Política

El choque catalán

El presidente catalán en funciones Artur Mas. Imagen: Reuters

Lo que acontece en Cataluña preocupa de verdad. No me refiero a los políticos, jueces o periodistas, que se nos supone en la pomada, a los que el asunto inquieta desde hace años. Hablo de lo que denominamos 'la calle', es decir, la gente corriente, ésa que bastante tenía ya con los problemas de empleo, apreturas económicas e incertidumbre que le plantea la situación del país para que se cuele en sus vidas otro elemento que añada inseguridad a sus vidas.

Eso ya ha calado. La última encuesta del CIS refleja ese sentimiento entre los asuntos que más preocupan a los españoles. Ahora se habla de Cataluña en los ascensores y en la sala de espera del dentista como antes se hablaba del tiempo. Y se habla casi siempre con una mezcla de pesadumbre e indignación.

La gente está aburrida del tema y angustiada porque no termina de entender lo que ocurre y en qué puede terminar. No pasa un día sin que me aborden en la calle o en cualquier establecimiento público personas de toda condición que preguntan lo que va a pasar con Cataluña. Pero cómo explicar y, sobre todo, predecir la deriva de un proceso tan delirante como el que estamos presenciando.

En los últimos tres años hemos asistido a una especie de ejercicio de política virtual en la que unos supuestos libertadores de la patria catalana jugaban a la liberación manejando proclamas, anunciando pronunciamientos y convocando manifestaciones masivas planteadas más como un festival multicolor o como una gigantesca romería que como una maquinaria de presión reivindicativa. Mucha camiseta, mucho niño, muchos globos y sobre todo mucha banderita. Terminaba la fiesta y todos a casa felices con la sensación de pertenecer a una gran tribu que defendía una gran causa. El destino no parecía muy claro pero el viaje era bonito. Al día siguiente cada cual a su trabajo y a comentar lo guay que fue la 'mani' y lo bien que lo pasaron los críos. Por lo demás nada cambiaba, ni el DNI, ni el pasaporte europeo, ni el amparo del seguro social ni las pensiones.

El pasado lunes un extraño conglomerado parlamentario en el que se mezclan partidos y asociaciones de ideologías antagónicas apoyados por un grupo que se declara antisistema consumó la aprobación en el Parlament de una moción que pretende iniciar el proceso para desconectar Cataluña de España. Lo hicieron tras un debate en el que sus promotores esgrimían las palabras "democracia, dignidad o libertad" como si el Estado español hubiera esclavizado a los catalanes y como si su territorio no gozara de los mismos derechos que el resto de la ciudadanía del país.

Como si no existiera un gobierno autonómico que hace y deshace, como si no gozaran de niveles de autogobierno que ya quisieran la inmensa mayoría de los estados federales de Europa y algunos confederados. Todo en un tono pretendidamente épico propio de las grandes causas.

Lástima que todo fuera irreal, que todo sea inventado para mayor gloria y autocomplacencia de unos políticos ambiciosos y mediocres o, lo que es peor, para la autodefensa de los corruptos frente a la justicia. Asistimos pues a otro episodio sobreactuado y altisonante de política virtual. Un artificio en el que escenifican el comienzo de la independencia con un gobierno interino encabezado por un presidente que mendiga hasta el patetismo su reelección, que lidera un partido devastado electoralmente y agusanado por la corrupción.

Parece difícil que algo pueda prosperar en esas condiciones, a pesar de lo cual todo apunta a que los sediciosos apuestan por la huida hacia adelante. Y la gente, esa gente que nos aborda en la calle, lo que se pregunta es si en realidad alguna vez se pasará de las fanfarronadas a los hechos.

El punto sexto de la resolución secesionista dice expresamente que no acatarán las sentencias del Tribunal Constitucional y que no se supeditarán a las decisiones de las instituciones del Estado. Es decir que pasan del Estado. Pero como el Estado tiene la justicia, la fuerza y la hacienda, actuará en consecuencia, gobierne quien gobierne España. Será entonces cuando el secesionismo más conspicuo invocará ese instrumento de presión que con tanta habilidad ha manejado hasta ahora, la calle.

Amenazará con manifestaciones masivas para defender el proceso y a sus pretendidos mártires. Esa amenaza velada ya no habla de convocatorias festivas sino que deslizan la posibilidad de altercados en la vía pública y otras expresiones de insumisión. El sueño del independentismo talibán son los tanques rodando por la Diagonal frente a las cámaras de televisión de todo el mundo.

Su ensoñación olvida que no es lo mismo llevar a los niños a un festival de esteladas que enfrentarse a la ley, romper la convivencia y poner en riesgo sus salarios, su estado del bienestar y su calidad de vida. Olvidan que la imagen que transmiten ahora es propia de la cubierta de un barco pirata, que tanta proclama agota a cualquiera y que bombear en vacío termina siempre quemando el motor. Olvidan, en su fantasía, que el efecto de los narcóticos es pasajero y que no son inocuos.

Y, sobre todo, olvidan que son minoría, que son insolidarios, retrógrados, que van en contra de los tiempos y que no hay un solo estado ni organismo internacional en todo el mundo dispuesto a reconocer a esa Republica catalana que se han sacado de la manga. Todos tenemos motivos para estar preocupados, ellos mucho más.

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