
Los resultados de las elecciones generales han supuesto un serio varapalo para Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La formación independentista ha perdido en cuatro años 357.000 votos, más de la mitad de los que tenía hace cuatro años.
En el año 2004, el partido que preside Josep Lluis Carod Rovira logró el apoyo de 652.000 personas, mientras que en los comicios de hace una semana apenas alcanzó los 296.000 sufragios. Traducido en diputados en el Congreso, ERC ha perdido cinco de los ocho que tenía, se ha quedado sin grupo parlamentario y sin capacidad de influir en el futuro Gobierno que forme José Luis Rodríguez Zapatero.
Decepción electoral
La situación es mucho peor de lo que se imaginaban Carod y el secretario general de la formación, Joan Puigcercós . Ellos esperaban lograr cinco diputados y mantener el grupo parlamentario en el Congreso. "Sabíamos que en 2004 mucha gente nos votó como respuesta al PP, José María Aznar nos hizo entonces la campaña y por eso logramos unos resultados históricos", reconocen fuentes del partido. Los cálculos de la formación eran perder entre 100.000 y 200.000 votos, pero nunca los 357.000 que se han volatilizado.
Con los resultados del 9 de marzo, ERC ha vuelto a tener más o menos la misma representación que tuvo en el año 2000, lo que demuestra que el globo que Carod ha ido hinchando durante los últimos ocho años, de repente, se ha desinflado.
¿Cuál ha sido el motivo?
A ERC ya le pasó algo similar cuando alcanzó un pacto de gobierno con el ex presidente de CiU, Jordi Pujol, en los años ochenta. Los republicanos aceptaron gobernar en coalición con los nacionalistas y al cabo de dos legislaturas perdieron casi toda la fuerza que tenían en el Parlament de Cataluña. Ahora ha ocurrido algo similar. Tras cinco años de alianza con el PSC en el Gobierno de la Generalitat, han sido los socialistas catalanes quienes les han comido el terreno. ¿Por qué el votante va a elegir una segunda marca si puede escoger la primera?
Ni la promesa de Carod de convocar un referéndum para lograr la independencia en 2014 ha sido capaz de movilizar a las bases más radicales. En Cataluña nadie, ni dentro de ERC, se ha creído que lo de la consulta popular iba en serio.
Puigcercós agrava la situación
Con el globo de Carod deshinchado, ha sido el secretario general de la formación el que se ha encargado de pincharlo. De manera unilateral, y sin previo aviso a Carod, Joan Puigcercós anunció el pasado martes que abandonaba el cargo de consejero en el Gobierno catalán. Durante 24 horas, se revivieron en el Gobierno Tripartito los tiempos de Pasqual Maragall, en los que cada socio actuaba por su cuenta y cada día surgía algún malentendido. Eran tiempos en los que la Generalitat se parecía más al camarote de los hermanos Marx que a la balsa de aceite en la que Montilla ha convertido hasta ahora el Palau.
Puigcercós se ha marchado con la excusa de que ERC se le escapa de las manos y de que el resultado electoral abre una seria vía de agua en un barco en el que la tripulación se amotina para evitar que se hunda. Para aplacar los ánimos, Puigcercós ha vuelto al puente de mando y les ha anunciado a sus marineros que en junio se celebrará un congreso para decidir el nuevo rumbo de la nave.
Casi sin darse cuenta, Carod, el gran líder espiritual de los independentistas, se ha quedado sólo, encerrado en su despacho de vicepresidente de la Generalitat y con muy poca capacidad de maniobra para mantener su liderazgo. Un aislamiento tan evidente que las malas lenguas le han llegado a colocar incluso dentro del PSC, una opción que no tiene visos de realidad.
El problema de ERC es que se trata de un partido asambleario y en un congreso son los militantes quienes deciden la línea del partido. Frente al referéndum del Estatut, la dirección propuso la abstención a la militancia y las bases le obligaron a rectificar y defender el no.
¿El principio del fin del tripartito?
En esta coyuntura, en la que ni Carod ni Puigcercós tienen el cargo asegurado, la crisis de ERC puede ser el principio del fin del segundo Tripartito catalán. Si, tras el congreso de junio, los republicanos optan por salir de la Generalitat, Montilla se quedará en minoría en el Parlament y se verá obligado a convocar elecciones autonómicas anticipadas.
Éste es el marco idóneo para las ambiciones de CiU y de su presidente, Artur Mas, que está convencido de que por tercera vez consecutiva ganaría los comicios y forzaría a Zapatero a servirle en bandeja de plata la presidencia de la Generalitat a cambio de una coalición de Gobierno o un pacto de legislatura en Madrid. De momento, las piezas a Mas le van encajando en el puzzle, pero la escasa fiabilidad de Zapatero a la hora de cumplir sus promesas puede desmontar en cualquier momento el castillo de naipes convergente.
Otra posibilidad es que Mas ofrezca a los republicanos un Gobierno de coalición en Cataluña para descabalgar a Montilla a través de una moción de censura. Pero, más allá de si a ERC le puede interesar, Mas se ha convertido en un especialista en cerrarse puertas e igual que fue al notario para no pactar con el PP, ahora ha anunciado que renuncia a la moción de censura para ser presidente.
Y a Montilla sólo le queda esperar a junio y ver quién soplará a partir de entonces en un globo que, una vez parcheado, tendrá problemas para volver a hincharse.