Política

Y llegó 'la hora H' para el discordante Pedro Sánchez

Pedro Sánchez, líder del PSOE. Imagen: EFE

Si los psiquiatras pudieran diseccionar el cerebro de los políticos y se sumergieran en un detallado estudio, nos quedaríamos sorprendidos de lo que alberga esa materia gris que habita en algunos de los próceres que dirigen nuestros vapuleados destinos.

Sin ir más lejos, la reunión a tres del pasado jueves (PSOE, Podemos y Ciudadanos), nacida con la intención de desbloquear una situación bloqueada a conciencia por parte de todos los partidos, bien hubiera valido para documentar la sustancia de la mejor tesis doctoral. En nuestro caso, a la gran mayoría de nuestros dirigentes no les ha importado la fatiga con la que nos han castigado desde hace meses haciéndonos creer que hasta en sus horas de ocio piensan y viven por España. El último barómetro del CIS lo resume: a un 80 por ciento le preocupa la degeneración de las formaciones políticas, aunque sólo a un 3 por ciento le afecta que no hayan sido capaces de encontrar una fórmula de Gobierno.

Como transcurre en el devenir cotidiano, el ciudadano camina por una acera y el político por otra. Ahora bien, de todos cuantos moran en nuestra piel de toro, Pedro Sánchez emerge como el más mentiroso de todos los políticos que nos han tocado en suerte, por mucho que se esfuerce en demostrar que es "una persona de palabra", y que todo cuanto dice coincide con lo que piensa. Otra cosa es que piense cosas que no dice.

El destartalado cansinismo negociador de Pedro Sánchez, desplegado desde que Ciudadanos le regalara un acuerdo político para salvarse de los colmillos de Susana Díaz y un puñado de barones, ha coronado las cotas más elevadas del ridículo en estas últimas horas, que han sido bien aprovechadas por Pablo Iglesias para, una vez más, reírse en su cara y en la del partido al que representa. La sola idea de convocar a las bases para preguntarles por un pacto PSOE-C's es una prueba de ello.

La hora del recreo

Era de prever. En este punto, el kafkiano desencuentro del jueves ha derivado en un divorcio. Si se quiere, en los primeros trámites de divorcio. En la crónica de una muerte anunciada, por mucho que el PSOE se empeñe en pretender continuar las conversaciones o en disfrazar el nuevo fracaso con la creación de subgrupos negociadores para paliar la falta de química evidente entre la gente de Podemos y la de Ciudadanos.

Pero Sánchez, me temo, no entiende de risas, de burlas, de ironías, de desafíos políticos de este orden. Su reacción es extemporánea, a no ser que, como circula en los mentideros políticos, esta última escenificación, la de Pablo Iglesias, no sea más que la coartada que empuje a la ruptura del candidato socialista con sus todavía socios de Ciudadanos. Se habla de pactos inminentes entre PSOE y Podemos. De traición. Acuerdos de la izquierda de última hora. De ahí los bailes a escondidas de Sánchez con los nacionalistas catalanes. De ahí, el cabreo monumental de una parte del socialismo. Se dice que hay incluso fecha, que hay apuestas, que suenan efemérides de república.

La razón dicta, sin embargo, que esta táctica política a tres ha fallado. Sánchez ha querido poner de acuerdo a dos partidos muy distantes y con un número de votantes tan potente como para recelar el uno del otro. Además, tampoco es que Podemos y Ciudadanos le adoren, le admiren o veneren intelectualmente. Por eso, guiar a un grupo de estas características requiere dotes de liderazgo extraordinarias. La teoría de los juegos exige de un conocimiento que pasa por tener la certeza de saber qué queremos hacer, teniendo en cuenta qué quieren los demás, sin olvidar que ellos actuarán pensando según creen que van a ser nuestras actuaciones.

Demasiado engorro para alguien que únicamente sueña con entrar en La Moncloa a cualquier precio. Lícito o no, a Sánchez le ha llegado la hora del recreo. La hora en la que el jefe de la pandilla tiene que destapar sus cartas y decidir con qué grupo se queda. Estos pueden ser los debates mentales del dirigente socialista: ¿Sigo con Ciudadanos, con los que no sumo?, ¿me voy con Podemos, aunque unas cuantas familias de mi partido me crujan a la primera de cambio?, ¿he representado una comedia para gastar el tiempo y que no me ejecuten los míos? O -y esto es un delirio-, ¿empiezo a hacer guiños al PP y me conformo con ser vicepresidente dentro de una Gran Coalición, como quiere Rajoy?

Para despejar estas dudas y unas cuantas más hemos soportado cuatro meses, con la premisa de que Iglesias siempre actuará de la misma manera; con la suficiente información como para discernir que Rajoy no dará hoy un paso más allá que no signifique liderar un proyecto de Gobierno con el PSOE como ayudante meritorio y acaso con la compañía de Ciudadanos (El 26-J esta combinación podría ser otra); y con claves como para advertir que a Ferraz no le quedará más que asimilar que la evolución no debería afectar a la esencia de las cosas, como es la Constitución, a no ser que apueste por el suicido... Pues bien, si es así, ¡vaya tostón que nos hemos comido!

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