
Pedro Sánchez se va a Lisboa para analizar la situación política local. No se marcha a Berlín, ni a Londres, ni a París. Elige el país en el que se ha fraguado el acuerdo que él va a buscar con el objetivo de desbancar al partido que ganó las elecciones y auparse a la presidencia.
En Alemania hay una alianza de Estado entre conservadores y socialistas, en el Reino Unido una fuerza liberal hace de bisagra pero apoyando siempre al ganador, y en Francia republicanos y socialistas han unido sus fuerzas para frenar a los extremistas. Nada de eso le interesa al líder del PSOE, que decide salir de su silencio de una semana y pico marchándose a Lisboa para lanzarle así un recado tanto a Rajoy como a Susana Díaz. Y está muy clara cual es su intención y el modelo que va a copiar.
Pero, ¿es comparable lo ocurrido en el país vecino y la situación de los socialistas portugueses con lo ocurrido aquí y la encrucijada de los socialistas españoles? Veamos. Sin poner como ejemplo un acuerdo anti-derecha, que no parece ejemplar, se observan claras distancias: Antonio Costa quedó a cuatro puntos y medio de Pasos Coelho, mientras Sánchez ha sido derrotado por Rajoy por una diferencia de casi siete puntos. Costa logró el 32% de los votos por el 22 logrado por Sánchez. El Partido Socialista quedó lejos de la mayoría absoluta en la Asamblea, a 30 escaños, pero es que el PSOE está a 86 diputados de esa cifra mágica en el Congreso.
Y lo que es aun más demoledor: Costa ha necesitado entenderse con tres partidos (Bloque, comunistas y verdes), mientras Sánchez tendrá que convencer como mínimo a once que forman las coaliciones electorales de Podemos, IU y ERC, además de garantizarse luego la abstención al menos de los independentistas catalanes de DyL y los nacionalistas vascos del PNV. Una sopa de letras que a más de uno en las filas socialistas les pone de los nervios... aunque ya se haya experimentado en algunas comunidades y ayuntamientos.
La exigencia, llamada por la nueva política "líneas rojas", que pone Podemos para hacer posible el pacto a la portuguesa no tiene la más mínima credibilidad ni seriedad política. Sencillamente no es posible con la actual Constitución aún vigente, por lo que su aceptación o rechazo por parte de Sánchez será una pose de idéntico peso real al que tiene la pose de Iglesias al esgrimirla.
Por lo tanto la auténtica relevancia del potencial acuerdo, al que luego tendrán que sumarse con sus respectivos programas, es el ideario de Podemos e IU, que deberá ser no sólo aceptado sino aplicado desde el primer minuto de la legislatura por el presidente desde su despacho en La Moncloa. Si esa filosofía le vale a Sánchez, si le vale a Díaz y al resto como les ha servido en ayuntamientos y comunidades, la jugada lisboeta saldrá adelante.
Los intereses del PSOE, no los personales de Sánchez, pasan por permitir una investidura precaria de Rajoy y que el gobierno se estrelle en una legislatura imposible en minoría, para que los socialistas puedan aparecer en 2017 como la gran solución. Pero actuar con horizontes no cortoplacistas parece terreno vedado para la nueva generación política española.