Política

La España de Corbyn

Sánchez, Corbyn e Iglesias. Imágenes: EFE / Reuters

Jeremy Corbyn lleva a España en el corazón. No solo se maneja bien con el castellano, lo que es normal estando casado con una mejicana, sino que sigue muy de cerca la política española e incluso se ha llegado a implicar en alguna que otra causa menor de carácter simbólico.

El bueno de Jeremy anduvo en su día recogiendo apoyos en la Cámara de los Comunes en favor de una moción contra la retirada de una placa en la Universidad Complutense de Madrid en memoria de las brigadas internacionales. Imagínense si el Congreso de los Diputados aprobara una moción parecida por una placa de cualquier naturaleza en la Universidad de Cambridge. Nos tomarían por locos. Lo cierto es que Corbyn hizo ruido y la placa, sea por ese o por otros motivos añadidos, allí sigue.

La aplastante victoria de este talludo marxista como líder del laborismo británico ha removido las estructuras de la izquierda y repercutido en todo el espectro político. Los tories más simplones, encabezados por el primer ministro James Cameron, han celebrado su elección como un error garrafal que condena a sus rivales a la oposición durante una década. Cameron no ha dudado en recibirlo avanzando una primera andanada en la que le califica de "amenaza para la seguridad nacional".

No hay duda que su perfil radical dista mucho en apariencia de ser el más apropiado para afrontar una contienda electoral. Que sus mensajes contra la guerra, los recortes al estado del bienestar y en favor del gasto público y de la imposición de más fiscalidad al gran capital chocan con el laborismo templado que le permitió al partido de Blair obtener tres mayorías absolutas frente a los herederos del tacherismo.

Les puede parecer el suyo un discurso rancio o incluso trasnochado propio de un tardomarxismo impenitente. Puede incluso que le vean como la flor de un día que marchitará por la falta de riego de su propio partido y las dosis letales de posibilismo político. Sin embargo su irrupción no se ha producido por casualidad, y despreciar la causa revela una ceguera política absoluta por la que pagarán un alto precio quienes la practiquen.

A Jeremy Corbyn le han votado cientos de miles de británicos, en su gran mayoría jóvenes, que pagaron su cuota para participar en el proceso. Su elección ha proyectado un grito de furia de quienes han sufrido en sus carnes y con la mayor dureza la austeridad impuesta por la crisis que arrancó en el 2008 mientras las élites financieras engrosaban sus beneficios con una impudicia difícil de soportar. Quien no haya entendido el mensaje, tendrá problemas.

A pesar de las diferencias sociales, políticas y económicas entre España y el Reino Unido, no resulta forzado reconocer en ese estado de ánimo el que provocó en nuestro país el advenimiento de Podemos. Nada ha sido igual desde aquel empuje inicial que, al margen de sus éxitos meteóricos en los comicios europeos y en municipales y autonómicas, llegó a conquistar en las encuestas la posición de partido hegemónico.

Tiene sentido por ello que su líder, Pablo Iglesias, trate de reivindicar a su favor el parangón hasta el extremo de propagar la especie de llamar a Corbyn "el Iglesias británico". Como lo tiene también el que Pedro Sánchez recuerde que el partido hermano de los laboristas en España no es otro que el PSOE, y que los resultados en las urnas han venido a demostrar que

PODEMOS viene a sustituir más bien a IU que a la socialdemocracia en ese sector del electorado.

Ambos rivalizan por ser los referentes de la izquierda, y si antes los sondeos proyectaban un avance imparable del partido emergente hoy la demoscopia no parece tener dudas de que Sánchez es el único que puede disputarle la Moncloa a Mariano Rajoy. Ello vendría a confirmar que la moderación y el pragmatismo se imponen a la utopía como ocurrirá casi seguro en el laborismo británico. Lo que no dejarán en inútil la elección de Corbyn. El líder laborista sacudirá las conciencias, hará temblar las estructuras y forzará el cambio de todos los discursos. Así, con sus errores, ambigüedades y contradicciones, ocurrió aquí con Podemos.

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