
Se escucha con frecuencia últimamente una afirmación que suele pronunciarse en tono convincente, por más que a algunos nos genere estupor: "hay que aprovechar esta crisis -se dice- para poner fin al despilfarro del Estado de las Autonomías...
... Se trata de un modelo que ha perdido por completo el apoyo popular si es que alguna vez lo tuvo y que debería desaparecer para dar paso a un estado centralista, que es mucho más barato y eficaz".
Cuestión de precio
Es muy dudoso, de entrada, que un estado centralista sea más barato y eficaz que otro descentralizado. En la construcción europea se ha utilizado, como es sabido, el principio de sibsidiaridad, que consiste en aproximar cada servicio público lo más posible al ciudadano siempre que no se pierda eficiencia con la contigüidad. Y aunque las generalizaciones en la ciencia política son siempre arriesgadas, muchos estudiosos piensan que los regímenes federales son más baratos y más democráticos que los centralizados porque facilitan la representación y la participación.
Pero una vez cerrada esta disquisición teórica, que se presta obviamente a innumerables circunloquios, hay que negar absolutamente que haya una mayoría social dispuesta a abolir o a desnaturalizar el Estado de las Autonomías. Éste es un tópico profusamente extendido en medios generalmente conservadores (aunque también existe un potente jacobinismo de izquierdas, evidentemente), que resulta ser totalmente falso.
La respuesta del barómetro
La encuesta del CIS ?el barómetro de julio- que acaba de conocerse certifica que sólo el 21,9% de los encuestados desearía un Estado con un único gobierno central sin autonomías; el 30,8% quiere un Estado con comunidades autónomas como en la actualidad; un 17,1% prefiere un estado en el que las Comunidades Autónomas tengan menor autonomía que en la actualidad; un 12,3% querría potenciar la autonomía actual de las comunidades, y un 8,9% querría un Estado en el que se reconociese a las comunidades autónomas la posibilidad de convertirse en estados independientes. En otras palabras, el 21,9% está en contra del Estado de las Autonomías y el resto, el 78,1%, está a favor, de una manera o de otra.
Las encuestas no deben ser sacralizadas ni es legítimo utilizarlas indiscriminadamente para hacer populismo. Sin embargo, es evidente que ayudan a la comprensión de las circulaciones sociales, de la evolución del pensamiento común. En este caso, se constata lo que ya parecía: que las críticas al Estado autonómico por sus muchas y variadas disfunciones no significan un rechazo, en contra de lo que aseguran conspicuos centralistas a los que a veces habría que preguntar si les molesta más la democracia que la descentralización.