
El Centro de Investigaciones Sociológicas suele hacer encuestas postelectorales para medir el impacto que la votación ha tenido en el electorado, en un sentido u otro. Algo que nunca ha causado especial controversia y que es hasta positivo para un mejor conocimiento de la fotografía demoscópica de nuestro país, se convierte hoy en insólito y chapucero por la distorsión que produce conocer a destiempo esa valoración de la opinión pública sobre sus "líderes".
El CIS difunde ahora una encuesta realizada entre el 27 de mayo y el 23 de junio. La cosa tendría sólo una cierta gracia si se preguntara a los ciudadanos por cuestiones de fondo en las que los movimientos de opinión son lentos y mastodónticos. Pero la cuestión que se sometió en aquellos días a consideración del elector fue la valoración sobre los nuevos alcaldes recién investidos o a punto de serlo, sin que se pudiera emitir de ninguna forma un juicio sobre las primeras decisiones de su mandato.
Los que fueran preguntados entre el 27 de mayo y el 13 de junio no sabrían en muchos casos quien iba a ser el alcalde de su ciudad. Se preguntó al público qué opinión le merecía Joan Ribó sin conocerse aún si sería o no el alcalde de Valencia, y obtuvo una puntuación de 5,06. Y lo peor no es eso, el remate final es que conozcamos el resultado de aquella pregunta absurda más de cien días después, con una catarata de novedades en la gestión, en la sensibilidad y las decisiones de los nuevos alcaldes.
¿Tendría hoy Manuela Carmena un 5,99, o Ada Colau un 6,05 de nota sobre 10? Se puede contestar que a lo mejor hasta lo superaban, pero es innegable que hoy tenemos más elementos para juzgarlas que en aquél pretérito casi prehistórico con el que se nos asalta ahora.
No se conocía ninguna propuesta para que las madres de alumnos se agruparan en cooperativas con el fin de fregar mejor el suelo de los colegios públicos; no se conocía la oferta a los universitarios para que esgriman escobas y recogedores y se distribuyan por la ciudad para barrer las calles; no se conocía la decisión de abrir una web en la Red con el fin de señalar a los periodistas que publicaran noticias inconvenientes; no se sabía nada aún sobre el coste que tendrá la suspensión de los contratos con las empresas que miden el riesgo de la deuda, que El Economista cifra hoy en 70 millones de euros; no sabíamos que se abriría de inmediato una cruzada contra el turismo con moratorias para la concesión de nuevas licencias; no teníamos idea alguna sobre el incumplimiento de decretos como el que obliga a que una efigie del Jefe de Estado presida los salones de plenos municipales, ni nos imaginábamos que la animadversión hacia los símbolos monárquicos iba a llegar tan pronto con el cambio de nombres de calles, plazas y jardines; tampoco sospechaba nadie que el sobrino político de una alcaldesa, la pareja del número dos de un ayuntamiento o el padre de la portavoz de un equipo de gobierno iban a tener la gran suerte de ser colocados en tiempo récord en las estructuras del poder, antes considerado indigno e indecente; y si todo eso es importante, no conocíamos siquiera lo más determinante que ha ocurrido en estos tres meses y medio desde que los investigadores del CIS salieron a la calle a hacer sus preguntas: no sabía nadie que Podemos iba a cosechar un nefasto resultado en las urnas de Cataluña haciendo perder con su alianza dos escaños a los ecosocialistas y lastrando cualquier análisis de su marca blanca, Cataluña Sí que Puede.
Sólo se puede pensar en un motivo para comprender por qué esta encuesta desfasada, irreal, engañosa, extemporánea y torpe se conoce ahora, y es el de medir en futuros sondeos las dimensiones de la caída que deberán tener estos regidores si nos atenemos a lo que están haciendo en las alcaldías. "El estar tan bajo yo, os hace a vos subir tanto" , que diría Lope de Vega.
La lástima es que con este equivocado estudio de opinión se nos haya hurtado otro, realmente decisivo para saber en qué punto estamos del partido. Una sola pregunta bastaría: ¿podría gobernar Carmena si se votara ahora?