
En las semanas previas a la sesión constituyente del Congreso que tuvo lugar ayer uno de los debates más encendidos lo provocó la pretensión de Podemos de hacerse con cuatro grupos parlamentarios en el Congreso: uno para el partido a nivel nacional y otros tres para sus alianzas con otras fuerzas en Cataluña, Valencia y Galicia.
Esta exigencia de Podemos, que hubiese reportado al conjunto del partido mayores subvenciones incluso que el PP -partido con más escaños- y mayores tiempos de intervención de los portavoces generó el rechazo del resto de grupos y propició que el PSOE finalmente se entendiera con Ciudadanos y aprovechase la abstención de los 'populares'.
Sin embargo, esta estrategia parlamentaria no es la primera vez que cobra esta dimensión. De hecho, fue el propio PSOE el que más notoriamente la llevó a realidad. Ocurrió en 1979, cuando comenzaba la I Legislatura de la democracia española después de la legislatura constituyente.
Los socialistas, encabezados por Felipe González, fragmentaron su representación en el Congreso en tres grupos: uno de 94 diputados para el PSOE como partido matriz, otro de 16 diputados para los socialistas catalanes y otro de seis escaños para los socialistas vascos. En este último grupo se incluía también a algunos socialistas navarros, algo impensable hoy en día.
Gracias a esta artimaña, los socialistas contaron con tres 'primeros espadas' como González, Ernest Lluch (por los socialistas catalanes) y Carlos Solchaga (socialistas vascos) para hostigar al entonces presidente Adolfo Suárez con una dura oposición que derivó en la aplastante victoria socialista de 1982, en la que cosecharon 202 diputados, techo que no se ha vuelto a alcanzar.
Se puso en práctica así una estrategia similar a la que ahora quería aplicar Pablo Iglesias, pero que, por el momento, no ha conseguido. Llegados ya a 1982, a propuesta de la UCD de Suárez y al calor de un acontemiento como el 23F en el propio Congreso, la Cámara reformó su reglamento para evitar una situación así. Sin embargo, a Felipe González ya no le hacía falta esta fragmentación parlamentaria: las urnas eran suyas.