
Si las municipales y autonómicas dibujaron un escenario diabólico para el PP, que perdió poder a espuertas, las urnas catalanas del 27 de septiembre han puesto en máxima alerta al grupo parlamentario popular y al cuartel de Génova. El partido de Rajoy ha sufrido un severo castañazo que, en esta ocasión, ha venido acompañado de un ascenso fulgurante, el de Albert Rivera, y de una confirmación, la de Pedro Sánchez, como superviviente nato.
Dos líderes de buena presencia, sobradamente preparados y, por qué no decirlo, mucho más acostumbrados a los usos y costumbres de ésta nuestra política actual, pueden terminar juntos y atragantar el polvorón a quien hasta hace poco presumía de una victoria casi segura en las urnas el próximo 20 de diciembre.
Lo de Rivera no se lo esperaba ni el más pintado. Las elecciones andaluzas de marzo dieron a Ciudadanos nueve diputados con los que entraron a jugar, por fin, en el tablero nacional. Pero las autonómicas y municipales desinflaron el globo naranja, lo que pareció confirmar las tesis de aquellos que machaconamente repetían que "lo de los partidos emergentes es flor de un día".
Los 25 escaños obtenidos por la lista de Inés Arrimadas han propinado una patada a primera división al partido de Rivera, que de golpe y porrazo ha pasado de gustarse como bisagra de unos u otros a creerse alternativa. Y de las serias.
Sánchez, por su parte, ganó con holgura las andaluzas de marzo; recuperó poder para el PSOE en los comicios de mayo por sus pactos con las marcas blancas de Podemos; y ha salido vivo de las urnas catalanas, no se sabe muy bien si por los bailes de Iceta, por su discurso afectivo o por ambas cuestiones.
En definitiva, las citas electorales de este año han dejado a Sánchez y Rivera como máximos beneficiarios, con un Pablo Iglesias cuya actitud política recuerda cada día más a la pintura de Saturno devorando a sus hijos, y un Rajoy que parece peleado con el término victoria. Tanto es así que su habitual parsimonia resulta impostada.
Así las cosas, hemos pasado de un verano en el que el cotilleo político circulaba en torno a la posibilidad de que Rivera pudiera exigir la cabeza de Rajoy en un hipotético pacto post electoral, a un otoño en el que se especula con un idilio entre el rojo socialista y el naranja ciudadano.
Posibilidad real
Un idilio que no disgusta a la clase empresarial, con un PSOE que amaga con revertir reformas pero que está haciendo un gran trabajo de trastienda, donde transmite que la consolidación fiscal es lo primero. Ni siquiera la militancia socialista vería con malos ojos un hipotético pacto entre ambos partidos, pese a que las autonómicas abrazaran a socialistas y a Podemos.
Entonces, la prioridad era la de desterrar al PP del brutal poder regional que poseía desde el año 2011 y retirar a algunas de las figuras más denostadas por los militantes de izquierda: Esperanza Aguirre, Rita Barberá, León de la Riva y otros.
Y un idilio que mantiene en vilo al PP, al que, como reconoce un significado diputado del partido, no le queda margen para golpes de efecto.
"La posibilidad de que se entiendan es ahora mucho más real que antes de las catalanas. ¿Acaso se perciben líneas rojas entre Ciudadanos y el PSOE? No. Rivera y Sánchez son en cierto modo parecidos, de la misma generación, e incluso ambos hablan de reforma constitucional", explica este experimentado parlamentario, para quien no es extraño que Sánchez y Rivera "se entiendan mejor entre ellos" que con Rajoy, "un político de la vieja escuela que ha tenido que gobernar en un momento difícil".