
En Marzo de 1935, Carlos Gardel le ponía música a un texto de Alfredo Le Pera que ensalzaba la pasión por las carreras de caballos y sus vínculos con las apuestas, las mujeres y la vida. Lo tituló Por una cabeza y la grabó para su última película Tango bar. Lejos de lo que cabría imaginar Gardel no lo compuso en el barrio porteño de la Boca ni en la calle Corrientes ni en ningún otro rincón bonaerense; Por una cabeza se escribió en Nueva York.
Ochenta y un años después, en el majestuoso Centro Cultural Kirchner de Buenos aires, sonaban las notas de aquel tango en la velada en honor al presidente de los Estados Unidos América. Era la misma versión de la banda sonora de Esencia de Mujer.
Dos parejas evolucionaban haciendo las delicias de los invitados hasta que una escultural bailarina se apartó de su acompañante para dirigirse a la mesa en la que, a la luz de las velas, cenaron los presidentes argentino y norteamericano con sus esposas.
Cimbreante ofreció su mano a Barack Obama quien tras una leve y fingida resistencia la tomó asumiendo el riesgo de bailar lo que un viejo y tormentoso coronel ciego encarnado por Al Pacino había bordado en aquel famoso remake. Fueron solo unos pocos pasos pero lo bastante bien ejecutados como para salir airoso del trance. Obama acababa de conquistar el corazón de Argentina.
En Buenos Aires, el tango y el mate bendecían un acercamiento complejo entre ambos países desde la Guerra de las Malvinas. En la Habana sería el Beisbol y el dominó lo que acompañaría a un viaje histórico que traza una ruta sin retorno. Se llama política de gestos y aunque han de ir acompañados de contenido, su fuerza es capaz de cambiar el rumbo de la historia.
En España, a pesar de su probada eficacia, no siempre valoramos la importancia de los gestos. Un gesto bien articulado fue el pacto que firmaron Sánchez y Rivera en el intento de formar una mayoría de gobierno. Fue gestual en el fondo y en la forma.
En el fondo porque trataba de proyectar la imagen de transversalidad en favor del cambio aunque la aritmética se quedara corta, y también en la forma porque se firmó ante el lienzo de Genovés titulado El abrazo. Podrá gustar o no la iniciativa de los líderes del PSOE y Ciudadanos pero nadie puede negar que consiguieron fijar en el imaginario público la idea que pretendían transmitir.
Hábiles hasta ahora en el manejo de la gestualidad, los líderes de Podemos han terminado abusando de ella hasta provocar efectos adversos. Un gesto pretendió hacer Pablo Iglesias con aquel beso en la boca que le pegó en medio del hemiciclo al portavoz de En Común Podem, Xavier Domènech. Quiso conjurar con un morreo las posibles brechas con el partido de la Colau y se notó demasiado.
Tampoco resultó muy acertado el invocar la "política del amor" como hizo desde la tribuna de oradores cuando horas antes había levantado ampollas con la "cal viva". Ahora hemos sabido hasta qué punto su número dos, Íñigo Errejón, estuvo en desacuerdo con esa táctica de tender una mano al PSOE mientras le golpeaba con la otra.
El clamoroso silencio de Errejón es, a día de hoy, el gesto más contundente en esa formación. Mientras el aplazamiento al miércoles próximo del encuentro entre Sanchez e Iglesias, que torpemente justificaron por la dificultad de cuadrar agendas, da cumplida cuenta de lo poco que les apetece verse las caras.
En el PP, el único gesto que se advierte es el atrincheramiento de su líder en la inacción. Mariano Rajoy ha convertido Moncloa en su refugio personal como si nadie tuviera legitimidad alguna para pedirle explicaciones desde el Parlamento y mucho menos desalojarlo de tan ilustre residencia. Apostó desde el minuto uno por unas nuevas elecciones convencido de que los españoles nunca consentirán que le quiten de en medio. Con tales convicciones es imposible que llegue siquiera a escuchar las críticas internas.
Como en el tango de Gardel, Rajoy piensa que el 26 de Junio ganará las elecciones por algo más de una cabeza pero, a diferencia de Obama, él no cree que necesite salir a la pista ni a bailar ni a hacer nada.