
No hay duda, es el político de moda. Aquel que despierta mayor expectación, ese del que todos quieren saber y del que todos hablan. Albert Rivera se ha situado en la 'pole' de la fórmula 1 electoral cuando hace menos de un año no parecía que pudiera pasar del papel secundario. Los últimos sondeos de opinión le otorgan una posición inequívocamente decisiva para la formación del próximo gobierno de España.
Es verdad que son solo encuestas pero todas, hasta las más cicateras con la formación naranja, proyectan un panorama postelectoral en el que no es posible combinación alguna que no pase por el acuerdo, la aquiescencia o la abstención de Ciudadanos. Las hay que apuntan incluso la posibilidad de que una campaña electoral bien gestionada pueda encumbrarle hasta el primer puesto, lo que sería un auténtico bombazo en términos políticos.
Eso no es fácil, el bipartidismo es duro de roer y los últimos acontecimientos en Cataluña y París han consolidado el suelo electoral del PP y de alguna forma también el del PSOE. En los momentos de zozobra se incrementa la aversión al cambio.
De ahí que la estrategia de Rivera pase por proyectar una propuesta de transformación sin traumas. 'El cambio sensato' que proclama pretende introducir reformas en aquello que clamorosamente se reclama manteniendo las estructuras básicas de funcionamiento del país. Es lo que algún sociólogo ha denominado "oxigenación", en abierto contraste con las propuestas rupturistas de Podemos.
El calendario electoral y la evolución de la economía han propiciado que Albert Rivera releve a Pablo Iglesias en la cabeza tractora de los emergentes. Rivera se indigna pero vende ilusión mientras que Iglesias trata de ilusionar vendiendo indignación. Ambos han protagonizado en los últimos días varios debates o encuentros mediáticos en los que cada uno ha sacado lo mejor de sí mismo. Y aunque ambos salieron bien parados Rivera tuvo la habilidad de trasmitir un discurso y una imagen de muy amplio espectro. Ello convierte a su formación en potencial depredadora de todas y cada una de las fuerzas que concurren a las elecciones del 20 D, incluida Podemos.
Al partido de Iglesias le hace la competencia en el terreno de quienes les importa menos el sesgo ideológico que la demanda de nuevos actores alejados de la llamada "vieja política". En este sentido, Rivera se ha esforzado en dejar claro que su oferta combina esa línea de regeneración con un posibilismo realista que afea las propuestas utópicas de Iglesias.
Ciudadanos pesca también en los caladeros del PSOE con iniciativas propias de la socialdemocracia como las relativas al complemento salarial o la flexibilidad en los horarios de trabajo. El mayor mordisco de la formación naranja se lo pega al solomillo electoral del PP.
Rivera busca el centro político sabiendo gustar a la derecha. Es joven, arrollador, no asusta y además está limpio. Rajoy siempre pensó que aguantando en el estoicismo los asuntos de corrupción no le pasarían factura. Que al no tocarle la acción de la justicia nadie le exigiría responsabilidades políticas. Que todo quedaría compensado por los asuntos sucios que afectaron al único partido que le preocupaba, el PSOE. Que con la recuperación vendría el olvido.
Lo cierto es que la mejora no es tanta para producir tamaña amnesia. Y se lo recuerdan Sánchez, Iglesias y el que más le duele, Rivera. Tanto es el daño detectado que en Génova han diseñado ahora una estrategia urgente para atacar al 'naranjito' que se ha tornado en 'naranjazo'. Descalificarán sus propuestas, le afearán su inexperiencia, buscarán algo turbio que puedan hallar en su corta biografía. Todo deprisa y corriendo lo que, conociendo la tradicional torpeza de la casa, logrará beneficiar al rival que pretenden perjudicar.
En realidad, lo único que puede bajar a Rivera del estado de gracia en que se encuentra es él mismo. Al líder de Ciudadanos se le ha visto muy solo y tremendamente sobreexpuesto a los medios de comunicación. Algunos ironizan quitándole la 's' al nombre del partido como si el único miembro fuera el ciudadano Rivera. Demasiado foco y demasiado intenso, una espiral que le impedirá poner los pies en el suelo hasta el 20D y en la que corre el riesgo de perder la frescura y resultar cansino. Pablo Iglesias podría dar conferencias sobre ello.