
Ayer a las 11.30 saludé a mi presidente, el del Gobierno de España y el del Partido de UCD. Fue en el Congreso de los Diputados. Recé delante de su féretro cubierto con la bandera de España. Muchos ríos de tinta se están vertiendo sobre su figura. Estuve a su lado mientras permaneció en esos dos puestos. Hasta en 1980 participé dentro del Grupo Parlamentario Centrista en una corriente para apoyarlo. Meses después, primero dejó la Presidencia -dimitió en un alarde de responsabilidad- y luego el partido. No recuerdo si fue Francisco Fernández Ordóñez o Adolfo Suárez el que se fue antes del grupo centrista. El primero con sus socialdemócratas, para formar el PAD, que luego se integraría en el PSOE; el segundo para formar el CDS. Ahí nos separamos políticamente. Pero no personalmente. Siempre que me lo encontré con posterioridad fue cariñoso, como sólo él sabía serlo. La última fue ayer y, aunque no lo crean, sentí que desde allí arriba nos miraba con ojos que decían: ¡a ver cómo os las apañáis con mi herencia política!
De vuelta, en el despacho, recordé también su herencia económica. Primero fue Fuentes Quintana y luego Fernando Abril sus escuderos en esa materia en la que algunos lo consideraron lego. Pero no lo era, porque las ciencias sociales deben basarse en algo que Adolfo Suárez tenía: sentido común. Y su sentido común le decía que España tenía un plantel notable de expertos en esa materia. Tanto en el partido del Gobierno, como en los de la oposición y fuera de ellos.
Los estudios de economía en España eran ya importantes y muchos los habían completado en el extranjero. Solo había que ponerlos a trabajar. Y Así se hizo.
Los Pactos de la Moncloa fueron la consecuencia de una forma de pensar de los llamados "Economistas de la Escuela de Madrid". Estaban ahí y sabían que la teoría "económica castiza", que había imperado hasta los años sesenta tenía que cambiarse por otra basada en los principios de la macroeconomía científica. Y lo hicieron. Los de derechas, los de centro y los de izquierda. No olvidemos que en el PCE estaba nada menos que Ramón Tamames. También Trias Fargas de CiU dijo que apoyaba los Pactos porque estábamos en una situación de urgencia; es decir, creía en las mismas recetas.
Todos los economistas de entonces habían estudiado con los mismos textos y, probablemente, los mismos maestros. Uno de esos maestros era el convocante: Fuentes Quintana. Era más lo que les unía que lo que les separaba. Los Economistas de la Escuela de Madrid tenían además otra ventaja: estando en diferentes formaciones políticas, sus jefes de filas delegaron en ellos la confección de la estructura básica del documento y de su filosofía. Luego los responsables políticos aprobaron la letra de la partitura, pero la música era de los economistas.
Era algo que Suárez supo ver bajo la superficie de la sociedad española. Había muchos puntos de unión. A pesar de las diferencias públicas de la oposición democrática con el franquismo institucional y las propias divisiones internas de uno y otro bando, para todos lo importante era crear un futuro esperanzador. Y dentro de ese espíritu estaba la necesidad de estabilizar la economía, abrirla al exterior, recortar la inflación, equilibrar las finanzas públicas, realizar un esfuerzo fiscal que realizase una distribución de la riqueza, establecer los esfuerzos tributarios en función de la renta y mejorar los gastos sociales en los presupuestos del Estado para los menos favorecidos.
En la economía de la supervivencia Suárez era un as. Se crecía en los momentos difíciles y complicados. Para esos es para los que más servía. Su vida política lo demostró. Y Suárez aplicó esa economía de la supervivencia a todo el país. Consciente o inconscientemente lo enfrentó a una crisis galopante y aplicó la regla que siempre le sirvió, la que dominaba a la perfección: el diálogo desde posiciones diferentes, con lenguajes y objetivos comunes.
Con los economistas también logró que alcanzaran "el consenso". Yo diría que con ellos más que con ningún otro colectivo importante en la transición. También hay que reconocer que las bases para ello estaban creadas por una ciencia que modeló el pensamiento de esos profesionales haciendo que se entendieran entre sí. Con sus diferencias, pero con un idioma común y unas ideas claras de hacia dónde había que ir.
¿No existen esas bases comunes hoy? Creo que sí. ¿Entonces?