El próximo 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, dedicado este año a la interdependencia entre el agua y la energía, dos bienes caros, escasos e indispensables.
El agua es útil por sí misma. La energía, en cambio, no. De nada sirve una veta de carbón a cientos de metros bajo tierra; hace falta convertir su energía potencial en energía útil, extrayéndolo y quemándolo, ya sea para hacer una buena barbacoa, para producir electricidad o para convertirlo en combustible de automoción.
Por ejemplo, para producir electricidad, ya en la mina necesitamos agua, y también después, en la central eléctrica: por cada MWh, hasta 270 litros durante el proceso de extracción, y hasta 2.700 litros más durante la generación de energía.
Las centrales termoeléctricas -de carbón, gas, petróleo o nucleares- producen el 75 por ciento de la electricidad mundial. Para ello necesitan más de 580.000 millones de metros cúbicos de agua. En la UE, las centrales termoeléctricas retiran el 43 por ciento del agua disponible para fabricar la luz; de toda el agua almacenada en España, un 40 por ciento es volumen hidroeléctrico. Muchos de los recursos hídricos precisados para producir energía se devuelven al medio, paro es obvio que hacen falta en abundancia.
A la inversa ocurre lo mismo: se precisa energía para tener de agua. El líquido elemento debe ser extraído, almacenado, canalizado, potabilizado y distribuido hasta los usuarios; luego ha de ser recogido, depurado y devuelto a los cauces naturales. Casi el 10 por ciento de la energía mundial se destina a ese fin. De hecho, el coste de explotación más importante del ciclo urbano del agua es el energético, con el 30 por ciento del total.
Para disponer de energía hace falta agua, y para disponer de agua hace falta energía. En esto consiste el binomio agua-energía, tema sobre el que se vuelcan los organismos internacionales y las ONG.
Aunque en los países ricos no sea un asunto prioritario, desde una dimensión global, el nexo agua-energía es determinante. Y si a la ecuación le añadimos el calentamiento global, aprovechar bien el nexo agua-energía es indispensable para conseguir un desarrollo sostenible que nos afecta a todos.
Un problema de carácter global
En el mundo actual, de 6.500 millones de personas, hay 1.300 sin acceso a la electricidad y 783 sin agua potable; el déficit hídrico medio está en el 30 por ciento y creciendo. Si los datos revelan carencias ahora, la tarea para solventarlas cuando seamos 9.000 millones, en 2050, parece ingente. Y aún más si tenemos en cuenta el acelerado proceso de urbanización y de consumo de recursos naturales: en 2030 la mitad de la población mundial vivirá en zonas con estrés hídrico e inseguridad alimentaria.
Por eso, la seguridad alimentaria suele añadirse al binomio agua-energía como un tercer elemento. Todavía hay unos 850 millones de personas que pasan hambre -más de 15 millones en los países desarrollados- y el crecimiento demográfico previsto exigirá más producción a una agricultura que ya consume casi el 70 por ciento del agua total.
De seguir la tendencia actual, la superficie destinada a las cosechas, 1.500 millones de hectáreas en la actualidad, se incrementará hasta un 30 por ciento en 2050, algo considerado insostenible.
A la par, se prevé que la demanda global de energía crezca alrededor de otro 30 por ciento sólo hasta 2030, con la inmensa mayoría de ese crecimiento localizado en los países del sudeste asiático, los más presionados por la demografía y el déficit de recursos hídricos de calidad.
El crudo se mantendrá caro, por encima de los 100 dólares por barril, y seguirán las tensiones entre países importadores y exportadores de combustibles fósiles, a pesar del auge de la aplicación de técnicas extractivas no convencionales, como el fracking.
Elevada inversión y larga vida útil
Tanto las infraestructuras energéticas como las hidráulicas exigen un volumen de inversión elevado y tienen una vida útil que se mide por muchas décadas -ahora se debate extender la esperanza de vida de las nucleares de 40 a 60 años-, por lo que su planificación a largo plazo es muy importante.
El año 2050, en materia de energía y agua, está a la vuelta de la esquina. Junto al viejo problema del agua, gestionarla en el espacio y en el tiempo, se debe analizar también el viejo problema de la energía: conseguirla en grandes cantidades, barata y limpia. Por su interdependencia, deberían planificarse conjuntamente, cosa que no sucede con la frecuencia adecuada.
El resultado de la mala planificación se sufre cuando los períodos de sequía impiden la producción de energía, sea hidráulica, termoeléctrica o de otro tipo, como ya sucede en el sudeste de Asia, donde un 20 por ciento de las centrales eléctricas está en zonas de riesgo medio o extremo, y empeorando a gran velocidad; General Electric está revisando y cancelando plantas de carbón por la falta de agua en India.
Además, no sólo debe haber agua en abundancia para producir energía; aquella también debe tener la temperatura adecuada; raro es el verano en que no hay que parar varias centrales nucleares en Europa porque el agua de los ríos que las refrigeran está demasiado caliente.
Las emisiones de CO2, que produce el consumo de combustibles fósiles, por otro lado, incrementarán la temperatura global entre dos y cinco grados centígrados durante este siglo, afectando a los regímenes de lluvias y acrecentando las regiones áridas.
En el sudeste español, sin ir más lejos, las aportaciones naturales de agua han descendido un 20 por ciento en las últimas dos décadas; hacia 2050, la disponibilidad de agua dulce en el norte de África y Oriente Próximo -en un 60 por ciento proveniente de fuera de las fronteras nacionales- se habrá reducido a la mitad.
La explotación de agua no convencional para el abastecimiento urbano, como la procedente de desaladoras, se incrementará. Ahora bien, estas soluciones técnicas necesitan mucha más energía que la que precisan los recursos hídricos convencionales.
Energías renovables
Parte de la solución de la ecuación pasa por la implantación de las energías renovables que no emiten CO2 y que no necesitan agua, o sólo en mínimas cantidades, principalmente la eólica y la fotovoltaica.
Sin embargo, estas fuentes de energía, aunque sus costes ya las convierten en competitivas para numerosas aplicaciones, son intermitentes y requieren -hasta que mejoren las tecnologías de almacenamiento- de producción termoeléctrica regulable para garantizar el abastecimiento a gran escala.
La implantación de las renovables está creciendo en todo el planeta y la mitad de la potencia eléctrica global que se instale hasta 2035 será limpia, pero eso sólo reducirá el peso de los combustibles fósiles desde el 82 por ciento actual hasta el 70 por ciento.
Por lo tanto, el ahorro y la eficiencia máxima se deben perseguir en todos los niveles y en todos los procesos que afectan al nexo agua-energía, incluido el de la vida diaria, por muy enormes, frías y lejanas que parezcan las cifras en que se traducen los problemas globales.