
Hay en la convocatoria de nuevas elecciones un sentimiento de culpa en los partidos. Todos tratan de señalar a otros de la falta de acuerdo para formar gobierno y todos intentan disimular la responsabilidad propia. Pero hay en el fondo un poso de culpabilidad que cada cual íntimamente admite si bien la cuota que se auto atribuye será siempre bastante más baja que la de verdad merece.
La noche del 26 de junio nos dirá cómo reparte esas culpas el electorado y hasta donde influyen realmente la pasividad, los vetos y las intransigencias exhibidas.
Mientras llega el gran día, los candidatos habrán de tener buen cuidado de no abusar de la paciencia de la ciudadanía y colocar sus mensajes con la mayor sutileza posible con el objeto de no resultar cargantes ni cansinos. No será fácil, la sobredosis de política vacua a la que nos han sometido unos y otros en estos últimos cuatro meses ha elevado el nivel de escepticismo de la opinión pública a las cotas más altas que se recuerdan. Quien pretenda machacar con los mismos discursos que viene pronunciando desde hace medio año estará cometiendo un error de bulto por el que puede pagar un alto precio en votos. Acertará en cambio quien sepa sintonizar con el ánimo de la gente y no ponga a prueba su intelecto ni su paciencia.
Así que la campaña electoral habrá de ser necesariamente distinta a lo que estamos acostumbrados, no más corta de los 15 días que la ley dispone pero sí diferente. Toda esa parafernalia de cartelería y banderolas estará fuera de lugar como lo estará las programaciones extenuantes de mítines y actos de las caravanas electorales. Todo eso habrá de ser reducido a la mínima expresión. Así tendrán que obrar si no quieren correr el riesgo de que les abronquen o abucheen cuando intenten repartir saludos en los mercados o besos a los niños en las calles.
Los españoles están hartos y con razón. Se supone que la política es el arte de lo posible y que su función es resolver los problemas de los ciudadanos no crearlos. El que no hayan cumplido con su función nos va a costar a los contribuyentes más de 130 millones de euros que, aunque ya están presupuestados, todos los partidos tienen el deber moral de buscar la forma de aminorar tal coste. Ya que si no han sido capaces de articular acuerdo alguno para gobernar este país que al menos pacten una fórmula que permita reducir la factura de su inoperancia y devolver por el mecanismo que sea a las arcas públicas la mayor cantidad de dinero posible. Nos lo deben.
De momento le pueden meter un buen bocado al montante unificando el buzoneo o incluso eliminando. Nunca he entendido la necesidad de llenar los buzones de papeletas que muy pocos guardan para llevar al colegio electoral. El ciudadano tiene suficiente información por los medios públicos y privados y en los colegios disponen de todos los elementos que permiten el ejercicio del voto con total garantía.
Si alguien quiere salir de casa con la papeleta elegida en el bolsillo es muy fácil y barato disponer de un teléfono o un correo electrónico para que le envíen el surtido completo a su domicilio. Entre unas cosas y otras se podrían ahorrar 30 o 40 millones de euros que además de venir bien para otros menesteres ayudaría a mejorar la imagen de la clase política de lo que ahora está bastante necesitada.
Hay quien teme que una campaña electoral de bajo coste pueda contribuir a la abstención. Es cierto que al día de hoy no hay un solo trabajo demoscópico que no augure una caída de la participación, que calculan podría estar en torno a los cinco puntos, pero no es menos cierto que la causa de la abstención es el empacho no la hambruna.
La receta low cost serviría también para todos aquellos movimientos relacionados con las listas electorales. El exceso de ruido, que ya hemos empezado a percibir, aturde a los ya castigados tímpanos del sufrido electorado. Si alguien piensa que el sentido del voto puede cambiar de forma decisiva porque salgan o entren en esas listas unos u otros actores secundarios es que ha perdido el sentido de la realidad. Queda mes y medio para la campaña electoral y casi dos meses para el 26 J. Y se va hacer largo.