Política

El maná del gasto social

Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. Imagen: EFE

¿Quién da más? A dieciséis semanas de las elecciones generales, semana arriba o abajo, y en pleno cansancio colectivo estival agravado por el calor sofocante, los cuatro partidos que se reparten al 85% del electorado español se lanzan a tumba abierta hacia el populista ejercicio de ofrecer dinero contante y sonante a los ciudadanos.

Con matices, en mayor o menor cuantía, siempre para compensar la ausencia total de ingresos familiares, todos ellos hablan hoy de entregar dinero sin saber explicar en la mayoría de los casos de dónde van a salir las partidas que sustenten ese gasto medido bastante a la ligera.

Si preguntamos a cualquier economista que haya estudiado las cuentas públicas, esta decisión política no depende de quitar de un lado para poner en otro, como pretenden hacernos creer, sino de un proyecto a largo plazo y continuado en el tiempo que marque claramente un rumbo sin riesgo de ser derogado cuando el partido que hoy tiene mayoría abandone el poder la siguiente legislatura. Un acuerdo de Estado y de país, al margen de veleidades y de rechazos partidistas.

No es ni lo que plantean Rajoy y sus nuevos cuadros populares, ni lo que ha anunciado Sánchez, ni lo que propugna ambiguamente Iglesias ni lo que ha imaginado y plasmado en sus documentos estratégicos Rivera. El verdadero problema de la ruta social del PP, del ingreso mínimo vital del PSOE, del plan de garantía de renta de Podemos y del complemento salarial de Ciudadanos no es la música sino la letra, no son las intenciones, sino el carácter oportunista de sus concepciones y su lejanía definitiva de políticas pactadas, consensuadas para el bien de los españoles que necesiten una asistencia de estas características en las próximas décadas. Son maquillaje para una precampaña, pero poco más.

El gobierno actual prorrogó, sin haberlo pactado con su antecesor, el Plan Prepara que ayudaba con 400 euros a los parados que habían agotado sus prestaciones con la mala fortuna de no haber podido encontrar un empleo que sustituyera a las ayudas sociales del Estado. Ni un solo esfuerzo hubo por parte de PP o PSOE de consensuar esa medida, hacerla extender en el tiempo o convertirla en permanente hasta que las ratios de desempleados de larga duración se disminuyeran.

Pero la providencia quiso que se mantuviera durante más de una legislatura con colores políticos distintos. Nos imaginamos durante varios años que la política era útil aunque fuera fruto de un espejismo. Una medida positiva, realista, beneficiosa para los españoles y realizable gracias a los esfuerzos presupuestarios, que no era derogada sino ampliada en el tiempo.

Las que hoy se anuncian al hilo de un tufo electoral inminente parecen poco maduradas pese a la coincidencia de algunas de ellas, se nos antojan diseñadas en las famosas dos tardes que cierto líder político debía recibir para comprender un poco mejor las claves macroeconómicas del país.

El dinero no cae del cielo. Eso creyeron los griegos y su gobierno, y hasta Paul Krugman ha tenido que rectificar en sus posiciones sobre el carácter realizable de las promesas de Syriza. Debería haber preguntado antes el Nobel de Economía de 2010 cómo resolvería el enigma el Nobel de Economía de 2008, Cristóbal Pissarides, chipriota de nacionalidad y economista de los realistas con los pies en el suelo. Pero no lo hizo y ahora rectifica, haciendo rectificar también a todos los que han usado su nombre en vano desde que alabó a Tsipras y su rebeldía de antaño, hogaño convertida en cenizas de populismo.

Y debería también todo el mundo leer a algunos sociólogos y estadísticos cuando claman contra las cifras que inflan de forma permanente los niveles de pobreza y desigualdad en España, con fines evidentemente preconcebidos. En España hay pobreza, quién lo puede dudar, pero no a los niveles en que se presenta a quien quiere escuchar determinados análisis.

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