Política

Albert Rivera, Pablo Iglesias y viceversa: las antípodas cercanas

Iglesias y Rivera, protagonistas de la escena política. Imagen: Archivo

Pablo y Albert, Albert y Pablo, comparten muchas cosas pero se diferencian en las suficientes. Pueden ser -o algunos quieren que sean- némesis lampedusianas, arañas retejiendo la misma tela bipartidista, enterradores con un pie en la tumba. Pero la evolución nunca repite vestido.

Aquel martes, 17 de octubre de 1978, los periódicos abrían a toda página con la foto de un cardenal polaco, de nombre Karol nosequé, que se había convertido en el primer papa no italiano desde 1522. ETA militar reivindicaba otro asesinato de un Guardia Civil y Herbert Simon era nombrado premio nobel de Economía. España le daba la vuelta a la muda y la Constitución crepitaba en el horno, casi a punto para ser deglutida. En Madrid, debutaba en la vida un tal Pablo Iglesias. El otro Pablo Iglesias. Sin coleta, todavía.

Un año y un mes después era 15 de noviembre del 79, día arriba, día abajo. Ya había alcaldes elegidos por sufragio universal pero en Madrid la Plaza de Oriente seguía marcando abdominal semana sí, semana también. Un obispo de Mallorca prohibía las misas por Franco y José Antonio, pero Blas Piñar sugería educadamente, entre insultos y a voz en grito, que lo mejor para todos era otro 'alzamiento' militar. Por Euskadi, hasta diez propuestas de estatuto de autonomía pesaban mucho encima de alguna mesa de algún despacho. En aquella España, con las primeras chaquetas de pana con codera cubriendo camisas abiertas hasta el segundo botón, echaba su primer vistazo al mundo un Albert cualquiera, de apellido Rivera. Catalán, para más señas.

A buen seguro que los dos gimieron desconsolados en la sala de partos. En su lógica ignorancia, aún no sabían que sus caminos estaban irremediablemente obligados a cruzarse. A los ojos de todos. La caprichosa inercia les acabaría subiendo a un tren muy peculiar, impulsado por una locomotora que sale de estaciones diferentes, tiene itinerarios distintos, no es del mismo color y exhala el humo en direcciones opuestas. Pero que transita una misma vía. Quién sabe si se acabarán encontrando en el andén.

Pablo y Albert, Albert y Pablo, a diferencia de la anterior generación de políticos, los dos nacieron con el dictador en fuera de juego. Ellos no corrieron delante de los grises. Tomaron el biberón con Adolfo, se afeitaron por primera vez con Felipe, fueron a la universidad con José María y se hicieron hombres con José Luis. Ahora le respiran en la nuca a Mariano. Usan smartphone pero han pagado en pesetas. Huelen a nuevo, al menos demoscópicamente hablando.

Adalides de la nueva política -la preparada, la retóricamente refinada, la pulcra, la escrutada, la televisiva, la digital, la joven- son líderes que aseguran no querer serlo, políticos que te quieren invitar a la fiesta de hacer política. En el horizonte, el destino. El ticket de trayecto pone Moncloa y ninguno parece dispuesto a negociar trasbordos. Al menos no con los actuales jefes de estación.

El atril y el megáfono

Pablo es el megáfono en la manifestación. Albert el atril en el debate. Los dos son maestros de la retórica e infunden respeto ?por no decir pavor- ante la perspectiva de una discusión pública en términos políticos. Iglesias se crió en barrio obrero, en Vallecas, en el seno de una familia de abogados ligados a partidos de izquierdas y sindicatos de clase. Rivera es hijo de pequeños comerciantes catalanes de Barcelona, propietarios de un bazar, sin filia política conocida. Clase trabajadora, dicen, procurando dejar para más tarde el término clase media. Pero lo cierto es que tampoco lo tuvieron más difícil que cualquiera.

Los dos son abogados de carrera, licenciado uno por la Complutense y otro por la ESADE. Iglesias además es polítólogo, también por la Complutense. Público y privado, sin grandes estrecheces económicas ni alardes de abundancia. Ambos tienen su correspondiente máster. Pablo fue premio extraordinario de fin de carrera y fue becado en Suiza. Albert fue campeón de natación de Cataluña con 16 años y vencedor de una liga de equipos de debate a nivel estatal. Currículums impecables.

Pero también han cometido errores de juventud ?fueron cachorros en IU y en el PP-, un pasado que ahora sus enemigos políticos utilizan sin excesivo éxito para empañar sus discursos renovadores.

Corbata o no, he ahí la cuestión

Albert Rivera es el yerno perfecto. Siempre bien vestido y bien planchado. Afeitado, pulcro. Con la palabra adecuada calentando permanentemente en la banda dispuesta a entrar en el partido. Tiene carácter, pero no muestra enfado. Ni eleva la voz ni susurra, porque eso sería perder.

Pablo Iglesias discute de política en la mesa los domingos. Frunce el ceño y arenga. Asiente con vehemencia y coge apuntes para la réplica como si estuviera apuntando la lista de cosas pendientes antes de morir. Pero también cuida el lenguaje y tampoco pierde la compostura. Camisa cualquiera, vaqueros de saldo, zapatillas deportivas. Su pelambrera y su barba descuidada también son una declaración de intenciones.

La imagen, que nunca es casualidad y menos en política, compone una imagen mental de la alternativa válida. Tal vez se diferencian y se quieren diferenciar porque los demás se parecen demasiado.

De rebote a los extremos

Los dos aseguran haber entrado en política por avatares del destino. Nunca fue el plan trazado. Uno y otro comienzan el doctorado. Iglesias lo acaba y es profesor en la misma Universidad en la que se licenció. También ejerce de periodista, con sus programas de debate, primero en La Tuerka de canal 33 y después en Hispan TV. Rivera optó por probar en la cosa privada, pero se cansó rápido de su empleo en La Caixa y decidió dedicarse en cuerpo y alma a la política. Parecen nuevos, pero no lo son. Desde bien jóvenes están ahí, pero nadie los había visto.

El catalán se zambulló en la piscina política del brazo de su mentor Francesc de Carreras. El catedrático de Derecho Constitucional funda en 2006, con un grupo de intelectuales, el movimiento Ciutadans y escoge a su alumno Rivera para liderarlo. Sin embargo, cuenta la historia oficial que, al enfrentarse dos grupos dentro del propio partido, se decide situar al joven político al frente como elemento de consenso y porque "hablaba bien en público2, como el propio Rivera se encarga de recordar siempre que le preguntan. Lleva ocho años en el Parlamento catalán, con el discurso anti-independentista como principal caballo de batalla. Ahora salta al ruedo central.

Por su parte, la 'Operación Coleta' llevaba tiempo fraguándose en la izquierda extraparlamentaria. Se intentó desde dentro de Izquierda Unida, pero el momento político pedía que los nuevos actores se construyeran sus propios teatros. Así es como nace Podemos, y así es como se consigue saltar la banca electoral en las elecciones europeas de mayo de 2014. Cinco escaños y al sillón de Bruselas, pero aquello no era suficiente. Por supuesto que no lo era.

Desde que han metido la nariz en las esferas del poder y, sobre todo, desde que el CIS confirma que olisquean el bastón de mando, adversarios políticos de todo cuño se empeñan en situar a Iglesias y Rivera en los extremos. Uno por comunista y antisistema; el otro por ultraderechista y xenófobo. Pero, a juzgar por los votos que roban, parece que su apuesta interesada por la centralidad parece estar dando sus frutos. Preocupan y de veras tanto a PP como a PSOE. Por no hablar de IU y UPyD.

¿Pacto a la griega?

Son bases distintas, mensajes enfrentados, concepciones políticas a priori irreconciliables, liberalismo económico versus fortaleza del Estado. Para simplificadores políticos, los nuevos conservadores y los nuevos progresistas. Pero en la previsible batalla entre lo nuevo y lo viejo (lejos del eje tradicional izquierda-derecha y del anhelado arriba-abajo) Iglesias y Rivera ya parecen haber elegido trinchera. Sus partidos dependen sobremanera de su peso mediático e interno, algo que quizás no sea la mejor fórmula de vender renovación. Pero esto no impide que su bases y sus cuadros de mando vayan a fiar la partida a una baza que consideran ganadora.

En el juego de la representación parlamentaria, con sus pactos y sus intrigas palaciegas vestidas de votaciones internas en los partidos, Rivera e Iglesias asumirán, a buen seguro, un papel fundamental a título individual. De su entendimiento, al menos en el corto plazo, puede depender el futuro político inmediato. Porque ya se conoce que en la arena electoral se hacen extraños compañeros de cama. Y si no que se lo pregunten a los griegos.

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