Política

El político, un actor permanente

Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba en la Moncloa. Foto: EFE

"La política siempre ha sido, es y será espectáculo, y el político necesariamente tiene que ser también un actor".

Esa es una de las conclusiones a las que llega el sociólogo y experto en comunicación política Luis Arroyo, que ha analizado en el libro "El poder político en escena" el comportamiento de quienes se mueven en este ámbito y el de los ciudadanos ante la actitud de los partidos y sus líderes.

Arroyo, en una entrevista con Efe, resalta que es inevitable ese nexo con el espectáculo y asegura que la política tiene una parte de representación y de simbolismo que es imprescindible.

No duda en asegurar que hay signos de comportamiento animal a la hora de elegir al que se considera que es el mejor candidato para un cargo político o en la forma en que se intenta ganar la confianza de los votantes.

Arroyo, que ha sido director del gabinete de la exministra Carme Chacón y ha trabajado en el Palacio de la Moncloa en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno, pretende demostrar en su libro que el cerebro humano no es racional, sino emocional, y sigue funcionando por prejuicios.

Y lo intenta demostrar mediante la recopilación de estudios de las más diversas disciplinas (sociología, etología, biología, politología...) que, a su juicio, llevan también a la conclusión de que la política es una gran escenificación en la que, en realidad, todos somos actores.

Arroyo señala a Efe que en todos los sitios, ya sea en regímenes totalitarios o democráticos, la política está ritualizada, una apreciación que le lleva a contradecir a quienes opinan que, en la actualidad, las campañas electorales ya no sirven para nada.

"Somos los buenos y ellos los malos"

Sí reconoce que los mítines prácticamente no "convierten" a nadie, pero representan una parte expresiva de la política que es fundamental.

"Siempre será necesario que haya mítines, encuentros, que se contraste con el adversario, que haya aplausos en los actos, que confirmemos que somos los buenos y que al otro lado están los malos", señala gráficamente.

En todo ello, otorga un papel fundamental a los medios porque subraya que forman parte del sistema de poder, aunque lamenta que en muchas ocasiones actúen de forma irresponsable.

Para Arroyo, la visión del periodismo como cuarto poder o como control de ese poder está mitificada, y alude a muchas investigaciones realizadas para concluir que, frente a lo que se ha planteado desde la Ilustración, la gente que está más politizada ("y por tanto -precisa- más sesgada") es la más informada.

"Cuanto más lees, más ves un periódico, más 'blogueas' o 'tuiteas', menos cambias, más te reafirmas en tus convicciones", asegura el autor, que considera que internet está muy lejos de ser "la herramienta maravillosa de libertad".

El efecto aislante de la Moncloa

De su experiencia muy cercana a destacados políticos concluye que "hay de todo" a la hora de dejarse aconsejar para desarrollar su "papel" y cree que hay base para la teoría del denominado "síndrome de la Moncloa" porque "el poder tiende a aislar".

A ello contribuye la existencia de "pelotas a unos niveles increíbles" alrededor del líder que no se atreven a hacerle crítica alguna aunque esté diciendo alguna memez.

Algo que precisa que no es patrimonio exclusivo de España porque cree que pasa en todos los países. Como ejemplo pone el aislamiento progresivo del exprimer ministro británico Tony Blair y el expresidente francés Nicolas Sarkozy.

No cree Arroyo en la existencia de movimientos bruscos a la hora de que los ciudadanos dejen de respaldar de forma mayoritaria a un líder, pero opina que cuando va calando una determinada percepción llega a convertirse en "epidemia" y termina con él.

Es lo que considera que le pasó a Zapatero, ya que se fue gestando la opinión de que no controlaba la situación, se tuvo que desdecir y llegó la jornada del 12 de mayo de 2010 en la que anunció medidas de ajuste que supusieron "la ruptura completa de su personaje".

Lo mismo cree que le pasó a José María Aznar, ya que estima que el hecho de que el PP, en contra de lo que vaticinaban las encuestas, no ganara las elecciones en 2004 no fue sólo consecuencia de la gestión del 11M, sino de la "ebullición" que hubo con la presencia de tropas españolas en Irak y otros sucesos como el "Prestige".

Arroyo es tajante ante la posibilidad de que una mala política de comunicación pueda acabar con un Gobierno: "Sí, sin duda", responde antes de asegurar que hay fallos en la que está llevando a cabo el actual Ejecutivo.

No obstante, cree que el presidente del Gobierno juega con el tiempo porque tiene tres años y medio por delante y ante cualquier mejoría de la situación, aunque no sea cierto, podrá decir: "¿Se dan cuenta? Me dejaron operar, operé y aquí está el milagro Rajoy."

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