Política

El análisis: El PP, un año sin Fraga

El fundador del Partido Popular, Manuel Fraga. Imagen: EFE

Este martes se cumple un año de la muerte del presidente fundador del Partido Popular, Manuel Fraga, aquella fuerza descomunal de la naturaleza que fue capaz de construir con los mimbres franquistas una opción conservadora para España capaz de adaptarse al modelo democrático y que sin embargo no pudo conseguir la lógica aspiración de alcanzar a su frente la presidencia del Gobierno. Su partido le homenajea sin demasiado ruido en el Senado, donde depositará un busto del 'León de Perbes', como le llamaron durante la transición sus partidarios.

En un determinado momento, la potencia política de Fraga, que impregnaba al partido hasta la definitiva decadencia de don Manuel, se vio eclipsada por el halo ascendente de Aznar, quien, como un pequeño caudillo, se adueñó del partido y de sus símbolos e impuso una impronta propia.

Pero Aznar se desvaneció a poco de abandonar el poder, como siempre sucede en el modelo que nos hemos dado, y quedó al frente Mariano Rajoy, quien tuvo que afrontar una larguísima, eterna, travesía del desierto de dos legislaturas, hasta que la crisis lo llevó en andas al poder.

Y ahora, cuando se cumple este primer aniversario, seguramente más de un político popular, algo desorientado, se preguntará por su propio enclavamiento, por dónde quedaron aquellas referencias que Fraga estableció, por los derroteros de una formación política zarandeada también por la crisis y que se ha convertido al pragmatismo con una intensidad cuando menos alarmante.

Dos almas contrapuestas

En la derecha española actual hay dos corrientes, quizá dos almas contrapuestas: la liberal, arriscada pero muy minoritaria, que llega tarde a la eclosión que provocaron en su hemisferio Thatcher y Reagan al amparo de la Escuela de Chicago y de la London School of Economics, respectivamente, y la conservadora, maurista, vinculada a la tradición reaccionaria española, que ha sido mayoritaria y a la que Fraga perteneció.

Pero sobre todo ello se ha impuesto el pragmatismo descreído y acomodaticio, sin guías espirituales y sin lealtades claras. En este sentido, la derecha se ha adaptado bastante bien a los vientos predominantes europeos y a la evidencia de que la capacidad de autodeterminación de un partido de gobierno en cualquier país del Eurogrupo es escasa, por lo que no es bueno tener prejuicios intelectuales (o, al menos, ejercitarlos, aunque se tengan).

En este magma romo de ideología y no muy sobrado de grandes principios nada hoy a pequeñas brazadas Mariano Rajoy, sin volver las vista atrás. La mayoría de sus seguidores no echa en falta definiciones pero sin duda un puñado de electores, el más concienciado, el que no acaba de entender ciertas actitudes contemporizadoras, recuerda a Fraga con nostalgia y ve el presente con perplejidad, entre otras razones porque no acaba de encontrar la línea de ruptura entre la ejecutoria de Zapatero y la de Rajoy.

Al fin y al cabo, la política europea actual es interclasista y el viejo concepto de clases medias, en el que se desarrollaba hasta hace poco el principal debate ideológico, ha perdido fuerza y fuelle, ya que sectores muy relevante de ese centro sociológico han decaído con la crisis y apenas se preocupan por su supervivencia material.

Los principios morales empiezan a ser un lujo también para la derecha en un país en que uno de cada cuatro ciudadanos activos, trabajadores, cabezas de familia, no puede siquiera realizar el elemental designio de trabajar para vivir.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky