
Por extraño que pueda parecerle a la nutrida legión de bodófilos, hay ocasiones en los que una invitación a un enlace matrimonial es más faena que alegría. Justo en el momento en el que el sobrecito lacado llega a manos del susodicho invitado, muchas cabezas comienzan a tejer planes evasivos con la mejor y más creíble excusa que permita sortear la asistencia con elegante eufemismo.
Puede que la economía no acompañe, que los futuros cónyuges sean primos segundos de un tipo que un día conociste en un bar, que la novia sea tu ex o que, sencillamente, no tengas el menor interés en contemplar desde tu cómodo asiento cómo decenas de individuos de corbata alegre y tocado al viento hacen la conga al son de Paquito el chocolatero. Que está muy bien, pero no te apetece.
"Justo ese fin de semana tengo un viaje". "Vaya por dios, ese mismo día se casa mi prima". "Me han cambiado el turno y trabajo. Fíjate que mala suerte". "Os deseo lo mejor, a ver si un día quedamos para tomar algo". Esos suelen ser los quiebros más comunes para el común de los mortales. Corte limpio, suspiro, y a otra cosa. Sin embargo, cuando eres presidente del Gobierno, todo se complica un poco más. "Hola Javier, soy Mariano. Mira, que no voy a poder ir. Aquel recurso al Constitucional. No sé si te acuerdas. Las elecciones en dos meses. Qué faena. Que seáis muy felices".
Vamos al lío, por entendernos. El nuevo y flamante 'guardaespaldas' de Rajoy, el exalcalde de Vitoria Javier Maroto, ahora vicesecretario de Acción Sectorial del partido, se casa en una semana. Todo debería ser alegría y parabienes en el PP si no fuera por un pequeño detalle: a Maroto le ha dado por tener novio los últimos 18 años. El mismo además.
Resurrección inmediata del fantasma de las peras y las manzanas. Una decisión que debería formar parte de la más cerrada intimidad se convierte en asunto de estado. Y no por mero interés morboso, sino porque parece que el choque vieja-nueva escuela en el PP ha vuelto a agrietar la pared del debate interno. Rajoy, indeciso. Ni confirma ni desmiente, de momento. En la retina, el recurso al Tribunal Constitucional que el propio Rajoy asumió de manera "personal" en 2005. Ocho votos de once magistrados tumbaron aquel intento siete años después.
Coherencia o normalidad
Por una parte, los bodófobos, capitaneados por el ministro Fernández Díaz, que este jueves se esforzaba en desmentir que todo se mire con la lupa electoralista. El espectro de votantes del PP es el que es, y a los conservadores recalcitrantes ya se les ha puesto de mal talante lo suficiente. Liberación de etarras, el aborto de la ley del aborto y ahora... el presidente sonriendo feliz en una boda homosexual, puro en ristre. "No es coherente". Ese es el mensaje de una parte de los populares con la vista puesta en diciembre. Agenda apretada por las elecciones catalanas y a correr, Mariano.
En la otra banda, los normalizadores, con el portavoz Alfonso Alonso a la cabeza. Hay que hacer guiños al centro, y ya hay suficientes problemas como para reabrir la caja de Pandora de temas sociales que ya parecen de sobra superados, si es que en algún momento hubo algún problema más allá de los muros del Congreso. Normalice, presidente.
Maroto, expectante
Javier Maroto, político muy cercano a Rajoy y uno de los exponentes del ansiado lavado de cara popular, se mantiene a la expectativa. Este jueves, en una entrevista en la Cope, el dirigente popular insistía que Mariano Rajoy tiene una "agenda complicada" que resolverá como estime más "oportuno" y aseguraba que no se van a "querer o apreciar ni más ni menos por la decisión que tome".
Además, Maroto expresaba su deseo de que las bodas entre homosexuales dejen de ser noticia: "En el año 2015, es natural que lo que es normal en la calle, sea normal en la ley".
Extrapolando la reflexión, puede que cuando te pilla de cerca, ser inmigrante tampoco sea sinónimo de delincuente, como el propio Maroto insinuó en algún que otro polémico exabrupto de su época de alcalde en Vitoria. La empatía, ya se sabe. Pero ese ya es otro tema.