de carbono que produce su combustión. Este elemento es claramente vasoconstrictor. Lo mismo que la ansiedad y el estrés, hoy tan comunes en nuestra sociedad. Justo lo contrario es lo que hace el ejercicio físico moderado y controlado, y mantener un peso adecuado. Asimismo, hay alimentos y bebidas como el aceite de oliva, frutas y verduras o el vino tinto que son capaces de proteger el corazón.
Lo nuevo
La noticia es que el US Preventive Services Task Force recuerda en un trabajo publicado en Annals of Internal Medicine que, efectivamente, tomar aspirina protege contra el infarto y protege más y mejor cuantos más factores de riesgo se tienen.
El estudio cita explícitamente a los hombres de 45 a 79 años y en mujeres de 55 a 79 años, justo en plena menopausia. Esto se debe a que las hormonas femeninas protegen a la mujer durante toda su vida fértil. Pero después, el riesgo de infarto y, sobre todo ictus, no sólo se iguala al del hombre, sino que hasta le supera.
Sin embargo, no todos son buenas noticias. Muchos farmacólogos mantienen que si hoy se intentara comercializar, ninguna autoridad farmacéutica lo autorizaría por sus efectos secundarios sobre el estómago. Por eso los autores del estudio son cautos y señalan en sus conclusiones que la decisión es totalmente individual y que los pacientes deben acordarlo con sus médicos.