Política

Zapatero y Rajoy se reúnen por primera vez en esta legislatura

José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy en uno de los debates electorales.

La reunión que celebran Zapatero y Rajoy, la primera de la legislatura, debería servir sobre todo para establecer un sistema de relaciones entre ambos líderes y entre ambos partidos. Es claro que poder y oposición tienen roles determinados que en democracia son vitales para el buen funcionamiento del sistema, pero también lo es que pueden existir ámbitos de cooperación en los asuntos de Estado.

Las dos partes deberían renunciar a la simple explotación de la enemistad como estrategia, como ocurrió en la legislatura anterior. El Gobierno debe gobernar, obviamente, y a la principal fuerza opositora le corresponden las tareas de contradicción y control, pero esta rivalidad, en un régimen de bipartidismo imperfecto como el nuestro, no debería suponer incomunicación ni mucho menos disenso sistemático en los grandes asuntos.

Reformas y crisis

Los dos líderes deberían resolver definitivamente la renovación de las instituciones es escandaloso el retraso acumulado, que pronto alcanzará los dos años en el caso del Consejo General del Poder Judicial- y explorar la posibilidad de pactos en varias materias sensibles que los requieren: reforma de la Justicia, conclusión y cierre de la reforma territorial, financiación autonómica, recuperación de la unidad antiterrorista, fijación de unas líneas maestras en materia de política exterior, políticas de inmigración y de integración de inmigrantes, etc.

Y, en relación a la crisis económica, aunque es lógico que mantengan filosofías distintas, los márgenes ideológicos que deja la globalización son muy escasos por lo que deberían transmitir conjuntamente la sensación de ánimo que la ciudadanía requiere para remontar el declive con energía y esperanza. En este aspecto, la oposición debería actuar más como acicate que como rémora, más como estimulante que como portavoz de la frustración.

Defender los intereses del país

Rajoy ha realizado un meritorio viaje al centro que ha restituido su capacidad dialogante y Rodríguez Zapatero, que ya no ha de completar su mayoría parlamentaria con sus radicales socios del tripartito catalán, también ha aparecido tras el 9-M con un talante moderado y conciliador. No debería haber, pues, obstáculos para la normalización definitiva de estos contactos entre ambos líderes, que deberían ser periódicos, fecundos e incluso discretos en algunas cuestiones.

A fin de cuentas, en todas las democracias maduras la controversia ideológica es sistemática y profunda ?véase por ejemplo los Estados Unidos-, incluso entre miembros del mismo partido que se disputan el liderazgo, pero todos los actores saben perfectamente que deben mantener al margen de la discusión los intereses más vitales de su propio país.

Esta pauta no se ha seguido en los últimos cuatro años; habrá que ver si Zapatero y Rajoy son capaces de seguirlas de ahora en adelante.

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