
Pantanos gigantes y represas monstruosas. Si Franco levantara la cabeza, sería todo un aprendiz. El consumo de electricidad crecerá un 56% entre 2010 y 2040 (según un informe de 2013 de International Energy Outlook) por lo que la energía hidráulica cada vez resulta más atractiva. Esto, unido al interés planetario por el agua, ha disparado la construcción de megapresas por todo el mundo (en la actualidad hay alrededor de 45.000).
España (con 1.053 embalses en activo, una capacidad de 55,39 millones de hm3 y apenas un 10% de su energía eléctrica producida de esta forma, según los datos del Ministerio de Medio Ambiente y de Red Eléctrica de España) es el país con más pantanos por habitante del mundo, pero no está inmersa en esta fiebre por las obras gigantes (pese a ser el quinto país en términos totales, tras China, EEUU, Japón e India). Pero, ¿son beneficiosas desde un punto de vista económico, social y ecológico estas construcciones o en realidad no tienen ningún sentido? EcoDiario.es trata de responder a estas preguntas.
Un informe de la Universidad de Oxford no deja lugar a dudas: no se ajustan a los prespuestos proyectados, ahogan en deudas a las economías emergentes y no producen los beneficios prometidos. En resumen: no son viables y constituyen una inversión de mucho riesgo para los países que se embarcan en esta aventura.
Tras analizar 245 represas de más de 15 metros (según la ICOLD -Comisión Internacional de Grandes Presas- tienen que tener esta altura o superar los cinco metros y tener un volumen de embalse de más de 3 millones de m3) y construidas entre 1934 y 2007, los investigadores concluyeron que el 96% de estos proyectos exceden al final la cantidad presupuestada. Como muestra un botón: en Itaipú (Brasil) se sobrepasó un 240% lo previsto. De hecho, la presa Hoover, en EEUU, es la excepción que confirma la regla: se acabó dos años antes de lo programado y costó unos 15 millones de dólares menos de lo presupuestado.

Tras décadas de parón constructor, varios países emergentes se han lanzado a esta carrera. China y Brasil, máximos exponentes del crecimiento económico, y otros países más modestos de Asia, África y Latinoamérica encabezan este movimiento: así, Pakistán, Eritrea, Argentina (que planea Chapeton y Pati), Paraguay y Chile han acometido obras de este tipo.
De hecho, más del 90% de la energía renovable proviene de las represas, según los datos de la Comisión Internacional de Grandes Presas que cita BBC. El interés por encontrar una energía barata y limpia, así como la creciente preocupación mundial por el abastecimiento de agua (tanto de boca como de riego) abonan este panorama.
Nombres como New Cornelia Tailings (EEUU, terminada en 1973), Verne-Svirskaya (Rusia, 1952), Samara (Rusia, 1955), Tarbela (Pakistán, 1976), Usama Inferior (Nigeria, 1990), Tucuruí (Brasil, 1984), Atatürk (Turquía, 1990) o Guri (Venezuela, 1986) dan muestra de estas construcciones faraónicas, pero hay otros estados que aún preparan sus apuestas: desde Kirguistán (Kambaratinsk) a Indonesia (Cipasang), pasando por Filipinas (San Roque), Malasia (Bakun) o Congo (Gran Inga), y hasta llegar a Canadá, que erigirá con Syncrude la presa más grande del mundo en lo que se refiere a volumen de la estructura, sólo por detrás de las Tres Gargantas china.

Pese al presunto beneficio que estas obran traen a los países constructores -desde un punto de vista económico y social- los datos cuestionan estas iniciativas. Y esos sin contar los puestos de trabajo -digno- que crean, una variable de muy difícil cuantificación en este tipo de países.
La represa de Belo Monte (Brasil), aunque estaba presupuestada en 14.400 millones de dólares, costará 27.400 millones. Además, un juez suspendió su construcción en 2011 por motivos medioambientales.
En la misma línea, las Tres Gargantas desplazó a 1,4 millones de chinos y también pudo provocar un gran desprendimiento de tierra. Por último, la presa etíope de Gilgel Gibe III podría asestar un duro golpe a la pesca y la alimentación de 500.000 habitantes del Valle Bajo del Omo. Y es que estas construcciones son enormes: la pakistaní Diamer-Bhasha mide 272 metros de altura, sin ir más lejos.
"Estos proyectos no son neutrales ni en sus emisiones de carbono ni en las de gases de efecto invernadero", sentencia a la cadena británica Bent Flyvbjerg, responsable del estudio de Oxford.
Sin ahondar en los argumentos a favor (suministro eléctrivo, abastecimiento de agua, control de avenidas, efecto turístico...) y en contra (desplazamientos humanos, aumento de temperatura y humedad, posibles problemas sísmicos, contaminación en la zona anegada...) de estas megapresas, el debate está servido, tal y como quedó claro con las conclusiones de la Comisión Mundial de Presas (que agrupaba a financieros, funcionarios, constructores y ecologistas) en noviembre de 2000.
El problema, precisamente, es el gran tamaño de estas bestias de hormigón. De hecho, los expertos discuten ahora sobre si el problema es la dicotomía entre grandes presas y pequeños proyectos de energía hidráulica. Porque la utilidad de estos embalses está fuera de toda duda: proporcionan el 19% de la electricidad mundial total e irrigan el 40% de los territorios mundiales de agricultura de regadío.
Sin embargo, los nuevos ricos -como China o India- han desembarcado con fuerza en África y Latinoamérica a fuerza de fortuna, por lo que priman estas construcciones a gran escala, en detrimento de las pequeñas obras. El gran dragón asiático, pese al fracaso socioecológico de las Tres Gargantas, ya ha anunciado que persistirá en esta estrategia, tal y como confirma la ICOLD.